MACROGRANJAS EL AUSCHWITZ ANIMAL

Muchas personas en estos tiempos solo ven a los animales, una vez despiezados, envasados en bandejas y en los mostradores de productos cárnicos de los supermercados. Desconocen o prefieren desconocer cómo es la vida de estos seres vivos. A diferencia de las tradicionales mascotas (perros, gatos, pájaros, etc.), para los animales de granja no hay caricias ni atenciones, su destino está marcado desde su nacimiento: producir sin parar y acabar convertidos en bistecs o carne picada.

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 «Alberto Garzón quiere que el público reconozca el impacto de las macrogranjas en el medio ambiente y cambie sus hábitos alimenticios Los españoles deberían comer menos carne para limitar la crisis climática, dice el ministro» The Guardian.

El ministro de Consumo, Alberto Garzón, ha sido objeto de una campaña de desprestigio a nivel masivo tras una entrevista con The Guardian, publicada el pasado 26 de diciembre de 2021, objeto de tergiversación por el lobby de muchas grandes empresas que promueven las macrogranjas y representantes del sector alimentario, así como por políticos de la oposición (también del PSOE) y medios de comunicación afines a la derecha, hasta convertir el asunto en un auténtico bulo.

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ALGUNAS FRASES Y POSTURAS DE LOS POLÍTICOS

«Como presidente del Gobierno, expresar mi lamento sobre una polémica y creo que con eso lo estoy diciendo todo» (Pedro Sánchez, presidente del Gobierno, ante las declaraciones del ministro de Consumo en The Guardian). «Las macrogranjas no existen» (Pablo Casado, líder del Partido Popular, ante dichas declaraciones). Ataques, desautorizaciones y peticiones de dimisión al ministro de Consumo por las citadas declaraciones (Alfonso Fernández Mañueco, presidente popular de la Junta de Castilla y León, PP, VOX, Ciudadanos en pleno, Javier Lambán, presidente socialista del Gobierno de Aragón, Emiliano García-Page, presidente socialista de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha). «Un chuletón al punto, para mí es imbatible» (Pedro Sánchez, presidente del Gobierno, ante una anterior polémica surgida a raíz de la recomendación del ministro de Consumo de reducir el consumo de carne).

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ALGUNAS CIFRAS DEL SECTOR CÁRNICO

El sector dio empleo a casi 100.000 trabajadores y exportó por valor de 8.680 millones de euros en 2020 (Asociación Nacional de Industrias de la Carne de España -ANICE-) y su cifra de negocio alcanzó los 27.959 millones, representando el 2,32% del PIB español. La cárnica es la cuarta mayor industria del país (por detrás de la industria automovilística, la industria del petróleo y combustibles o el suministro de energía, y junto a sectores como las industrias química o metalúrgica), según ANICE. Es innegable que estamos ante uno de lobbies más poderosos e influyentes con que debe lidiar el Gobierno y nuestros políticos.

El sector cárnico está conformado por unas 3.000 empresas presentes sobre todo en zonas rurales; la mayoría son compañías pequeñas y medianas, pero también existen grandes conglomerados, dueños de bastantes macrogranjas, como Grupo Fuertes, Grupo Jorge, Incarlopsa, Grupo Vall Companys, Grupo Sanchiz, Mafresa o Piensos Costa, entre otros.

Según los datos de la encuesta de sacrificio de ganado del Ministerio de Agricultura, la producción de carne en España en 2020 fue de 7,6 millones de toneladas, una cifra récord que supone un aumento del 5,1% con respecto a 2019.

España es la mayor granja de cerdos de la Unión Europea con 31,2 millones de cabezas y cuenta con la mayor población ganadera de la Unión Europea. Con casi 56 millones de cabezas, nuestro país alberga el 19,1% de toda la cabaña ganadera de la UE (Eurostat).

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En nuestro país hay cerca de 1 millón de explotaciones ganaderas. Sin embargo, no se sabe cuántas de ellas son macrogranjas, un término que, aunque no existe oficialmente, debe aplicarse a las grandes explotaciones donde se acumulan miles de animales. En diferentes medios de comunicación se estima que, solo en granjas porcinas, hay alrededor de 3.000 grandes explotaciones, que podrían encajar en el término de macrogranja. Y que, en total, teniendo en cuenta todas las grandes instalaciones destinadas a la cría y engorde de animales comestibles, la cifra podría alcanzar alrededor de 7.100.

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La Unión Europea ha llevado a España ante la justicia por incumplir de modo reiterado los límites de contaminantes en aguas y suelo causados por los desechos agroganaderos.

