Reflexiones sobre la pálida dama y la de bella testuz

Decir que la muerte forma parte de la vida es un tópico pero no por ello deja de ser menos cierto. Sin embargo, tendemos a apartar a la muerte de nuestra vida como ese invitado incómodo que hay en toda fiesta, ese que todo el mundo se pregunta quién lo invitó y por qué está ahí, ese personaje serio, apocado, a quien nadie se atreve a acercarse para iniciar una conversación.

La mayoría se pone nervioso solo con pensar en la pálida dama, pero cuando de pronto muere un familiar, un amigo, un vecino, alguien con el que hemos tenido algún tipo de relación, no tenemos más remedio que dedicarle algo de tiempo. Es el momento de hacernos las mismas preguntas de siempre, las que toda la humanidad se ha hecho desde el inicio de los tiempos:

“¿Por qué tenemos que morir?”; “¿Por qué le tocó a él?”; “siempre se van los mejores”; “¿Cuándo me tocará a mí?”. Si la muerte se ha producido en circunstancias dramáticas o ha afectado a alguien joven que aún no le “tocaba” irse, nos deja aún más afligidos y reflexionamos sobre lo injusta que es la muerte que arrebata la vida a jóvenes y viejos, ricos y pobres sin miramientos.

De repente nos volvemos “mortales” y nos preocupa que nos pueda pasar algo. Evidentemente ese riesgo siempre está ahí pero nunca pensamos en él, solo cuando la muerte se acerca a nuestro territorio. Ese estado de vulnerabilidad nos dura unos días, quizá semanas, pero luego nuestra mente se ocupa de desterrar esos pensamientos que nos alteran para volver a la normalidad, es decir, a esconder debajo de la alfombra al tío de la guadaña (lo bueno de la representación de la muerte es que es extensa y variopinta…).

Nuestras creencias sobre la dama de negro

Todos tenemos creencias grabadas sobre la muerte, creencias que hemos aprendido desde niños gracias a nuestros padres, maestros, sacerdotes y demás personas que nos han influido. Y la mayoría de estas creencias admiten como normal que la muerte se lleve a las personas de avanzada edad en lo que llamamos “muerte natural” y las personas que mueren jóvenes, debido a accidentes o enfermedades, consideramos que ha sido una desgracia, una tragedia o un sinsentido de la vida.

Cuando nuestras creencias se resquebrajan por acontecimientos inesperados es cuando nos encontramos desamparados, desasistidos, sin nada a lo que agarrarnos. ¿Qué hacemos entonces? Los más atrevidos se ponen a leer libros sobre la muerte, sobre lo que puede ocurrir después, sobre el más allá, sobre todos esos temas incómodos que nunca nos da por investigar.

Lo que ocurre que estas respuestas no están contrastadas, se puede creer o no en ellas, quizá sirvan como bálsamo, pero según va pasando el tiempo se destierran porque son cosas que no entendemos y nos produce cierta inquietud comprender. Así que cuando la muerte queda ya lejos, inofensiva, como un barco que desaparece en el horizonte, entonces dejamos de preocuparnos y volvemos a nuestras rutinas, aquellas que nos hacen sentir cómodos.

Otros, cuando la muerte visita nuestra urbanización, prefieren eliminar la agitación que provoca con estímulos externos, algo que elimine el malestar de manera fulminante: televisión, fútbol, copas, sexo, etc. Pero aunque nuestro malestar desaparezca momentáneamente, la muerte sigue ahí, esperando, sentada, quizá fumando un cigarro, sin prisa para llevar a cabo el próximo encargo.

¿Qué hacemos con la muerte?

“¿Qué quieres decir – pregunta el escéptico – que tenemos que estar más pendientes de cuándo va a venir el tío del mazo que de vivir nuestra vida?”.

Técnicamente no. Pero mi impresión es que si estamos pendientes de la posible llegada de la muerte es muy probable que vivamos más intensamente, porque nadie tiene asegurado que vaya a vivir 90 años, ni 40, ni 50. Nadie sabe nada. Y como no lo sabemos, si nuestra amiga llegara en el momento más inoportuno es muy posible que nos coja con muchas cosas aún por hacer.

Poneos en la siguiente tesitura: ¿qué ocurriría si alguien con muy mala leche nos dijera exactamente la fecha de nuestra muerte? Aunque nos cueste creerlo es muy posible que nos hiciera un favor, aunque lo más probable es que no nos gustara oírlo. Sin embargo nuestra existencia cambiaría por completo. Porque esa fecha nos marcaría el camino de la vida. Imaginaos que ese tipo insolente nos comunica que nos queda un año de vida, o un mes, ¿una semana?, ¿qué haríamos? Seguramente arrepentirnos de las cosas que aún no hemos hecho. ¿Me equivoco?

Sin embargo, si tenemos la muerte siempre presente, es probable que nos enfadara el hecho de irnos sin hacer algunas cosas, pero si hemos vivido sin los grilletes puestos, nos podremos ir con la cabeza bien alta por todo lo vivido hasta ese momento. Esa es la diferencia entre las personas que jamás piensan en la muerte y las que sí lo hacen.

Y lo más importante… Aceptar lo que nos venga, nos guste o no. Si la dama de las camelias marchitas nos visita… tenemos que aceptarlo. La aceptación es otro de los aspectos que más nos cuesta asumir y bien merece otro artículo.

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