Como en la vida en general, en la política las razones se colorean con emociones y las emociones se gestionan con razones. Las emociones son el motor que nos anima a movernos, las razones el volante que nos permite avanzar sin estrellarnos.
Por lo tanto, el racionalismo no es opuesto a lo emocional. Racional es una faceta distinta a emocional, pero no antagónica. Son partes de un todo.
El nacionalismo, por ejemplo, es una ideología que enfoca de forma importante en facetas emocionales (en concreto grupales), pero que no tiene por qué ser manejada irracionalmente. De hecho nunca lo es totalmente, incluso en sus manifestaciones más extremas se puede detectar el manejo racional de los intereses subyacentes.
Obviamente, esta no es una característica exclusiva de los nacionalismos. Todos los partidos políticos utilizan una mezcla de ambas facetas. Se argumentan y diseñan las estrategias según la razón y se utiliza la publicidad y emociones para volverlas atractivas y ganar apoyos. Con la emoción los partidos atraen a supúblico (el electorado), con la razón le proporcionan la confianza de que están enbuenas manos y se desarrollan las estrategias prácticas.
El problema radica en que somos poco conscientes de esta dualidad, en particular creo que se suele entender poco el funcionamiento de las emociones. Esto hace que se desatiendan y descontrolen (como ha ocurrido tradicionalmente con los nacionalismos en España, que confunden, por ejemplo, derecho a que se respeten sus emociones con un supuesto derecho a imponerlas)
Intentaré presentar algunos ejemplos de fallos habituales en el manejo de las emociones en política:
– Somos conscientes de la relación entre emociones y propaganda, por supuesto,pero luego no se presta suficiente atención a los prejuicios: generadores de emociones automáticas. No se les da la enorme importancia que merecen, no hay un mapa de prejuicios…
– Al no estar atendidos, los prejuicios son manejados de forma muy instintiva e irresponsable. Así, encumbramos irresponsablemente a los gobernantes con carisma o permitimos que obvios manipuladores emocionales manejen nuestra sociedad. (por ejemplo, siempre he visto a Hugo Chávez, el carismático y manipulador dictador venezolano, como el Mulo del libro de «La Fundación» de Asimov, alguien capaz de controlar las emociones ajenas y fijarlas de forma estable)
Una figura especialmente característica y peligrosa es la que en mi libro denomino el «conductor al abismo»: un político sin especiales capacidades para alcanzar el éxito, que aprovecha los prejuicios ya desplegados para auparse al poder liderándolos.

– Se consideran las emociones como si se tratase de razones. De ahí la sorpresa y confusión actual ante el aparentemente inmanejable postmodernismo en la política. La posverdad, las modas, la aparente renuncia a la razón… Esto no es más que una incorporación masiva y abierta de las emociones una vez la fuerza física no rige nuestros sistemas políticos. Algo que no debería ser preocupante si se atiende y gestiona bien.


– La realidad es que las razones son estables y las emociones volubles. No se les puede dar la misma consideración, ni el mismo estatus. No es sensato decidir el futuro de un país como resultado de una campaña emocional (Bréxit, derecho autodeterminación…), ni ceder el control a quien puntualmente mejor maneje las emociones públicas (democracia directa, populismos…), ni aceptar sumisamente el dominio de los prejuicios (políticamente correcto…).
Por ponerlo con un ejemplo. Nadie decide su futuro en medio de una borrachera. La explosión de emociones nos ayuda a entendernos pero luego las decisiones se meditan.
– Respetar la voluntad de la gente no puede traducirse en poner al mismo nivel emociones y razones. Aunque ambas formen parte de nuestra voluntad. Ahí entra, por ejemplo, la importancia de la Ley para la democracia.

Conclusión: en democracia la política ha dejado de estar manejada por la fuerza física. Esto es un gran logro. Pero también un reto. Nos toca aprender a gestionar las otras fuerzas: las emociones que vuelan libres y caprichosas.
Para evitar que se conviertan en nuestra peor pesadilla: las emociologías. Emociologías
En medio de la guerra de dossieres “Las patrañas de una España ficticia”