“Voto compensatorio”, o el vínculo entre el pobre y la democracia

Consideramos que uno de los principios basales de las democracias representativas, es el que determina “Una persona, un voto” (o los que aspiran a consagrar la misma), debe ser reformulado, debido a que mediante el mismo hemos edificado un sistema socio-político, que estableció, precisamente lo contrario, tanto en términos teóricos como prácticos, de lo que se ufana como definición y que por ende se propuso como finalidad. La frase fetiche que pretendemos erradicar, podríamos circunscribirla en una falacia de “finalidad”, es decir plantea un estado de situación potencial, ideal, de posibilidad hacia; de ninguna manera, puede ser considerado un principio respetable, legítimo o hasta formalmente correcto. El planteo que trazamos parte de la realidad de que todos, no sólo somos, sino que significamos, o poseemos un valor distinto para ese estado que nos promete aquello imposible, incumplible y utópico. La variable determinante es la presencia que el estado ha tenido o no, en el desarrollo de las vidas de los ciudadanos aptos para votar. Utilizaremos el límite de la consideración de pobreza, de acuerdo a las estipulaciones de organismos internacionales, que será el báculo para sostener porque el concepto de compensación se torna central, si es que pretendemos una democracia que se precie de ser representativa de la voluntad del pueblo. Dentro del contexto o insertos en lo que se da en llamar “filosofía latinoamericana”, que sostiene como uno de sus principios la opción del pobre;

Aclara Dussel que la noción del “pobre” (como se verá una de las nociones claves de la filosofía de la liberación latinoamericana) es corroborada por Hermann Cohen, de la Escuela de Marburgo, porque la noción filosófica del pobre indica exactamente la exterioridad del sistema. (Cerutti Guldberg, H, 1983, P. 57).

Creemos que el voto de los consignados como pobres,  tiene un valor diferente, de cinco, en las jornadas electorales, en los días de votación, a diferencia de los que no están en tal situación en el que voto seguiría valiendo uno. Podríamos realizar una arqueología del concepto democracia, sin embargo, a los efectos de no generar un texto árido y estrictamente académico, cumpliendo con nuestra metodología de transitar de lo universal a lo particular, destacaremos el término de lo democrático, de acuerdo a como lo conciben los autores contemporáneos y más destacados por el sistema editorial y mediático especializado que los sitúa como actuales luminarias del pensar.

Nos sentimos orgullosos del principio de igualdad de derechos entre los individuos y entre los pueblos, pero al mismo tiempo somos conscientes de que si todos los habitantes del mundo consumieran la misma cantidad de productos que las poblaciones occidentales, nuestro planeta se quedaría rápidamente sin recursos (Todorov,T, 2012, p. 10).

Lo democrático se sostiene en la expectativa de que esto mismo ocurra alguna vez, los principios que a nivel teorético o aspiracional, persigue o promete, continuamos observándolo en la siguiente cita:

Creo que actualmente no hay democracia. Pero ella no existe nunca en el presente. Es un concepto que lleva consigo una promesa, y en ningún caso es tan determinante como lo es una cosa presente. Cada vez que se afirma que «la democracia existe», puede ser cierto o falso. La democracia no se adecua, no puede adecuarse, en el presente, a su concepto.(Derrida, J, 1994 pp. 9-10)

De esta manera también lo contempla, la llamada “Escuela Italiana” con exponentes de la talla de Marramao, Espósito o Agamben, que independientemente de sus respectivas líneas filosóficas de las que parten, no dejan de iniciar el camino de sus consideraciones desde la necesidad de reconstrucción, o desandamiento de lo democrático, del tránsito hacia otras aguas del mismo. Hablamos en el inicio de no hacer una arqueología de lo terminológico, y si alguien lo hizo fue Michel Foucault, que determina que el poder sigue estando o anidando en aquella representación por la galería, que requiere el formalismo de un contrato social pero que no puede ser redefinido pues no determina lo que es necesariamente democrático hoy. Observémoslo en la siguiente cita;

La racionalidad política se ha desarrollado e impuesto a lo largo de la historia de las sociedades occidentales. En un primer momento se ha enraizado en la idea del poder pastoral, más tarde en la razón del estado. La individualización y la totalización son dos de sus efectos inevitables. La liberación no puede venir por tanto del ataque a uno u otro de estos efectos sino al ataque a las raíces mismas de la racionalidad política. (Foucault, M, 1996, p 205).

