Una joven se sube a un taxi colectivo, en donde compartes el costo del trayecto con tres personas más. En esta ocasión la joven se ubica junto al conductor. En la parte trasera otra joven junto a dos hombres. A un cierto punto uno de ellos extrae una pistola, amenaza al conductor indicándole el trayecto a seguir. Se trata de un “secuestro express”. Inicia el recorrido del terror. La primera acción toman las carteras de las jóvenes en busca de dinero y de la o las tarjetas de crédito o débito. Una de las jóvenes tiene dos, los “delincuentes”, por así llamarlos, indican al conductor seguir la ruta hacia un centro comercial en donde desciende uno de ellos junto a la joven que les acompañaba en la parte trasera del auto, para luego obligarla a seguir las indicaciones hasta extraer la cantidad que según las reglas bancarias es posible efectuar en un cajero, procediendo sus pasos hacia otro cajero hasta extraer todo el contante que la joven dispone.
Mientras tanto, dentro del taxi, el otro “delincuente”, por así llamarlo, inicia a manosear a la otra joven en busca, según él, de más dinero, en vista que no portaba casi nada, a parte de dos celulares, uno de la empresa para la que trabaja, costoso obviamente, y el personal. Mientras continuaba tocando su cuerpo le decía “eres bonita, en otras condiciones seguro habría consumado todo”, refiriéndose, obviamente, a una violación completa.
Luego de despojar a ambas jovenes de sus pertenencias y de mantenerlas prisioneras “express”, las abandonaron en diferentes vías, sin dinero, con su dignididad a pedazos, con el terror reflejado en sus rostros y sin saber que rumbo tomar. Una de ellas, luego de caminar una distancia considerable contactó otro taxi, esta vez una persona adulta, explicando lo sucedido y le solicitó llevarla hasta su residencia en donde le pagaría su servicio.
Parecen imagenes de una de las tantas series televisivas que transmite la televisión estadounidense. No. Se trata de una historia que se repite todos los días en un paradisíaco país ubicado al centro de América Central, Honduras, específicamente en la capital, Tegucigalpa. Pero los “malvivientes”, por así llamarlos, no restringen sus fechorías a la capital. Deambulan en las ciudades principales del país en búsqueda de víctimas, generalmente mujeres, con la ayuda del conductor o en raras ocasiones actún solos. Siempre son dos para controlar la situación perfectamente a vista y paciencia de la autoriad, que lógicamente, “no puede hacer nada”, porque se necesita una denuncia oficial, testigos, datos de referencia del taxi, describir la fisonomía de los “delincuentes”, por así llamarlos. ¡Ah! Olvidaba decir, “supuestos delincuentes”, hasta prueba contraria, según la ley.
Lastimosamente por la situación particular del país, si se interpone la denuncia el afectado desconoce si ha firmado su sentencia de muerte, porque no es seguro si el miembro de la policia es uno más de los agentes infiltrados que forman parte de las bandas delictivas. Esto es debido a que en Honduras, y no obstante una gran depuración gubernamental de la institución policial, la delincuencia ha logrado infiltrarse dentro de la institución Castrence.
El otro temor sería, que obviando que la denuncia siga su curso normal y atrapen a los “delincuentes”, por así llamarlos, estos utilizando sus diferentes canales informativos confirmen los datos del denunciante y procedan a su eliminación. ¿De película? No señores. Esto es cruda realidad.
Y por si alguno se pregunta ¿porqué repetir “delincuentes” por así llamarlos? La respuesta es simple. No se trata de delincuentes, son simples engendros de la naturaleza, un punto insignificante en el universo, que con voluntad política, siguiendo la ley estrictamente se puede erradicar este mal endémico que está destruyendo al país, sumado al alto nivel de corrupción estatal. ¿Situación difícil? Sí. Pero como todo problema tiene solución. Bastaría sólo que el poder estuviera fuera de las manos de quienes gobiernan en este momento, y de todos los que aspiran actualmente a asumirlo, en este momento…obvio.