No han sido escasas las batallas que la razón perdió en la historia. Desde los regímenes esclavistas clásicos hasta las teocracias medievales, o desde el absolutismo francés hasta el fascismo italiano. Y marcha atrás funciona de la misma manera: desde nuestras actuales monarquías hasta el tráfico de esclavos estadounidense, desde el imperialismo napoleónico hasta Carlo Magno, o desde la Inquisición católica hasta las peleas de gladiadores. No fue, es ni será fácil ganar la batalla a esas fuerzas que imponen, por la fuerza, modelos que hasta la más vaga clarividencia rechazaría. Por tradición o por carencia racional, en demasiadas ocasiones nos vemos obligados a formar parte de un régimen que no votamos, y si lo hicimos en algún momento, el paso del tiempo y la reflexión por el camino nos llevaron a darnos cuenta de que algo estaba mal. Mucho tiempo en la senda errónea, para entrar en otra peor. No aprendemos, del todo, de la historia. Y si bien es cierto que Occidente es un privilegiado en comparación con antiguas y contemporáneas tragedias griegas, no se puede cantar victoria. Las únicas que siguen cantando son las sirenas que no quieren ver que sus reyes ocupen posiciones de plebeyos, ni plebeyos gobernando a reyes.
La tradición nos dice que debemos seguir permitiendo la tortura y asesinato de animales en circos romanos, que la venta de armas a dictaduras no es inmoral, pues se odia al juego, no al jugador, y nos reencarnamos en Poncio Pilato. La tradición permite la venta de mujeres que se exponen obligadas por sus chulos en las ágoras de las nuevas polis contemporáneas. Esa misma tradición que sigue siendo testigo del hambre de gran parte de la población porque, dice, el trigo es insuficiente. En Egipto también, a veces, el trigo lo era, pero siempre había recursos para enterrar a sus dioses en pirámides construidas con sudor y sangre popular. Todavía vemos a Nerones quemando sus ciudades y a Eolos que soplan para propagar el fuego. Incluso se envidia a Jerjes en ostentosos Mercedes mientras los millones de honrados Leónidas dan su vida, en horas de trabajo, por cenar en cualquier infierno. Continuamos señalando e ignorando a muchos Sócrates y dejamos paso a cualquier sofista que use su dinero para convencernos. Miramos hacia otro lado cuando a una Hipatia no se la permite ganar más que a un trapezita. Llamamos antisistema a los Espartacos que piden democracia y Hércules a los que queman Alejandrías de ideologías diferentes. Todavía vemos a Marco Antonios asesinando a inocentes Cicerones en batallas que Persépolis nunca eligió. Hasta alguna que otra Cleopatra pide sacrificios a otros pueblos para uniones casi matrimoniales. Bodas que pagarán los denarios de los ciudadanos y nunca los propios dirigentes, por Zeus, ellos tendrán un Olimpo con pensiones garantizadas y Pegasos con guardaespaldas que los protejan de los que no pueden ser dioses y traten de enviar a Hermes al senado para discutir alguna ley del supuestamente intocable derecho romano. Menos mal que gracias a algún Prometeo que compartirá el fuego, el mundo podrá avanzar. Lo que no se puede asegurar es si pararemos de abrir urnas de Pandora.
La tradición, tristemente, no se ha conseguido usar para ser superada. Lo único que nos superan, una y otra vez, son las circunstancias que nos arrojan a aquello que ya nadie quiere, pero que seguimos aceptando con resignación. La razón continua su batalla. Hay demasiados dogmas que metamorfosear a elecciones y todavía demasiadas elecciones dogmáticas. Hemos de abrir paso a esa luz kantiana y atrevernos a pensar. Porque la razón no puede seguir siendo la sombra de la desfachatez humana, del sinsentido, de la avaricia, de la osadía, de lo que nunca debió aceptar por natural. La razón debe ganar, con esfuerzo de los que creen en ella, y superar miedos anclados. El cambio, guiado por aquella libertad que plantó cara a Carlos X, debe estar al servicio de nuestro más alto desarrollo. La tradición continúa siendo inútil ante nuevas realidades, será quizá porque la realidad viene, precisamente, de una inútil tradición. Elijamos de una vez por todas, exijamos elegir. El resto seguirá siendo una derrota más, otra nueva razón clásica.