Tocó sus manitas, estaban frías pero no le importó.
Cuando lo cogió en brazos por primera vez hacía tres días, supo que su soledad había terminado.
Aún recordaba el dolor cuando su cuerpo expulsó prematuramente al hijo que llevaba en su interior, todos los abrazos que no le daría nunca, toda la tragedia que vino después.
Un aborto traumático que acabó con la posibilidad de ser madre, la infección posterior la dejó estéril y desde ese momento su mundo empezó a desmoronarse.
Era una madre sin hijo.
La depresión la condujo a un letargo químicamente inducido del que se negó a salir a pesar de los esfuerzos de su pareja porque volviera a la vida, no quería, su dolor solo era soportable en la oscuridad, la vida le dolía y había renunciado a vivirla.
Mateo terminó por irse, se sintió aliviada, sabía que le hacía daño con su actitud, con su negativa a compartir el dolor por el hijo no nacido.
Apenas salía y en los momentos en que el sopor no lo dominaba todo se sumergía en la televisión para no tener que pensar.
Fue la televisión la que le mostró el camino hacia la recuperación. Por primera vez desde el aborto tenía esperanzas.
En la pantalla salían mujeres con una carencia afectiva como la que ella estaba padeciendo, mujeres incompletas que habían hallado la solución.
Por primera vez en meses puso en marcha su ordenador y buscó hasta encontrar lo que quería. Hacía tres días que había llegado a su vida y ya la había cambiado por completo.
Martín, ese pequeñín había agotado sus ahorros aunque gracias a él se sentía con fuerzas para volver al trabajo y a la vida.
La verdad es que era un bebe perfecto, casi, perfecto; no lloraba, no abrazaba, pero tampoco se moriría, nunca debería soportar otra pérdida.
Su bebé de silicona, tan maravilloso, estaría con ella para siempre, no necesitaba más.
Mol be has conseguit tenirme intrigada fin la darrera linea. Enhorabona.