Trébol de vanidades

¿Hay alguien que no haya pensado esta última semana en lo penosa que se está convirtiendo la política en este país a causa de estos personajes? La vanidad, el afán de notoriedad y el apego al cargo parecen primar sobre cualquier otra consideración.

Hasta ayer, pensaba yo que, como el caso de Tania, hay pocos. A esta señora, que sufre de un evidente complejo de guapa -que lo es-, le gusta figurar más que a un niño un caramelo. Nos lanza un discurso sobre la democracia interna del partido pasando olímpicamente de las sospechas aparecidas sobre su actuación como política profesional -concesiones a familiares y genética nepotista-. Tania acusa de machista a quien mente su relación con Pablo (¡acaso no valemos las mujeres por nosotras mismas!, se indigna ella con boquita de piñón…); pero sabe -¡vaya si lo sabe!- que la verdad es que si no resultase que es la pareja del personaje del momento su pegada mediática no sería ni la mitad de la que es. Y ahí es donde radica su desprecio al partido al que pertenece (dejando de lado otras versiones conspirativas más o menos verosímiles): en el fondo de su alma está convencida de que su cargo no sólo se lo debe al voto de sus correligionarios de IU, sino que ella vale mucho por sí misma precisamente por esa pegada mediática (¡si hasta es tertuliana, como Pablo!).

Para ella, sus compañeros de IU lo deberían haber sacrificado todo -incluida la honra- a su preciosa imagen plasmática. Para ella, las sospechas sobre su actuación como política de larga trayectoria “profesional” en su concejalía -donde fueron favorecidos familiares suyos con su propia rúbrica- deberían haber sido ignoradas. Sus compañeros deberían plegarse a la siguiente proposición: todo discurso contra la corrupción y la limpieza de los políticos no va con Tania, sólo vale para los demás. Eso es lo que piensa ella, por supuesto. Y eso es lo que debía estar pensando cuando tramó su espantá, “¡pues me voy!”, dando el portazo y convocando a toda prisa a las cámaras, los periodistas y sus tertulianos para recitarles la lección. Ella está convencida de estar por encima del partido, de que el cargo es suyo.

¿Porque la votaron?, no: porque es guapa (con perdón) y plasmática (más perdón).

Vivimos tiempos de líderes guaperas, con imagen y sin ideas. O, todavía peor, que desprecian las ideas. Una gran YO lo sobrevuela todo: el culto al líder no es solo un defecto de los coreanos del norte, salvas sean las distancias. Así que Tania agrede a sus compañeros, se carga al partido que la ha amamantado -a ella, y de paso a su papá y a su hermano- porque la han pillado en un renuncio y hay compañeros que no quieren pasar la vergüenza por ella. ¿Dónde irán los votos que su arrogancia va a quitarles a sus ex correligionarios de IU? La mayoría a la nada absoluta, y otros a Podemos, casualmente…

Veamos al otro componente de nuestro trío: ¡ay, Monedero! Monedero es un tipo legal, creo. No ha defraudado a Hacienda. Eso sí, le han pillado dándole a la ingeniería fiscal, a la contabilidad de diseño, y le hemos visto el plumero porque los malos lo han pregonado a bombo y platillo. ¿Y qué hizo cuando supo que le iban a publicar las cuentas?: pues una complementaria, como ese autónomo al que el fisco le ha pillado una factura “olvidada” en el cajón y sin declarar. Eso es legal. No hay delito, y sabe Monedero que no se lo podrán imputar. Hasta ahí, obviedades. Pero ¿le hace algún favor a Podemos -ese proyecto colectivo, se supone- que, en esta situación, se empeñe en seguir en primera línea? Pues, evidentemente, no. La ingeniería fiscal puede ser legal, pero es inmoral. Sobre todo, en alguien que predica la regeneración de la política y que clama contra quienes meten la mano en la caja de todos. No es coherente que alguien que lleva tiempo representando el papel de defensor de los desheredados, que se despeina cuidadosamente, que viste con afectada humildad, resulte que tiene los euros en la cuenta por cientos de miles. No, amigo Monedero, no, eso no es coherente. Y le quitará -ya lo ha hecho seguramente- un montón de votos a quienes se esfuerzan en conseguir el poder para cambiar precisamente eso: que nos manden políticos que tiran de ingeniería fiscal para meterse la pasta en la propia cuenta (aquí o en Suiza, tanto da) ¿Por qué, entonces, no se retira del cartel electoral de la formación? Yo os lo digo: como a Tania, a Monedero le gusta figurar. No le basta el reconocimiento de los suyos, no: él quiere salir en la tele, en las portadas de los periódicos y tocar poder, mojar un poco. Porque Monedero -y los que son como él- prefieren mojar un poco en la oposición a que los suyos ganen sin él. Una vez más, la vanidad. Dinero ya tiene: eso, ahora, lo sabemos.

El último caso, el de Tomás Gómez, viene de lejos. Éste está apoltronado y tiene al partido pastando en la oposición, tras ir perdiendo elecciones una tras otra, en Madrid. Evidentemente, Tomás prefiere ser el jefe de un Psoe madrileño en la oposición, que mirar desde la barrera cómo el partido gana las elecciones sin él. Tomás es un verdadero enamorado del poder, se le nota en el gesto austero, en la agresividad de sus ojillos negros, que hieren hasta cuando sonríen y en el rictus de sus labios comprimidos. Tomás apenas se despeina, espera que lo hagan por él sus allegados. No gesticula, lo hacen los suyos por él. Pero cuando habla, amenaza.

El pobre Zapatero se arrugó ante él cuando las últimas elecciones. Todos sabían que Tomás no era caballo ganador -y menos frente a la curtida yegua del PP, pero él quería figurar, que nadie le hiciera sombra. Zapatero -y muchos militantes- estaban convencidos de que Trinidad Jiménez tenía muchísimas más posibilidades que Tomas. Pero él frunció los labios, apretó la quijada y movió a “sus” militantes -los suyos y de nadie más- para que gesticulasen y vociferasen como marionetas; amenazó con montar un escándalo. Y Zapatero se arrugó, sí. Y los madrileños tuvieron PP otros 4 años. ¿Creía realmente Tomás que podía ganar esas elecciones? Seguramente sí: como Tania, como Monedero, su YO es muy grande. Tanto como su vanidad.

Trébol de vanidades

Tres grandes vanidosos. No son los únicos; en la política, como en otras actividades, hay muchos más. Estos tres, sin embargo, tienen algo en común: están convencidos de que el partido y el proyecto deben estar al servicio de su vanidad, de la impecable belleza de sus facciones y su inteligencia tan superior a la de los demás mortales. Y se les nota. Están convencidos de que el partido existe sólo para ellos, de que es, en cierta forma, suyo. Por eso, como en el tango, les cuesta poco decir aquello de “la maté porque era mía”. Porque los votos, para ellos, son sus votos. De nadie más. Y el proyecto es “su” proyecto.

Imposible razonar con egos de ese calibre: no se les puede explicar que no se trata de si son o no merecedores de una condena judicial o de una imputación, sino de que cargan la sospecha sobre los demás.

Les importan un carajo los votos que le costarán a sus compañeros: sienten un desprecio soberano por el esfuerzo de aquellos cuyo objetivo es ganar unas unas elecciones y no un pase de modelos. Para ellos es lo mismo. Común es la vanidad. Un trió de vanidades en un campo de vulgares tréboles de tres hojas solamente.

Tréboles de envidia, de ambición, negros como la tiña.

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