Obsesión

Solamente un hombre atormentado. Eso era lo que se podría ver a través de las ventanas del séptimo piso del edificio, de la cara oeste, que daban al despacho de un hombre entrado en la madurez, en declive  después del colapso de la virulenta juventud.

Desmadejado sobre el sillón sostiene en su mano un vaso de coñac, con la mirada desenfocada sobre la mesa pues parece que su alma ha dejado de habitar el mundo de los hombres y las mujeres; se encuentra perdido en las arenas del tiempo, en las playas de su historia, una historia que nunca vivió plena, de la cual nunca fue su actor principal. Un simple espectador de primera fila en su propia obra. Más muerto que vivo. Su mente en el mundo de los sueños y recuerdos, su cuerpo bajo la agonía del que ha errado y no se
despide por cobardía.

Sobre la mesa, dos objetos: una carpeta de cartón marrón sin abrir y su arma reglamentaria.

30 años antes

No sabíamos que ese día en concreto iba a ser clave para entender el devenir del país los años futuros, sin embargo, ¿hubiéramos actuado de forma diferente de haberlo sabido?, ¿lo hubiéramos creído posible?

Esa mañana nos avisaron de que un grupo de jóvenes estudiantes en respuesta a las presiones intervencionistas del país de “las bandas y estrellas” en el gobierno del Sha, acabara de entrar en la embajada norteamericana.

Allí, frente a la embajada de EE.UU, me encontraba junto a otros compañeros del Cuerpo, pero no sabíamos bien para qué, pues nuestras órdenes no eran claras. Hacia menos de un mes que había sacado mi plaza y abandonado mi pueblo para ir a la capital. Un jovenzuelo de provincia imberbe, obnubilado por las luces y no tanto, por las tinieblas de la ciudad imperial, incapaz de entender en ese momento los entresijos de la política que se fraguaban en todos los estratos de la sociedad como un fuego sediento de rebeldía que no encontraba fin.

Ella era parte de ese fuego.  No podíamos acceder al interior del recinto por la fuerza, de forma que para evitar heridos el comisario pidió negociar con alguno de los líderes del movimiento estudiantil. A la puerta se acercó una joven de cabello cobrizo y piel nívea portando una arma poderosísima, un micrófono, que usaría como nadie  que hubiera visto o escuchado jamás para llegar a los corazones de todos los allí presentes, anidando en el mío del que nunca más se iría. Sería la primera de las muchas veces que la vería.

La juventud combativa contra los duros años del Sha se rindió a la bandida que parecía representar el ideario de la revolución, mas hubo quienes carcomidos por la envidia quisieron despreciar su labor atendiendo a la vida privilegiada de la joven cuya familia era cercana al cacique.

Meses más tarde con la llegada de la lluvia volví a verla, en esta ocasión en un lugar lúgubre y húmedo del cual brillaba cual estrella tras las rejas. Había sido detenida.

La alegría revolucionaria duró poco, exactamente el tiempo hasta que los líderes socialistas empezaron a caer y Jomeini regresó de Paris aupado por extremistas que hasta ese momento no controlaban la revolución que derrocó al Sha. El país se había convertido en un lugar peligroso para los soñadores.

La juventud rebelde y combatida que había estado a punto de saborear su sueño, la libertad, incapaces de renunciar a lo que empezaban a tocar con los dedos regresaban a la clandestinidad para organizarse en un contra golpe.

Aquella tarde llegaba algo apurado a comisaria, además ese día me tocaba también guardia durante la noche. Todo apuntaba a que sería un largo y anónimo día, pero no fue así. Entrada la noche escucho tumulto en la entrada, provocando mi atención hacia el lugar al que me desplazo algo intrigado. Allí estaba ella. La acababan de detener por lo que parecía, esposada y custodiada por un guardia a cada lado, sin embargo, nada ensuciaba su semblante. Estaba ante una majestuosa sultana, que no teme a nada ni a nadie.

-Chico, tómale declaración. No te dará problemas esta esposada y nos tenemos que ir. Nuestro turno se ha acabado. – Me ordenó mi superior apresuradamente.

Simplemente asentí.

Entre a la sala de interrogatorios y lo que primero vi fue su sonrisa, pero hice como si no viera nada y me senté para empezar cuanto antes. Ingenuo pensaba en acabar cuanto antes sin comprender que no podría jamás olvidar el incidente.

Azahara

Ese era su nombre como leí en su pasaporte. Entre sus enseres estaban una mochila que abrí delante de ella, su cartera, llaves y una libreta.

-¿Señorita, son suyas estas cosas?- Le pregunté.

-¿Usted que creé señor agente? No hablaré nada si no es en presencia de mi abogado. – Me contestó la picaruela con una media sonrisa, pero ahora desde una distancia más reducida veía en sus ojos lo que sus labios enmascaraban y su voz mentía. Miedo. Su miedo.

