Siempre que miro al mundo que hay a mi alrededor, me pregunto porqué las cosas fallan si existe la tecnología necesaria y suficiente para que todo sea mejor de lo que es. Es tremendamente absurda la cantidad de anacronismos que hay en nuestra época, desde votar en papel hasta la dependencia absoluta de los combustibles fósiles. Nuestro mundo, que ya es viejo y ha visto todas nuestras épocas pasadas, parece no querer desprenderse de cosas que ya deberían haber pasado a mejor vida.
Una de las cosas que parecen no haber evolucionado o haberlo hecho muy poco es el sistema educativo, un método más parecido a una cadena de montaje industrial que a una formación real de personas. Porque de eso es de lo que la educación debe ser, de formar personas, no trabajadores con un título.
La educación y, tristemente ahora más que nunca, parece estar configurada para absorber el tiempo de los niños y adolescentes a los que tienen literalmente encerrados durante horas en un lugar que se parece más a una fábrica o en su defecto a una cárcel.
Soy profesor y tengo contacto con muchos chicos que acuden a diario a estos lugares que no les producen ninguna atracción. Para colmo, sus padres o tutores los tienen confinados en una segunda escuela que es el hogar, estudiando las materias del colegio con la mesa oculta bajo infinidad de libros de texto. Por cierto, ¿en serio seguimos necesitando libros de texto en pleno siglo XXI, en el mismísimo año 2016? ¿O están ahí sólo porque son un negociazo por el desembolso que suponen?
Luego los niños descansan del asedio a sus mentes que está matando sus vidas y acabando con la infancia de los más pequeños para continuar el bombardeo cerebral con distintos aparatos electrónicos; videoconsolas, Internet o el programa de Pablo Motos, entre otros entretenimientos. Luego nos quejamos de que los niños están cansados. Después de semejante paliza, ¿cómo se le puede pedir a un chico o chica que rinda correctamente o exigirle las buenas notas que todo padre reclama por encima de todo?
El problema de base vuelve a ser nuestra estrepitosa falta de saber hacer, la ignorancia de muchos padres y la incompetencia del sistema educativo actual, que no es más que una reliquia del pasado destinada a mejor vida.
Irónicamente, la tecnología, destinada a hacer nuestra vida mejor, se utiliza únicamente en el campo del ocio, donde ha llegado a su máximo apogeo, junto al de la destrucción (hay bombas que pueden desintegrar países enteros). Mientras tanto en las aulas sigue imperando eso de “la letra con sangre entra” y las faltas con un rotulador rojo por no ir. Eso sí, cuando acaba la tortura, uno puede relajarse conectándose a una máquina o viendo vídeos de su YouTuber favorito que habla de todo menos de algo que tenga que ver con lo que se estudia en clase.
El problema no es el ocio electrónico, el problema es que el ocio electrónico, como he dicho, requiere de un esfuerzo mental similar al que requiere el estudio convencional. El resultado del sistema es que los chavales estén agotados y tengan una actitud pasiva. El cerebro nunca llega a descansar y ello conduce a un estado “zombi” en los chavales. Eso por no hablar de los prohibitivos horarios, de nuevo heredados del mundo industrial. Levantarse a las siete de la mañana está bien si se quieren aprovechar al máximo las horas de sol, trabajando en una fábrica o en el campo, no si se quiere ejercitar el cerebro.
Y digo yo, ¿no sería mejor utilizar la tecnología electrónica que se ha desarrollado en exclusiva para el ocio con el objetivo de educar con ella? No es tan difícil utilizar una herramienta que ya está inventada, desarrollada y más que implantada en la sociedad.
Si se creasen videojuegos que en lugar de enseñar a esquivar obstáculos apretando botones (en los mejores casos) o a robar coches en una versión ficticia de Los Ángeles (en los peores) se enseñara la misma temática que en la escuela, el fracaso académico se acabaría por reducir a cero. La gente sabría de todo porque todo lo que se les enseña, se haría a través de la industria del entretenimiento, una poderosísima herramienta de educación y transmisión de valores en el mundo actual.
Imaginaos un juego online de la talla de League of Legends en el que puedes elegir un filósofo para completar misiones que tengan que ver con sus escritos y pensamientos, o un juego de plataformas en el que tengas que aprender sobre historia o sobre economía para poder avanzar. ¿Quién evitaría una enseñanza que fuera tan divertida? Y es que, al fin y al cabo, el ser humano está hecho para aprender, sólo hay que ver la curiosidad que siente un niño por todo, curiosidad castrada por un sistema tedioso, anticuado e inservible.
¿Y qué pasaría con el resto del tiempo, el tiempo que ahora lo ocupa el ocio digital? Pues que quedaría totalmente libre, tiempo que puede ser utilizado para la contemplación y la reflexión, cosas totalmente desvaloradas en nuestro sistema, que más que personas, crea piezas para un sistema de producción y consumo que, por cierto, ya hace más aguas que nunca.
En nuestro mundo ya post-digital, algunos atacan a los videojuegos, los acusan de absorber el tiempo, de convertir la vida de un adulto en una infancia eterna o incluso de promover la violencia. Sin embargo, los videojuegos no son malos, sólo son una herramienta, y ninguna herramienta es buena o mala, todas las herramientas son neutras, y a la disposición de quien las quiera usar. Usémoslas correctamente entonces.