Perderse (en) el horizonte. Blanchot y la conquista del espacio
Fuente: http://quotesgram.com/

 

El hombre no es un fragmento del mundo, es asimismo amo y esclavo de este mundo.

Heidegger, Conceptos fundamentales de la metafísica.

 

En un breve texto de 1964, Maurice Blanchot (Devrouze, 1907-2003) comentaba en “La conquista del espacio” (en Escritos políticos, Acuarela & A. Machado, 2010) la llegada de Yuri Gagarin al espacio exterior, una pericia técnica exitosa que era más que un experimento con otro animal sometido a las inclemencias del espacio exterior.

Blanchot vio en ese momento, en ese hito, la ruptura del animal humano con el lugar, con un lugar que, hasta entonces, era definido por la “pertenencia” a la gravedad del planeta Tierra:

«El hombre no quiere abandonar su lugar. Dice que la técnica es peligrosa, que amenaza su verdadera relación con el mundo, que las verdaderas civilizaciones son inmutables, que el nómada nada adquiere. ¿Quién es este hombre? Cada uno de nosotros cada vez que nos sometemos a la gravedad.»

Más allá de la discusión infinita sobre modelos civilizatorios nómadas o sedentarios, Maurice Blanchot señalaba en este texto la difícil relación humana con la técnica: un elemento de arraigo, pues es incuestionable su participación en el sedentarismo, en el desarrollo de una relación-con-el-mundo; y al mismo tiempo del desarraigo más radical, literalmente del corte en las raíces de ese “hombre árbol”, como decía Bataille, y que lo eleva hasta una altura en la que la altura ya no configura una dimensión espacial contextualizante; tan alto, que la altura parece ser simplemente un homenaje al lugar de origen.


En un breve texto de 1964, Maurice Blanchot (Devrouze, 1907-2003) comentaba en “La conquista del espacio” (en Escritos políticos, Acuarela & A. Machado, 2010) la llegada de Yuri Gagarin al espacio exterior, una pericia técnica exitosa que era más que un experimento con otro animal sometido a las inclemencias del espacio exterior.


Quizás Blanchot equivocó el término al hablar de un “sometimiento” a la gravedad, pero esa equivocación nos permite repensar la forma en que aprehendemos nuestro “sometimiento” a la gravedad. Precisamente, ¿en qué momento podríamos decirnos “sometidos” a la gravedad? La técnica juega en ello un papel fundamental, no solo da nombre a “eso que nos mantiene pegados al suelo”, sino que describe su funcionamiento como algo que ata a la Tierra a los objetos que en ella habitan; sin la gravedad terrestre, flotaríamos en el vacío del espacio de forma caótica, buscando siempre un centro gravitacional de referencia. La gravedad, la “ley” de la gravedad, referencia fundamental para construir una situación espacial, es lo que nos mantiene atados a este planeta y a la forma espacial de vivirlo, pero también aquello que debemos desentrañar para abandonarlo. Blanchot ve temblar al humano acostumbrado a la acogedora gravedad de la Tierra, aquello que tanto le “oprime” es también aquello que ha permitido su desarrollo tal y como lo conocemos, y el último horizonte a superar para llegar hasta el lugar sin horizontes.


Blanchot ve en Gagarin flotando en el espacio la ruptura de la humanidad con el lugar en tanto que lugar-en-la-Tierra, «un espacio sin ser y sin naturaleza que no es más que la realidad de un cuasi vacío mensurable»


El espacio ya no será eso que habitamos y atravesamos los humanos con pasmosa indiferencia, ahora será el nombre genérico para ese aparente vacío por el que se mueve, también con pasmosa indiferencia, nuestro planeta. «Vivir es pasar de un espacio a otro haciendo lo posible para no golpearse» decía Georges Perec, ¿cómo se transforma una frase como ésta con la salida de la Tierra?

Blanchot ve en Gagarin flotando en el espacio la ruptura de la humanidad con el lugar en tanto que lugar-en-la-Tierra, «un espacio sin ser y sin naturaleza que no es más que la realidad de un cuasi vacío mensurable»; un espacio en el que las referencias espaciales, ligadas al hábito a la gravedad terrestre, pierden pie (y pierden la cabeza).

El humano, “sometido” a la horizontalidad terrestre, a esa insistencia en mirar hasta donde alcanza la mirada, se vuelve, en el espacio, un humano sin horizontes, y la pregunta temerosa del terrestre: ¿es que hay ser humano sin horizonte?

Años más tarde, en 1993, Jean-Luc Nancy publica El sentido del mundo (Le sens du monde, Galileé; hay trad. en castellano en La marca ed., 2003) dos breves textos que encuentran palabras para el vacío espacial y silencioso en el que dejó Blanchot la cuestión del espacio; “Espacio: confines” y “Espacio: constelaciones”.


