En algún momento del presente y el futuro inmediato deberemos reflexionar sobre la condición de nuestra clase política y los motivos que la han llevado a corromperse hasta este extremo, y de forma tan general, sin distinción de partidos, condición, sexo ni procedencia. Parece que, por todo el país, nuestros representantes han vivido a costa de los representados, como si la tarea de gobernar equivaliera a la de encontrar oro.
Es cierto que, cuando uno descubre el destino de los exprimeros ministros, o los tejemanejes del rey Juan Carlos, no puede menos que sobresaltarse, pero resultaría demasiado maniqueísta exigirles una conducta que nosotros tampoco ejercemos.
Cuando llego a algún sitio ¿saben lo primero que pienso? En qué se podría robar. Afortunadamente soy consciente de ello y ya me lo tomo un poco a broma. Pero llegué a hurtar un par de cosillas… Luego, por suerte, tuve la oportunidad de devolverlas, sin que nadie se enterara y, ahora, me queda la conciencia limpia, aunque me avergüence de haber sido tan pendejo en el pasado.
Esa obsesión por lo ajeno, cuyo disfrute supera el de lo ganado honradamente (y ahora recuerdo unas patatas que me llevé de un bar en Salamanca y que ya no podré jamás devolver porque me las comí), me sorprende: no sé de dónde proviene. Mis padres nunca me incitaron a robar. Ni robaron ellos. Una vez, en una cena, un tío abuelo me quiso aconsejar con estas palabras: “En la vida están los que joden y los jodidos; tú procura ser de los primeros” pero la reacción del resto de los comensales en su contra fue inmediata y yo, con unos doce años que debía tener, pensé: “Este hombre es mala persona”, aunque me callé.
A lo mejor nuestra historia no favoreció el trabajo sino enriquecerse fácilmente: un descubrimiento por aquí, una pica y saqueo en Flandes por allá, un tío en América, a-ver-si-me-tocan-los-ciegos… La tradición nos persigue. Los lazarillos crearon la picaresca: quitar al de arriba; los Condes Duques, la grandeza imperial: quitar a los de abajo.
A lo mejor es el regionalismo del país: cada región piensa que la otra le roba.
Quizá nos falten ideas para combatir el calor y la pereza subsiguiente.
O quién sabe si, en el fondo, detestamos el gobierno de la ley y la moral porque jamás tuvimos gobierno, educación ni religión que no entraran con sangre.
No importa el por qué somos así. El caso es que, sí reconozco que me gustaría aliviar a los demás del peso de sus pertenencias en mi provecho y leo en el periódico que una buena parte de mis conciudadanos está en lo mismo ¿cómo les voy a criticar? En todo caso, miraré de seguir controlando ese instinto bandoleril que me habita.