Decidí dejar por zanjada la discusión y le dejé un teléfono para que llamara a su abogado, a la mañana siguiente ella ya no estaría allí.

Tras dejarla en los calabozos procedí de forma mecánica a guardar sus pertenencias para no contaminar la cadena de custodia de la prueba, quería hacer bien mi trabajo, sin embargo, algo me llamó a abrir la pequeña libreta de cuero negro.

Diario de la revolución

Mi corazón se empezó a acelerar. Durante horas leí su diario, lo más secreto de su alma. Conocí su vida y la entendí a ella. Estaba implicada en organizaciones comunistas opositoras, si el diario llegaba al juez sería condenada a una larga agonía en prisión y si tenía suerte a un rápido fusilamiento por espionaje y rebelión. ¿Cómo podría perdonarme ser la causa de su caída? ¿Cómo ser parte del sistema que acabaría destruyendo a un ser tan noble? ¿Acaso no dice Dios que respetemos a los seres puros de espíritu? ¿Qué hay más noble y puro que arriesgar la propia vida por una causa altruista, por el bien general? Lo mejor sería que yo lo guardara, algo dentro de mi buscaba razones para no devolvérselo.

Esa noche no pude hacerlo, no fui diligente en mi trabajo, porque no podía verla morir de enfermedad, física y psíquica en una prisión de alta seguridad.

Fue liberada sin cargos, había sido detenida por resistencia a la autoridad cuando los guardias del orden público habían intentado que se cubriera la cabeza. Mi silencio cumplió su cometido.

El chivatazo

Días más tarde se detuvo a un joven que amedrentado por la situación y para librarse de ser encausado confesó los nombres de sus compañeros de colectivo y sus domicilios.

Así fue como de nuevo, ella volvió a mi calabozo. Cuando lo supe fui a comprobar que estaba bien, porque durante las detenciones de terroristas siempre se empleada la violencia y la brutalidad.

Estaba sentada en una esquina del camastro, apoyada contra la pared y parecía dormida. Algo no marchaba bien, porque al oírme llegar no había cambiado el gesto, tenía los ojos abiertos pero parecía ausente.

Me arriesgué a ser descubierto en mi secreto y entre en su celda. No me importaba quien fuera ni por qué estaba allí, sólo quería asegurarme que estuviera bien, pero desgraciadamente no lo estaba.

Tenía mucha fiebre y moratones negros en las costillas, no pasaría de esa noche si no la veía un medico, aunque que más daría si al final acabaría muerta a manos de los guardianes de la “moral” tras arrancarle una confesión  fácilmente en su estado, casi no necesitarían torturarla. Su ángel sería dañado en lo más profundo de su consciencia, su alta rota en mil pedazos y su cuerpo asesinado. No podía permitirlo.

Y pude llegar a tiempo, cuando regresé tras buscar una salida, aun estaba con vida, pero su salud había empeorado. Inmersa en sus delirios no se dio cuenta que introduje en su boca unas hiervas que a modo de poción disminuirían sus constantes vitales hasta hacerla parecer fallecida.

Cuando parecía que todo seguía su curso, salí corriendo para avisar a mi superior. Todos sentimos que alguien tan joven perdiera así la vida por el delirante derecho a soñar.

La huida.

Sacarla del país fue sencillo. Esa misma madrugada tras rescatarla de la morgue conduje con ella hacia al norte, como no podíamos ser vistos en el control fronterizo, cruzamos en un pequeño barco alquilado por una zona no vigilada.

Cuando la dejé en tierra firme llamé a una ambulancia. Por fin, podía volver a respirar tranquilo pues allí viviría a salvo.

Hoy

En su mente brillaba la sonrisa que le dedicó mientras la acomodaban en la camilla, parecía como si hubiera abierto los ojos para despedirse, como si supiera que la había ayudado y quisiera verlo una última vez. ¿Quién sabe? O tal vez sean los delirios de un loco.

Tristemente no se quedó a ver si se recuperaba, y eso, acongojaba su alma, hasta el punto de décadas después contratar a un investigador privado para volver a tener noticias suyas.

Despertando de su ensoñación de tiempos lejanos abrió el informe sobre la mesa. Viva. Ella estaba viva pero no recordaba nada de su pasado.

Sintió como su alma moría. Él, que quería darle la forma de ser libre, de vivir plenamente, había robado sus recuerdos. ¡Qué somos nosotros sin recuerdos ni sueños!

Por esta razón empezó a escribir lentamente en el folio, quería devolverle mejor tarde que nunca la vida de la que él y las circunstancias la privaron.

Junto a la carta pulcramente doblada en el sobre introdujo un pequeño diario de cuero negro gastado por el uso, expiró y liberó su cuerpo de su cárcel de amor u ¿obsesión?.

Papelitos de colores

 

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