Así como la Cibeles en Madrid, la Minerva en Guadalajara o el fálico Obelisco en Buenos Aires, hablan como significante simbólico de sus habitantes, en la Ciudad, Corrientes, en la que fui arrojado a la existencia, existen dos monumentos, que surcan nuestras avenidas, erigidos en sendas circunvalaciones que manifiestan, las dos caras no sólo de nuestra historia, sino de nuestra actualidad, que determinantemente nos negamos a tratar de comprender o al menos verbalizar.
En una, como homenaje a los 400 años de la Ciudad, está el adelantado Juan Torres de Vera y Aragón, para quienes no tienen el gusto de saber el mito fundacional, se nos hizo creer que el fuerte español, donde lógicamente, reinaba una cruz, fue atacado por indígenas, aborígenes o hermanos originarios (por acá vivían los Guaraníes) y de repente, por obra y gracia divina, Dios, hace estallar un rayo, calcinando a los atacantes, sí, aún se nos dice que Dios, no sólo permitía que se matara en su nombre sino que él mismo mataba. Claro que sigue siendo más razonable creer que ese fuego que último a los Guaraníes provenía de un arcabuz conquistador, pero historias son historias.
No tengo el dato pero Don Juan Torres de Vera y Aragón tendría que tener un monumento también en España, en lo posible en Madrid, en la Alfonso XII, por no decir la Gran Vía o en el Barrio de Salamanca. Es que gracias a su barbárica tarea, gracias a su espada empapada en sangre hoy sus descendientes pueden discutir civilizadamente, sí el de coleta es más revolucionario que el de anteojitos. Nosotros los descendientes que quedamos aquí en estas tierras que nuestros ancestros conquistaron o destruyeron, nos tenemos que conformar con la posibilidad de un pasaporte por descendencia. No señores los súbditos de la corona seguimos siendo todos. Este terruño conquistado, también debe ser nutrido de euros y de índices sociales europeos. Es muy fácil decirse de izquierdas y no asumir que han expulsado a unos cuantos de los suyos porque no alcanzaba para vivir y ahora, a los descendientes, no nos quieren reconocer tamaña gesta, tamaña contribución a la corona, que les permite a los españoles de primera no formar gobierno durante un año por meras cuestiones semánticas.
El segundo monumento es al Comandante Andresito, un Guaraní, conquistado espiritualmente por los europeos, dado que respondió a los intereses Jesuitas, pese a que combatió contra los realistas en Paraguay, para luego contrarrestar los avances luso-portugueses. Dio una batalla contra facciones que respondían a intereses políticos unitarios, de allí que gobernara por un año en esta Ciudad, bajo patrones que hoy se entienden como progresistas (libertad a esclavos aborígenes, reparto de tierras). Sin embargo, Andresito, en lo que se pudiera entender como una reivindicación, fue al unísono, nuevamente ultrajado, tal como lo hicieran desde la compañía de Jesús, como en el olvido al que lo confinó la historia oficial. El mismo espacio político que decidió rescatarlo de las fauces de la indiferencia, para insospechadamente obtener licencia de corso para hacerse con el erario público a costa de un relato progresista, llamó al concurso para que la Ciudad de Corrientes, tuviese su bandera. Ganó un diseño en donde al color de la bandera nacional (el mismo que de los Borbones) se le agrega el rojo de los federales (con una supuesta continuidad en los lineamientos populistas) y en este caso de Corrientes, siete puntas de que son los accidentes geográficos de la Ciudad a la vera del río. Inexplicablemente, autoridades eclesiásticas, se quejaron de que el diseño no contemplaba la Cruz, sí esa mediante la cual Dios asesino a los Guaraníes mediante un rayo. Tal como no podía ser de otra manera, se introdujo la Cruz. Andresito volvía a ser el rebelde ajustado a las normas, el rebelde que necesariamente justifica el orden absoluto de una autoridad que se exceda, en nombre del dios ajeno y de las buenas costumbres que llegaron de los barcos.
Por tanto, nuestros dos monumentos contrastantes nos señalan a las claras esto. Ni somos parte de la corona, pese a haber ultrajado a toda una civilización, tanto material como espiritualmente, ni tampoco tenemos la decisión, el arrojo o los cojones de hacernos con nuestra verdadera concepción de los hechos.
Seguramente, estamos esperando que nos vengan a decir que hacer, con cuál de los monumentos quedarnos, tal como cuando en nombre de la libertad se invadió a Irak transmitiendo en vivo como tiraban los monumentos de Sadam.
Mi Ciudad que pertenece a la fantasía política de un país, como de un continente, es de acuerdo a las estadísticas, una de las más pobres, desde hace tiempo, la mayoría se ufana de hacer algo contra esta pobreza, sin embargo, de la pobreza conceptual nadie dice nada. Probablemente los que la padezcan, nuestra clase dirigente, cuando dejen de adolecer de esta probidad como para propender al entendimiento de ciertas cuestiones, tengan más posibilidades de diseñar políticas públicas que generen mejores resultados.
Mientras tanto los monumentos dicen quiénes somos o quiénes preferimos no ser. Y dentro de esta incertidumbre, que es la expresividad a la cual en verdad deberíamos ensalzarla o erigirla, monumentalmente.