MACROGRANJAS EL AUSCHWITZ ANIMALCALIDAD DE LA CARNE Y SU CONSUMO

La calidad de la carne de la ganadería extensiva (o tradicional) frente a la de la ganadería intensiva (o industrial) es muy distinta. La carne de un animal que durante su crianza puede pasear, disfrutar del aire libre, la luz solar y una dieta natural, sin tratamientos hormonales ni exceso de medicamentos y químicos, no es de la misma calidad que la de un animal que ha nacido y crecido dentro de un cubículo, atiborrado a antibióticos, estresado, engordado prematuramente de manera artificial y alimentado con el pienso que salga más económico.

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), una alimentación sana para las personas, como es la dieta mediterránea, declarada patrimonio inmaterial de la humanidad, es un patrón alimentario donde predominan los alimentos de origen vegetal y que de forma ocasional y modesta se puede completar, de modo opcional, con alimentos de origen animal. La OMS advierte que el consumo excesivo de carne, en particular de carne procesada y roja, trae asociados muchos problemas de salud, como el incremento del riesgo de padecer determinados tipos de cáncer (la carne procesada está clasificada como «cancerígena» y la roja como «probablemente cancerígena»), obesidad, diabetes tipo II, enfermedades cardiovasculares, enfermedades del intestino (diverticulitis) o enfermedades crónicas del hígado.

¿Se debería reducir el consumo de carne en España? Las recomendaciones de expertos nutricionistas y de la OMS, entre otros, dicen que no deberíamos consumir más de 300 gramos a la semana por persona. Actualmente estamos consumiendo 275 gramos por persona, pero no semanalmente, sino a diario. Es decir, consumimos 6’41 veces más de la cantidad recomendada. Pablo Pérez Martínez, director científico del Instituto Maimónides de Investigación Biomédica de Córdoba (IMIBIC), advierte de los graves perjuicios para la salud del excesivo consumo de carne en España y, en especial, el de las carnes procesadas y las de procedencia de macrogranjas.

LA GRAN TRANSFORMACIÓN AGROPECUARIA

En la revolución industrial se produjo una combinación sin precedentes de energía barata y abundante y de materias primas igualmente baratas y abundantes. El resultado fue una explosión de productividad, primeramente y sobre todo en la agricultura. Los campos y los animales fueron muchísimo más productivos gracias a fertilizantes artificiales, los insecticidas industriales y todo un arsenal de hormonas y medicamentos destinados al crecimiento y desarrollo artificial de los animales sometidos por el hombre. Los frigoríficos, los barcos y los aviones han hecho posible almacenar productos cárnicos durante meses y transportarlos rápidamente y a bajo precio al otro extremo del mundo.

LA VIDA DE LOS ANIMALES EN LAS MACROGRANJAS

En la época en que el Homo sapiens era elevado al nivel divino por las religiones humanistas, los animales de granja dejaron de verse como criaturas vivas que podían sentir dolor y angustia, y en cambio empezaron a ser tratados como máquinas. Los animales no escaparon a la ley de la oferta y la demanda, y a medida que el capitalismo iba imponiéndose en el mundo, se convirtieron en mercancía cotidiana del consumo humano. Los animales han acabado por producirse en masa en instalaciones que parecen fábricas (campos de concentración y de exterminio), y sus cuerpos son modelados según las necesidades industriales. Muchos de estos solo sentirán los rayos del sol cuando estén siendo transportados al matadero. Para su desdicha, pasan toda su vida como si fuesen ruedas de una línea de producción gigantesca, y la duración y calidad de su existencia están determinadas por los beneficios y pérdidas de las empresas. Incluso cuando la industria se ocupa de mantenerlos vivos, razonablemente saludables y bien alimentados, no tiene ningún interés intrínseco en las necesidades sociales y psicológicas de los animales, excepto cuando estas tienen un impacto directo sobre la producción. Ejemplo de ello es el sufrimiento que muchos polluelos de granjas aviares deben soportar en las cintas transportadoras. Los polluelos machos o los que son hembras imperfectas son extraídos de la cinta y después son asfixiados en cámaras de gas (como los judíos en Auschwitz), introducidos en trituradoras automáticas o simplemente lanzados a la basura, donde mueren aplastados. Cientos de millones de polluelos mueren cada año en estas granjas.