Es decir, el poder está y no está en la democracia, ni siquiera por un fallo de lo democrático como sistema, sino por definición lógica de lo que es el poder; sin embargo en este juego, la clase política, cree detentar (expresamos esto mismo, consignando que una cosa es que posea el atributo del manejo del poder y otra que realmente lo quiera o pueda ejercer)  aun sabiendo que por más que tenga las validaciones legítimas de lo democrático, y no lo pueda hacer cumplir efectivamente (verbigracia la igualdad ante la ley para todos los ciudadanos en un lugar y tiempo determinado) debe seguir haciéndole creer a las masas que representa, que tiene ese poder, que detrás de la democracia está el poder, por más que sepa que no es así.  En este punto, debemos cuidarnos, nuevamente de no continuar la ramificación que el tema nos propone en sí mismo, tan sólo haremos una mención genérica, pues consideramos importante al menos el subrayado. Nos encontramos ante “la mentira” en la política, lo no cierto o no válido, que se plantea, necesariamente como lo opuesto y que si no es bien manejado, termina percudiendo el sistema de lo democrático. Es decir si la mentira, o la situación de no verdad, se descubre, por la masa ante el manejo de su dirigencia, la que padece en términos generales es la democracia (las grandes revueltas o protestas modernas, se generan a partir de este incordio, cuando se descubre, devela, de aquí la importancia de lo mediático, de lo mentiroso, corrupto de los políticos y la política) pero apartándonos de esto, avanzaremos acerca de esta situación de naturalidad que le consignamos a esa mentira o no verdad como condición necesaria y suficiente para la existencia de lo democrático. La legitimidad, surge como producto, como resultante, entre el juego, perversamente natural del encantamiento (concepto tomado de la catedrática de la Sorbona Florencia Di Rocco en su texto académico «Las manzanas doradas del jardín de  las Hespérides», en donde se deduce esta necesidad consustancial de encantar, seducir, convencer, de la que necesariamente parten algunos políticos o la política, independientemente que luego esto se reconvierta o se transforme en otra cosa) con la incertidumbre (la razón o principio del mal, como revisión significativa de la ausencia del bien o lo contrario de lo bueno) de tal coerción, la legitimidad se nutre, es hija de la necesidad de que todo un pueblo crea lo imposible de que un gobernante le pueda dar la tranquilidad de que habite una comunidad en donde todos los problemas estén resueltos o ni siquiera se presenten.

Finalmente, la representatividad que genera lo democrático o lo subyacente de esto mismo, en donde no reside, necesariamente o sempiternamente el poder, para validarse, para legitimarse, disputa el juego entre encantamiento e incertidumbre y de allí es que obtenemos, ya como miembros de una comunidad, procesos democráticos más válidos, más aceptados que otros que incluso fenecen en estas mismas crisis, a las que arriban por no resolver acertada o atinadamente lo arriba mencionado.  Aquí es donde consideramos que nuestras democracias modernas, necesitan lo que planteamos, a los efectos de que se relegitimen y sigan siendo válidas para las mayorías, independientemente de los conflictos que necesariamente deban atravesar.

Cerutti Guldberg, H. (1983). Filosofía de la Liberación Latinoamericana. México DF. Fondo de Cultura Económica.

Derrida, J. (12 de octubre de 1994). La democracia como promesa. Jornal de Letras, Artes e Ideias.

Foucault, M. (1996). La vida de los hombres infames. Buenos Aires. Caronte.

Todorov, T. (2012). Los enemigos íntimos de la democracia. Barcelona. Galaxia Gutemberg.

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