Cada noche se internaba en la playa con uno de esos radares… ¿Cómo se llama? ¡Ah, sí! ¡Un detector de metales! Con el objetivo de buscar aquellos objetos que se hubieran podido perder durante el día. Pues bien, en aquella ocasión pensó que la fortuna le sonrió cuando detectó algo bajo la arena: un anillo. Así que tiró de él. No obstante, se le heló la sangre cuando descubrió que la sortija aún pertenecía a un dedo.