Los primeros veranos que coincidieron en la aldea Samuel y Amelia fueron de gran desconcierto para ella. Había recalado en el lugar en busca de tranquilidad después de un fracaso amoroso. Era el primer novio que tenía después del fallecimiento de su esposo. Había puesto empeño, porque el hombre era de su agrado pero tenía mal genio y no ocultaba que si hacía falta emplear la violencia era un recurso que utilizaría sin dudarlo. Ella lo vio claro y cortó por lo sano de forma radical.
Aquel mes de agosto había traído unas láminas y unos carboncillos. Quería practicar un poco las enseñanzas de un curso de pintura al que había asistido durante el invierno. Desde el balcón donde situó el caballete tenía la ocasión de observar a Samuel cuando entraba y salía de su casa. Él la saludaba con alegría y desparpajo
—Buenos días, Amelia, que tengas un buen trazado —le espetaba nada más verla.
—Igualmente, Samuel, que tengas un buen día.
Una mañana, al regresar a casa con la moto, el hombre miró al balcón buscando a la mujer, que seguía allí con el carboncillo rasgando la lámina y le dijo
—Tienes que enseñarme lo que estás haciendo, ¿no te parece?
—Mejor, no, no vayas a desilusionarte
—Eso no importa, te invito a café después de comer y jugamos una partida de cartas, ¿cómo lo ves?
—Gracias por el café, Samuel, jugar a las cartas me gusta pero tendré que renovar conocimientos, lo tengo olvidado.
—Será divertido, porque el que gane puede hacer una pregunta al otro y el que tenga que responder no podrá eludir la pregunta.
Amelia sonrió. Le pareció curiosa la propuesta.
—Te espero entonces a las cuatro.
—De acuerdo, y ahora déjame sola que quiero adelantar unos trabajos que ya están empezados.
Cómo disimular que aquél era un momento esperado y deseado. Ese día comió rápido y de forma casi compulsiva. No pensaba en otra cosa que no fuera la conversación que iban a tener los dos. Quizá tendría que contarle algo de cómo había sido su matrimonio. Saldrá en la conversación algo de lo hijos y los nietos ¿Debía hablarle de su noviazgo fallido? No, eso puede esperar —pensó—.
Le preguntaré por su filosofía de vida. Parece tranquilo, curioso y atento, pero ¿qué persona se esconde en él?
Amelia se miró al espejo. Probó varias blusas con el pantalón de lino blanco que llevaba puesto y ninguna le parecía adecuada. No sabía si mostrarse atractiva o recatada, moderna o tradicional, joven o con la edad real que tenía. Cada una de las prendas insinuaba modelos de mujer muy distintos y no sabía con cuál quedarse. Todas eran Amelia, pero ¿qué Amelia preferiría Samuel? —se preguntaba—.
Finalmente se decidió por un modelo que la hacía más mayor de lo que aparentaba con otras prendas. Era el remedio frente a una posible ilusión fallida.
Cogió de la nevera la tarta de queso que había cocinado el día anterior. Cortó dos trozos y los puso en un plato de postre. Le llevaría algo de su propia cosecha para no llegar con las manos vacías.
Samuel la esperaba con las tazas en un lado de la mesa y en el otro la baraja de cartas. La cocina rezumaba olor a café recién hecho. Sobre la repisa humeaba la cafetera. Era un hombre cumplidor, —pensó—.
Hablaron de lo que hacía ella cada mañana, de las tardes más bien tediosas para Amelia, si no fuera porque solía dar un paseo con un matrimonio extranjero a la caída del sol.
Samuel, a pesar de que se mostraba resuelto y decidido, no contaba nada de su familia ni de su pasado. Poco o nada parecía importarle su mujer y sus hijos, sin embargo se mostraba más interesado en lo relacionado con la aldea, la casa donde había nacido y el tiempo que no corría mientras estaba allí, según decía.
Como ella insistía, accedió a describirle la vida de la aldea años atrás, cuando vivían sus padres en el lugar. Recordó con cariño a su madre calentando el horno para hacer el pan, a su padre afilando la guadaña sentado en el suelo del corral en verano. Los animales respirando con dificultad cuando hacía mucho calor.
- ¿Y qué me dices de ti, Amelia, que te trae a este lugar?
- Yo vengo a buscar tranquilidad.
Descubre la última novela de Áurea Sánchez, «La vida en mil pedazos«