Pero las prácticas crueles no se aplican solamente en las granjas animales, también se aplican a millones de peces criados en piscifactorías, consideradas como las granjas del mar. Lubinas, doradas y truchas, tres de las especies más vendidas, viven y crecen en tanques donde se hacinan entre 100.000 y 300.000 ejemplares, siendo muchos los peces que mueren aplastados, o son directamente guardados en hielo donde se mantienen con vida durante varias horas, mientras otros son aturdidos con un golpe en la cabeza después de pasar varios minutos asfixiándose fuera del agua, mientras que a otros se les ata con una cuerda que va de las branquias a la cola, en una práctica que es requerida por algunas compañías para certificar su frescura.

Son muchos los que aún piensan que los peces no pueden sentir dolor, pero la ciencia ha demostrado que están equivocados y que está claro que son animales con emociones, con relaciones complejas, de gran inteligencia y memoria, animales que juegan y que pueden incluso resolver problemas.

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Las gallinas ponedoras poseen una naturaleza bastante compleja de necesidades de comportamiento e instinto. Sienten fuertes impulsos por explorar su entorno, buscar comida y picotear, determinar jerarquías sociales, construir nidos y acicalarse. Pero la industria productora de huevos suele encerrar a las gallinas en jaulas minúsculas, y no es extraño que metan cuatro gallinas en una de esas jaulas, cada una de las cuales dispone de un espacio de unos 25 por 22 centímetros de suelo. Las gallinas reciben suficiente comida, pero no pueden disponer de un territorio, construir un nido o dedicarse a otras actividades naturales. De hecho, la jaula es tan pequeña que a menudo las gallinas no pueden batir las alas ni erguirse completamente. Con las plumas arrancadas, el pico cortado, o pisando sobre los cadáveres en descomposición de sus compañeras, esa es la manera en que viven estas aves cautivas. Por lo general, la mutilación del pico se hace con una cuchilla caliente y resulta profundamente doloroso, y en muchas ocasiones deja a las aves incapaces de alimentarse durante días.

Las condiciones de hacinamiento de las aves cautivas provocan además problemas de osteoporosis, una pérdida de la estructura ósea, y la debilidad de los huesos puede llevar incluso a la parálisis y la muerte del animal. Pero el hombre busca sus huevos, y cuantos más mejor. Por eso, siguiendo las pautas capitalistas de la productividad, las gallinas han sido convertidas en máquinas de poner huevos, muchos huevos. Para lo cual se las suele alterar el ciclo natural de los días y las noches, haciendo con luz artificial que en 24 horas se puedan obtener más ciclos de día y noche, y de paso más huevos.

Las gallinas ponedoras viven de media unos 8 años, pero sólo ponen huevos de forma productiva durante los primeros dos o tres años de vida. Y, a nivel comercial, a veces no llegan ni a los 2 años. Cuando son productivas ponen aproximadamente un huevo cada 22 horas, o más si son sometidas a apagones y encendidos de las luces. A medida que se hacen mayores, van perdiendo frecuencia en su puesta, hasta que un día dejan de ser rentables para el negocio. Entonces, directamente las gasean con CO2 y las asfixian. Las meten en camiones o en contenedores y las llevan a vertederos, o las derriten para convertirlas en aceites y en otros productos que se utilizan industrialmente.

Desgraciadamente, en las granjas grandes, es frecuente ver a gallinas con lesiones e infecciones abandonadas a sufrir sin atención veterinaria. También a trabajadores amontonando bruscamente a las aves en jaulas o sacándolas de estas tomándolas con fuerza de sus frágiles alas, pateándolas y arrojándolas violentamente en los carros donde serán transportadas para el sacrificio, consistente en la decapitación o dislocación del cuello. Para las pobres gallinas, desde el momento en que rompen el cascarón hasta cuando son violentamente sacrificadas, su vida está rodeada de miseria y privaciones.

Tampoco los pollos se libran de padecer la misma cruel existencia carcelaria. Hacinamiento, falta de higiene, estrés y dolor están presentes en sus cortas vidas. Es normal que estos animales solo vean la luz del sol una vez en su vida: cuando van en el camión hacia el matadero.

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La esperanza de vida de estos animales se encuentra entre los 5 y los 10 años, dependiendo de la raza, sin embargo, la carne de pollo que encontramos en los supermercados procede de animales que cuentan apenas 41 días, así que en realidad son crías cuando son enviados a los mataderos. Para abastecer la demanda de carne de pollo, estos desdichados animales son forzados a crecer a un ritmo completamente antinatural. A través de la selección genética el ser humano ha creado la raza «broiler», de la cual procede la inmensa mayoría de esta carne. Estos pollos llegan a alcanzar en poco tiempo un peso 6 veces superior a su peso natural, lo que les provoca terribles sufrimientos como fracturas en sus patas al no poder sostener su propio cuerpo. Si un bebé humano creciera al mismo ritmo, en dos meses pesaría 300 kilos.

