La política como ciencia es una pasión. Lo sabe sin lugar a dudar quien incursiona en este campo. Es un hecho que, desde siempre los juegos políticos, las componendas personales o de partido o movimiento, forman parte de esta. Sobre todo, previo a las elecciones y últimamente con más frecuencia, luego del proceso electoral.
Si sumado a su pasión, un líder político cuenta con un currículum que incluya cierta experiencia luego de algunos años en las aulas universitarias, se pudiera decir que está medianamente preparado para su labor. El verdadero liderazgo se consolida con el pasar de los años. Bello cuando se lee la práctica dice todo lo contrario. O al menos es como yo veo las cosas.
Últimamente tengo la impresión de que el tiempo se detiene. Hablando específicamente de elecciones gubernamentales. Extrañamente algunos hechos se repiten con cierta frecuencia. Como un déjà vu. Nos llaman a elecciones para un día determinado, y luego de algunos meses nos vuelven a llamar. El presidente más votado hoy es nuestro enemigo mañana. Es un “incapaz” ( se lee en las redes sociales), que corre de un lado a otro buscando el consenso entre su partido, y obviamente las famosas alianzas.
Las coaliciones funcionan un día sí otro no. Diputados van y vienen de un movimiento a otro, como si se tratara de un juego de niños. Veo incerteza, improvisación. Falta de voluntad de frente al pueblo, que pedimos solo mejores condiciones de vida, fuentes de trabajo, respeto a la experiencia profesional, oportunidades para los jóvenes, acceso a la salud y a la educación para todos, respetar un límite de edad laboral. No se trata de jubilar a los 40 años, pero tampoco a los 70. Cuando, no obstante, la experiencia obtenida, las condiciones físicas y mentales no son las mismas.
Es evidente el malestar de las personas. Malestar que se manifiesta por las calles y por las redes sociales. Todo tiene un límite. Y el hecho que nos llamen constantemente a las urnas, con el consecuente costo económico, crea incertidumbre, aumenta la desconfianza y aumenta el abstencionismo.
De acuerdo con una publicación de El Confidencial de enero 2019, el descontento de la población oscila entre el 27% en Alemania, 43% en Francia, 59% en Italia, 35% en Polonia y lo mismo en el Reino Unido y el 60% en España. “Tanto en España como en Italia la situación ha mejorado palpablemente en los últimos años, pues la proporción de insatisfechos superó en ambos casos el 70% en 2013, punto álgido de la crisis. Esto también ha ocurrido en Polonia. En Alemania, Francia y el Reino Unido, la opinión permanece bastante estable”.
La misma publicación indica que, atendiendo a países con mala situación económica,” podemos ver cómo Grecia tiene un 77% de la población insatisfecha (desde un máximo del 87% en 2012), y en Portugal, debido indudablemente a su evolución en los últimos años, asistimos al cambio más espectacular de toda la UE, bajando de un máximo del 84% en 2013 hasta un 24% en 2018. Esto sin duda es también mérito del actual Gobierno. Bulgaria (58%) y Rumanía (65%) han mejorado también mucho en los últimos años. En países con fuerte presencia de la derecha dura, como Hungría, Austria u Holanda, también han mejorado las cifras”.
Es evidente que desde el momento que se publicaron estas cifras hasta hoy, algo ha cambiado. Positivo o negativo. El punto es, evaluar constantemente el porcentaje de insatisfacción. Un líder político responsable está obligado a buscar respuestas inmediatas para que estas cifras se reduzcan.
No creo estar diciendo nada nuevo al respecto. Pero como persona común, que me mantengo discretamente actualizada, creo que no se está dando la importancia a estos márgenes de insatisfacción del pueblo. Un líder responsable lo hace. No se puede continuar a tocar el tigre con una vara corta. Las consecuencias son impredecibles.