La situación política de los EEUU está en mejores condiciones que nunca para que gane una mujer las elecciones presidenciales.
La candidata demócrata puede absorber los votos de los republicanos porque el candidato elegido por este bando no es idóneo. Los barones republicanos ya escenificaron su protesta y no votarán a Donald Trump. No les parece serio el representante tan estereotipado y aplaudido que salió elegido. Con todo lo que ocurre en el partido republicano sale beneficiado su oponente, cuya candidata es Hillary Clinton.
Quizá tuvo que ocurrir toda esta contingencia para que por primera vez haya una presidenta, por fin. Lo cierto es que Hillary reúne las condiciones para ganar porque es hija de un republicano a la vieja usanza, es la mujer de un expresidente demócrata, tiene experiencia en la Administración como secretaria de Estado y salvó a su marido del impeachment. ¿Puede una sola persona sobreponerse a todo esto? No, solo Hillary. El electorado puede que vea que es merecedora de llegar a lo más alto para completar el círculo que se le pondrá sobre su cabeza como mártir y mito en el cuadro de honor de los venerables.
El país necesita luchar por un sueño (I have a deam) y esta vez el objetivo es convertirla en algo insólito y deseable. Los americanos votarán contra Donald Trump y a favor de Hillary, es una contingencia que le beneficia. Lo difícil se convertirá en valioso, y ella sabe lo que le costó llegar a largo de su carrera como política y como mujer. Toda candidata necesita un hombre detrás que le haga la puñeta para auparla al sillón deseado, y ese es el candidato republicano más votado en las primarias, el estereotipado.
No solo se elige a una mujer para ser la primera presidenta de los Estados Unidos, se elige a una personalidad compleja, con contradicciones propias para ser denostada y alabada a la vez. Una persona que pasará a la historia con el calificativo de “primera mujer” después de haber sido “primera dama”, y seguramente su trabajo será analizado con lupa por unos y otros, pero nadie quedará indiferente, porque ella no es George Bush, y no le perdonarán tantos y tantos errores cometidos por presidentes planos. Ella es inteligente y, como es mujer, la estarán esperando para lanzarle todo tipo de preguntas incómodas al menor error que cometa.
Hillary tampoco es Bill, el expresidente que pudo cambiar el curso de la historia con un simple speech bien estructurado y en el peor momento de su vida política. No, Hillary tendrá que hacer confluir una serie de circunstancias alrededor de sus actos y la coyuntura no se resolverá entre blanco o negro, ella tendrá que poner en juego los matices y las múltiples variantes que confluyen en su persona. Solo saldrá adelante si consigue sobreponerse a todos los obstáculos que se le irán presentando en el camino.
Con todo, el mejor candidato republicano y demócrata es ella. Reúne las características de los americanos y cada uno de los votantes verá en esta mujer algo personal y valioso. Esta vez, sí.
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