Los pollos son animales fascinantes sobre los que hay muchos falsos mitos. Contra las ideas generalizadas, cada vez más estudios demuestran su alta sensibilidad, así como su capacidad para resolver problemas complejos y transmitir conocimiento entre sus iguales cuando aprenden algo nuevo.

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La vida de los conejos no es muy distinta a la de los demás animales destinados a la industria alimentaria. El 99,9% de la carne de conejo que está en los supermercados proviene de granjas en las que los animales pasan toda su vida en jaulas. Las conejas madre son inseminadas artificialmente. En las granjas de engorde nacen los gazapos. Cada madre da a luz una media de 9 gazapos, de los cuales hasta un 5 o 10% del total mueren durante los primeros días, o son desechados. El ciclo de reproducción de las madres es de nueve partos, llegando a vivir entre 1 año y 1½, a pesar de que la esperanza de vida real de estos animales en condiciones normales ronda los 10 años. Se calcula que aproximadamente el 22% de ellos muere en las propias granjas, víctimas de enfermedades, heridas sin tratar, maltrato, estrés o debido a las deficientes condiciones higiénico-sanitarias.

Madre e hijos comparten jaula hasta que a los 21 días se desteta a las crías, que pasan a las jaulas de engorde, en donde permanecerán hasta llegar a los 2 kg. En cada jaula conviven diez conejos de engorde. A los 60 días alcanzan 2 kg de peso: momento en el que son enviados al matadero.

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En el sacrificio, algunos operarios los matan estampándolos contra el suelo o un hierro, o cortándoles el cuello estando conscientes. En otros casos, aunque se les aplica una descarga eléctrica para aturdirlos, muchos siguen conscientes porque se da la misma descarga con independencia del tamaño y la fortaleza del conejo.

En las granjas industriales pueden verse conejos con heridas abiertas, lesiones, mutilaciones, infecciones o el denominado «mal de patas» (inflamación de las patas producida al vivir en suelos de metal). Las escenas de canibalismo son frecuentes, no sólo entre madres e hijos, debido al hacinamiento en el que viven y al estrés que sufren. También son frecuentes las peleas entre conejos dentro de las jaulas.

Cuando hay un exceso en la producción y deben deshacerse de los conejos que se consideran no rentables se recurre habitualmente a prácticas como romper el cuello a los recién nacidos para que mueran asfixiados o tirar animales vivos que no van a ser utilizados a los contenedores de cadáveres, donde agonizan de hambre, frío o comidos por las larvas que surgen de la descomposición del resto de conejos.

El foie gras es un producto codiciado por los gourmets de medio mundo y su obtención exige sufrimiento y muerte. Para la elaboración de este manjar son utilizados patos y gansos recluidos en granjas industriales.

Los patos y gansos explotados para la producción de foie gras son sometidos a la agonía de una alimentación forzosa para que los granjeros puedan obtener una vez muertos, su hígado graso y enfermo por lipidosis hepática. Los animales son cebados a la fuerza con un tubo metálico que se les introduce por el esófago hasta su buche (estómago). El mero acto de forzarlos supone una agresión dolorosa que se evidencia cuando al extraerles el tubo arrojan una gran cantidad de sangre. En estado salvaje estos animales pueden vivir entre 10 y 15 años, sin embargo, en esta industria son sacrificados con sólo 4 meses.

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El sufrimiento de patos y gansos debido a estas prácticas se manifiesta de diversas maneras. Los patos ya no pueden volar debido a su sobrepeso. Muchos también tienen problemas de coordinación. Cuando se caen, les es prácticamente imposible volver a levantarse. Esa es probablemente su sentencia de muerte ya que no pueden alcanzar la comida o el agua, y sufren una muerte horrible por deshidratación. Pese a que estas aves son animales que dependen enormemente del agua, en la granja de cría no tienen acceso a este para poder bañarse, nadar o llevar a cabo sus instintos naturales. El arranque de plumas y el canibalismo hacia sus compañeros son el resultado de esas carencias. Además, los animales sufren enfermedades del corazón, un reducido desarrollo del hueso de sus patas y problemas de respiración ya que las heces les bloquean las fosas nasales.

También suelen verse en estos sitios, además de una suciedad extrema, a animales con heridas y sin tratamiento veterinario alguno; patos muertos que no consiguieron soportar tanto sufrimiento; gansos que tratan de escapar mientras a la fuerza se bombea comida por sus gargantas; animales con dificultades respiratorias hacinados en espacios reducidos y con una ventilación inadecuada.