Tanto el axioma, también conocido como relación de indeterminación, es aplicable a la física (al punto que es el punto de partida de la partición entre la clásica y la cuántica) como la frase, de poesía filosófica, que retoma una de las aporías filosóficas modernas, del Olvido del Ser, no dejan de ser analizables, coordinadas, como elementos que surcan nuestras cotidianidades occidentales.
Cuanta mayor certeza se busca en determinar la posición de una partícula, menos se conoce su cantidad de movimientos lineales y, por tanto, su masa y velocidad. Este principio fue enunciado por Werner Heisenberg en 1925 y es conocido como el principio de incertidumbre. Asimismo el contundente olvido del ser, pronunciado y profesado por el también Alemán, Heidegger, cuestiona en forma sustancial y elemental la propia historia de la metafísica, por no decir la historia misma.
No existiría base de sustentación alguna, por la cual podamos afirmar que pisamos sobre terreno firme, sin que en tal construcción de la superficie, establezcamos, parámetros, absolutistas y arbitrarios, para tal fin, que en definitiva, resulten mucho peores, en todo sentido, para la humanidad, que soportar, tolerar y asimilar que vivimos en la desesperación de lo que no tiene lógica o en el desmadre de la descontemplación de la orfandad más omnisciente.
Resulta de una extrañeza proverbial, sin embargo, que en el campo de las ciencias políticas, no entendamos que a nuestra institucionalidad democrática, también le cabe y corresponde las generales de la ley de su naturaleza incierta y que desde los Griegos a esta parte, hemos caído en un sustancial olvido de lo democrático, hemos suplantado su teleología conceptual, por resultados cosificados que nunca podrán ser traducidos como tales.
La carrera insensata por el diez escolarizado, el que proviene de la historia vergonzante que destruyó con fines y la unicidad de un dios, misiones, mediante, la tierra sin mal, el mismísimo edén más allá de su semántica. El cordero sindicado como tal, que se descarría cuando se sale de este absurdo laberinto, que supuestamente garantizaría, trabajo, dinero y felicidad. Animalejo al cuál se lo enajena de su capacidad de pensar y razonar, para enfilado, encolumnado, manso a rebencazos, se lo conduzca, obediente a la cámara de gas, al matadero que dan en llamar las horas reloj para cumplir tareas autómatas, vanas, cuando no, armas eficaces en pos de profundizar un atroz ecocidio. En las raras excepciones de felicidad formal, hacerlo cantar en el templo, vestido como se lo demandan, con el blanco reluciente, al son del villancico, o en los tiempos discordantes, también de riguroso blanco, al enfermarse su cuerpo, en la clínica o el hospital, o en el peor de los casos, sí enferma de actitud o de comportamiento, recluido en la negrura desquiciante de la prisión.
Plantarse con algo que sea parecido a un camino propio, a una aventura no tan trillada, a un sendero poco explorado, es pegar ese salto al vacío, que da derecho a todos y cada uno de los transeúntes de esta vida, que te señalen con todos y cada uno de los epítetos que alguien les haya enseñado en alguna de sus aburridas y autómatas clases para que terminen siendo todos iguales y cortados por la misma tijera, diseñado por un único molde.
Está mal visto, hacer política desde un lugar que no sea un partido, como periodismo desde una empresa que no sean las existentes, también filosofar políticamente, sin estar sujeto a los teóricos que señorean desde hace años tanto en universidades como en movimientos ideológicos. Esta tan mal visto que ni siquiera te dan el me gusta en la red social, como sí lo harían con el cuerpo escultural, en tiempos en donde se dice estar contra la cosificación y la materialidad. Esta tan mal visto, que sólo se redimirán ante tu testimonio en la vida, como si fuese que uno buscase autoridad, cuando corporalmente, y digan pobrecito, no tuvimos tiempo de comprenderlo o de valorarlo. Esta tan mal visto, que lejos de invitarte a sus eventos, culturales, de pensamiento o sus supuestos espacios reflexivos en donde comunican, sus reiteradas sandeces insustanciales, sus matices insensatos de egos insaciables, hacen todo lo posible, para excluirte, para hacerte a un lado y hasta agachan la cabeza, al cruzarte, para no darte el gusto de su saludo, como si para uno, esos rostros iguales, significase algo importante o interesante. Esta tan mal visto, que sólo te dan esa doble tilde azul, haciéndote entender que no tienen ninguna respuesta para lo que propones, ofreces, pensas o consideras, en relación a un tema público al que le hayas dedicado tiempo, traducido en una iniciativa o proyecto.
No hay respuestas, claro, no debería haber palabras tampoco. Ni logos disuelto ni poético. Ni olvidos de ser, ni tampoco el olvido democrático, de pretensiones vanas de que el hombre, puede ser todos los hombres en diferentes planos y tiempo.
Esto ya ha sido escrito, como refutado. Sigan con el manual, nosotros continuaremos, lateralizados, donde reverdece todo lo que no es, no ha sido, ni será, y que por tanto, nunca ha tenido principio, ni tampoco, tendrá final, mucho menos una lógica entendida en los términos aprisionados y esquematizados que no permiten al humano, ser.