Pertenecemos a una generación a la que se nos exige (y nos exigimos) demasiado

¿Alguna vez habéis pensado en la cantidad de cosas que se nos exigen a nivel laboral y social a nuestra generación, a los que nacimos aproximadamente entre 1985 y 1995? Para empezar, somos una generación bisagra tecnológicamente hablando, crecimos con la Game-Boy de 8 bits y el internet lento y ruidoso del módem para adaptarnos a la tecnología punta de los smartphones y el ADSL, se puede decir que somos la primera generación “obligada” a reciclarse. En contraste, los niños de hoy en día llevan una tablet bajo el brazo y muchos de nuestros padres nunca han cogido un ordenador. Y en medio: nosotros.

Nosotros también fuimos la generación a la que se nos forzó a estudiar para “labrarnos un futuro”. Nuestros padres nos hablaban de la panacea de tener un título universitario para que, de repente, estallara una crisis económica de enormes dimensiones que se dejó sin oportunidades laborales a muchos licenciados imposibles de ser absorbidos por el sistema. Pero muchos de nuestros padres no estudiaron, por lo que era importante que nosotros sí lo hiciéramos, los estudios pasaron de ser un lujo a ser una obligación, nos los exigieron, ¿y quién se iba a imaginar cuál sería el resultado?

Y eso por no tener en cuenta nuestros conocimientos, que cuatriplican a la media de la generación anterior a la nuestra. Sabemos inglés, más o menos, sabemos lo básico de informática, sabemos lo básico sobre economía, sobre geografía, política, escribimos sin errores y somos más o menos resolutivos… Nos hemos pasado media vida en un aula “por nuestro bien”. Del colegio pasamos al instituto, luego a la universidad sin olvidar el trauma de selectividad, y cuando la universidad se acaba, el camino sigue, porque a nosotros se nos exige tener un máster especializado y un doctorado si hace falta, que hay overbooking de licenciados. En contraste, a nuestros padres les ofrecían trabajar en una fábrica o un almacén si se acercaban a saludar.

¿Y qué me decís de los créditos? Mi padre, que es un pequeño empresario, llegó a pedir créditos al banco llamando por teléfono a la sucursal. Por el contrario, que nos den a nosotros un crédito es algo digno de celebrarse. Los bancos no se fían de nosotros, porque no somos solventes y porque nos ha tocado vivir una situación financieramente complicada. Y digo nos ha tocado, porque todo esto es cosa de suerte, de la de haber nacido en una época o en otra, no tiene más.

Pero esto no acaba, aquí, ojalá, porque las “exigencias” sociales son igual o más grandes que las laborales.

Vivimos en el mundo de la imagen donde no debes tener ni un gramo de grasa para ser cool, para resultar atractivo a las chicas/mujeres o para ser aceptado en el trabajo. Las lorzas están pasadas de moda, y hay que tener el cuerpo de Hugh Jackman e ir al gimnasio con regularidad y, si es posible, contratar a un “personal trainer” (qué manía tiene nuestra generación con los anglicismos) que nos convierta en atletas en el menor tiempo posible. Por el contrario, nuestros padres vivieron y se relacionaron de forma más natural y diría que también más sana, donde tener “barriguilla” era de lo más normal y cosas como la anorexia o la vigorexia estaban mucho menos presentes o eran casi inexistentes.

Y eso por no hablar de nuestra sexualidad, desorbitadamente inflada por culpa de la pornografía y la estandarización del sexo. Nuestros padres tenían relaciones sexuales más naturales y espontáneas mientras que nosotros nos vemos influenciados por las escenas sexuales que no dejan de ser una actuación, pero a las que tomamos como una realidad. Mientras que para nuestros padres el sexo era experimentar y divertirse, nosotros tenemos que hacer todas las posturas raras que vemos y probar cosas que por propia iniciativa probablemente nunca haríamos. Luego hay gente que se queda sola o que siempre se siente insatisfecha, y quizá esa sea la gran lacra de nuestra generación: la insatisfacción.

Nuestros padres eran felices con poco, nosotros nos sentimos insatisfechos por todo. Aunque quizá la culpa también la tienen nuestros padres, por hacernos creer que una vida tan simple como la suya no merecía la pena y que teníamos que aspirar a más. Y en eso se basa la filosofía de nuestra generación: en aspirar a más. Qué triste es que nos haya pillado el decrecimiento económico global en mitad de nuestra vida, cuando nos habían llenado la cabeza con contratos fijos y casas grandes.

¿Y qué me decís de las vacaciones? Para nuestros padres irse de vacaciones era estar en la playa o en el pueblo dos o tres semanas jugando a la brisca y bañándose, luego cuando regresaban al trabajo estaban totalmente descansados. Para nosotros las “vacaciones” son como un trabajo más, nos vamos a un sitio muy lejano como a Londres, alguna parte de Europa, Tokio o Indonesia y nos hacemos un esquema de actividades y sitios en los que estar durante el tiempo que pasamos allí. Nuestro objetivo es visitar cada lugar, cada calle, iglesia, bar famoso, lo que sea… y por supuesto hacernos fotos en todos los lados para exponerlas en Facebook o Twitter y que nuestros amigos se mueran de envidia al vernos en el quinto pino. Cuando volvemos al trabajo, al contrario que nuestros padres, sufrimos de jet-lag, estamos físicamente hechos polvo y padecemos de depresión post-vacacional.

En general, el nivel de exigencia hacia nosotros es y ha sido enorme, a nosotros nos ha tocado cargar con el peso de la crisis, de la falta de oportunidades para los jóvenes y de la dura realidad que esperaba después de años quemándonos los párpados bajo un flexo. En el futuro, no sé si lejano o cercano, probablemente casi todo el mundo hable fluidamente tres o cuatro idiomas, tenga cuerpos esculturales y haya estado en medio mundo, pero quizá nunca sean tan felices como lo fueron nuestros padres llevando vidas simples. Y en medio: nosotros.

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