Igual que Maurice Blanchot veía en la salida al espacio la pérdida del horizonte (geográfico y espacial, pero también humano), Nancy ve en ello un retorno a la errancia, un viaje que se viaja solo para seguir viajando, sin punto de llegada y con un punto de partida que ninguna anamnesis podría recuperar


Nancy se propone tomarse en serio el espacio, ese que está fuera de nuestro mundo pero que habrá que comprender también como parte de todo mundo que quiera ser habitado por seres humanos. En un fragmento memorable, describe así todo eso a lo que se enfrenta el humano que deja de ver las estrellas solamente desde la Tierra:

«El mundo también debe comprenderse según la apertura cósmica del espacio que nos toca: esta constelación de constelaciones, amasijo o mosaico de miríadas de cuerpos celestes y de sus galaxias, sistemas de torbellinos, deflagraciones y conflagraciones que se propagan con lentitud fulgurante, la velocidad en cuanto inmóvil de movimientos que atraviesan el espacio menos de lo que lo abren y menos de lo que lo espacian a él mismo en sus móviles y sus mociones, universo en expansión y/o en implosión, red de atractores y de masas negativas, espacio-textura de espacios huidizos, curvos, invaginados o exo-gastrulados, catástrofes fractales, signos sin mensajes ni destinos, universo cuya unidad no es más que la unicidad en sí abierta, distendida, distanciada, difractada, desmultiplicada, diferida

Igual que Maurice Blanchot veía en la salida al espacio la pérdida del horizonte (geográfico y espacial, pero también humano), Nancy ve en ello un retorno a la errancia, un viaje que se viaja solo para seguir viajando, sin punto de llegada y con un punto de partida que ninguna anamnesis podría recuperar.


La ambigüedad de la técnica acompaña al humano en todos sus viajes, es su forma de habitar el espacio, su forma de crear un mundo en el que intentar vivir


Viviremos, a partir de entonces, la civilización del desastre, de la pérdida de los astros que, en el pasado, buscamos en el cielo para navegar a oscuras, para dar sentido al sentido, el del viaje y el camino, pero también el de la vida:

«El desastre es el del sentido: desamarrado de los astros, los astros mismos desamarrados de la bóveda, de su claveteado o de su puntuación titilante de verdad(es), el sentido se escapa para hacer sentido a-cósmico, el sentido se hace constelación sin nombre y sin función, desprovisto de toda astrología, al tiempo que dispersa también las marcas de la navegación, enviándolas a los confines.»

Larga vida al cosmonauta liberado de la “sumisión” a la gravedad, ¿de qué tipo serán ahora las sumisiones que debemos aceptar? ¿En qué medida la salida al espacio sideral descubre nuevas leyes que definen y posibilitan –u obstaculizan– la habitabilidad humana? ¿Qué arquitectura surgirá, capaz de dar forma, también, a la necesidad de una gravedad relativamente terrestre?


El humano se enfrenta por fin, al salir de la Tierra, a la ausencia de referencia, que ya no necesita.


Como el caracol, el cosmonauta lleva su casa a cuestas, lleva consigo una presión atmosférica que le permita sobrevivir, así como su oxígeno, su sostén vital. Toda la técnica humana de la habitabilidad terrestre, la porta en sí el astronauta, en algo como una versión mínima para sobrevivir a la falta de Tierra; todo lo aprendido para vivir a en la Tierra, puesto al servicio de su abandono, ¿acompañará siempre esta “condición terrestre” al astronauta sin horizontes? Blanchot, finalmente, se compadece del cosmonauta:

«La condición del cosmonauta es, en muchos aspectos, digna de compasión: un hombre que es el portador del sentido de la libertad y que, sin embargo, jamás ha estado más preso de su situación; liberado de la pesantez y el más pesado de los seres; de camino a una madurez y envuelto en sus pañales científicos, como un recién nacido de otro tiempo (…).»

La ambigüedad de la técnica acompaña al humano en todos sus viajes, es su forma de habitar el espacio, su forma de crear un mundo en el que intentar vivir, ¿serán nuestros cosmonautas capaces de dominar esa tensión? ¿Será posible algo así sin un horizonte al que mirar, sin días que pasen y sin un sol alrededor del cual girar?

El humano se enfrenta por fin, al salir de la Tierra, a la ausencia de referencia, que ya no necesita. ¿Morirá el Sol para nosotros, como referencia fundamental, qué medidas de tiempo esperan al cosmonauta? Con la salida de la Tierra, el humano abandona lentamente el tiempo de los humanos y se enfrenta, errante, a un tiempo que, esta vez, no podrá pertenecerle.

Ícaro
“Icaro”, técnica mixta sobre lienzo, 2008, Santiago Caneda Blanco

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