Cuando hace unos días oí a Iglesias remachando eso del “tic tac, tic tac” en varios foros me provocó dos impresiones: primero, el lema, me pareció una ocurrencia algo infantiloide y ridícula; luego, caí en que se trataba de un burdo slogan publicitario. De hecho, la primera ocasión en la que lo escuché, le presté escasa atención y pensé que se trataba de un patinazo estético de Iglesias. Por tosco e infantil. Y por la gestualidad con que acompañaba la onomatopeya. A la tercera o cuarta repetición -tertulia, telediario, entrevista y mitin- ya supe de que se trataba de un meditado slogan salido de la factoría política de Podemos: “tic tac, tic tac, sr Rajoy”, “tic tac, tic tac, ppsoe”.
Se supone que tic tac para el “cambio”. Porque el “cambio” es el otro gran slogan que sostiene Podemos. Sin embargo, está muy gastado: le sirvió igual a Felipe como a Aznar. El “cambio” es el slogan que se dirige siempre a quienes están insatisfechos con lo que hay: es el slogan de la oposición; igualmente válido para la derecha, cuando dominan las izquierdas, que para la izquierda, cuando es la derecha quien ostenta el poder. Suponiendo que en esta segunda restauración borbónica podamos hablar de izquierda y derecha, cuando nos referimos al Psoe y al PP.
¿Me pregunto cuánto tiempo se estrujaron la mollera los chicos de Podemos hasta destilar este slogan? Me imagino una habitación sin humo -entre estos los ha de haber furibundos anti tabaco-, dándole vueltas al asunto. “Necesitamos un slogan, ya”, diría uno; “algo pegadizo, oyes, como la canción del verano” apostillaría otro, “y que nos dure hasta las elecciones generales”, añadiría un tercero. Y estos chicos, que son señores técnicos en mercadotecnia política y doctores, saben que un slogan debe reunir algunas cualidades básicas: en primer lugar debe ser breve, para que se pueda recordar y repetir fácilmente; luego, debe hacer que el consumidor se sienta bien con él, que le avive un deseo y augure su satisfacción; también debe diferenciarse de otras propuestas, es decir, que de alguna forma nos debe identificar.
“Tic tac, tic tac” pues sí: parece que cumple con esos requisitos. Es breve, fácil de recordar y contiene algo que hace que su consumidor se sienta bien y anticipe el cumplimiento de algún deseo, me dije. Pero ¿qué deseo es ése? El lema se dirige a ciertos instintos básicos los excita y también los revela: ahí es donde entra la gestualidad.
Porque la gestualidad -sobre todo la del líder- es importante. Hay muchas maneras de decir “tic tac”, pero la gestualidad, la carga, la pone cada cual a su manera. Iglesias pronunció ese “tic tac” de forma tajante, contundente, enarcando las cejas, como si cada segundo acuchillara el tiempo que le queda al enemigo, acortando su vida, llevándole a la destrucción final. “Tic tac, amigos, la aguja del reloj hiende la yugular del ppsoe, de los corruptos, de los ricos, de los culpables de la miseria en la que nos hallamos. De quienes cada día viven mejor mientras nosotros nos hundimos en la indigencia un poco más cada día: ¡pero ya llega su fin, tic tac, tic tac!”. Más allá de la mera onomatopeya del reló, la carga está en la gestualidad, esa carga.
Me imaginé a Iglesias ensayando ante el espejo, grabándose un selfie video varias veces, como un actor, valorando el gesto, componiéndolo, modulando la voz, con la boca abierta unas veces, francamente, otras entre dientes como quien rabia y escupe una amenaza; eligiendo la composición del gesto en el rostro, la mirada, la gestualidad de las manos… Me lo imaginé visionándolo con sus compañeros, comentándolo, aportando ideas sobre el gesto y la voz más eficaces.
Entonces, eché a faltar otro slogan al que muchos le tenemos cierta añoranza de un viejo profesor cordobés: “programa, programa, programa”, decía aquél. Compraré el uno con el otro -comparar es tan humano, ya se sabe-, y enseguida me di cuenta de que lo que estaba comparando es la imagen que uno y el otro tienen de su auditorio, de aquellos a quienes se dirigen cuando hablan. Imaginé dos multitudes, una repitiendo “tic tac, tic tac” y otra exigiendo “programa, programa, programa”. Y tuve la imagen del pueblo que cada cual tenía en la mente. El primero -tic- me pareció el slogan de un soberbio que menosprecia al pueblo, un pedante sabihondo que elabora “contenidos” para consumidores de whasaapp, sms y demás (analfabetos sobreinformados que decía cierto profesor , aunque yo prefiero la categoría de analfabetos sobreinformatizados-), quienes viven de la imagen ante todo, o del estribillo musical de los 40 principales; mientras que el otro, el de “programa, programa, programa” me invitaba a leer algo, a la reflexión previa a la acción; alguien que me respetaba y me hablaba desde la humildad y el sentido común.
Y sentí cierta nostalgia de cuando la política era tertulia, confrontación de ideas y respeto a los compañeros. Desde hace mucho tiempo tanto el Psoe como el PP denotan – en las palabras y en el gesto- lo mismo: la absoluta convicción de sus líderes de que el pueblo es absolutamente idiota; o dicho en lenguaje más actual, que es, ante todo, un consumidor; que igual que consume un samarthfhone sin precisar entender su funcionamiento, vota una opción política sin conocer sus ideas o su programa. La chusma es ante todo emocional y a sus emociones hay que dirigirse, tic tac, tic tac.
Quiero pensar que el slogan de Iglesias es solo un patinazo; quiero pensar que no se le ha subido el éxito a la cabeza a estos chavales: porque para hacer política desde la soberbia ya hemos tenido a Felipe, a Josemari y a Mariano.
Tic tac, tic tac ¿es tiempo de rectificar?
Aquí lo dejo, por hoy.