Otro tanto ocurre en las granjas comerciales de pavos, en las que estos viven con otros miles en un pequeño y oscuro reducto, lo que provoca agresiones entre ellos, problemas en sus patas, mucho estrés, plumas arrancadas a picotazos y canibalismo. La ganadería intensiva provoca todo tipo de disfunciones y agonías, por eso no es raro que durante la primera semana de vida muera el 40% de estos pavos. El propósito de este tipo de instalaciones es engordar a los pavos tan rápido como sea posible. Una consecuencia radical de esta selección es el hecho de que es totalmente imposible para estos animales aparearse de una forma natural. A los machos se les ceba en exceso para que alcancen cuanto antes el peso adecuado para el sacrificio. Y las hembras solo son fertilizadas por medio de la inseminación artificial.

A los pavos les cortan y queman sus sensibles dedos y picos sin ningún tipo de analgésicos, se les lanza cruelmente, se les golpea, dejando a las aves enfermas o lesionadas en un hoyo en la tierra estando aún con vida.

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Pero estos animales son inteligentes, con personalidad propia y carácter, y una aguda conciencia de su entorno. Cuando un pavo es separado de su bandada, incluso en la vida doméstica, va a graznar en una protesta obvia hasta reunirse con su grupo. Disfrutan cuando que les acarician sus plumas y bailan al reunirse con una persona que ellos reconozcan. La esperanza de vida natural de los pavos es de hasta 10 años, pero en las granjas industriales, son masacrados cuando apenas tienen 5 meses de edad.

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Los cerdos son tal vez los animales más inteligentes y curiosos, y quizá solo van a la zaga en ello a los grandes simios y a su vez al Homo sapiens. Resultan perfectamente aptos para el adiestramiento y poseen una capacidad impresionante para concentrarse, así como para memorizar imágenes. De hecho, en un estudio científico enseñaron a los cerdos a jugar a un videojuego simple y resultó que jugaron mejor que los perros, los caballos y los simios.

Pero las granjas industrializadas de cerdos confinan de manera rutinaria a las puercas que crían dentro de cajas tan pequeñas que son literalmente incapaces de darse la vuelta, por no mencionar andar o buscar comida. Las cerdas son mantenidas en estas cajas día y noche durante cuatro semanas después de parir, teniendo que soportar el enfangarse con sus propios excrementos. Después les quitan los cochinillos para engordarlos, y las cerdas son preñadas de nuevo. Y vuelta a empezar.

A los pocos días de haber nacido, los cerditos bebés machos son castrados sin administrarles sedantes. Los granjeros usan una cuchilla para cortar el escroto y arrancar los testículos. También se les suele arrancar los dientes para evitar que muerdan.

Cerdos con los cuerpos ulcerados o con malformaciones, producto de las malas prácticas de higiene y salubridad, son sorprendidos por animalistas que logran colarse de manera clandestina en algunas de estas granjas. También hay algunos matarifes que asesinan a espadazos a cerdas embarazadas para extraerle los fetos.

Cuando a los cerdos les llega el momento fatal, la exposición al dióxido de carbono (CO2) es uno de los métodos más utilizados en los mataderos, junto con el aturdimiento eléctrico, en los preliminares del sacrificio. Pero cuando los pobres animales no son expuestos a los efectos del CO2 el tiempo necesario para la pérdida de consciencia, permanecen despiertos durante el degüello y el desangrado, o mientras son introducidos al tanque de escaldado donde el agua alcanza una temperatura de 65 grados.

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El transporte al matadero es una de las fases donde los animales sufren mayor estrés, por lo que un gran número de cerdos mueren cada año camino al recinto por paro cardíaco.

Muchas vacas lecheras viven casi todos los años que les son permitidos dentro de un pequeño recinto; allí están de pie, se sientan y duermen sobre sus propios orines y excrementos. Reciben su ración de comida, hormonas y medicamentos de un conjunto de máquinas, y son ordeñadas cada pocas horas por otro conjunto de máquinas. Dado que la extracción de la leche se realiza con métodos industriales, las vacas sufren diversas lesiones, infecciones y sangrado de las ubres, que les provocan un inmenso sufrimiento.

La vaca promedio es tratada como poco más que una boca que ingiere materias primas y una ubre que produce una mercancía. Es probable que tratar a animales vivos que poseen un mundo emocional complejo como si fueran máquinas les cause no solo malestar físico, sino también un gran estrés social y frustración psicológica.

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Los terneros, con frecuencia, sufren la mutilación del rabo. El corte de la cola es una práctica común que implica seccionar a través de la piel sensible, los nervios y los huesos, sin administrarles ningún analgésico. A las vacas se les queman o cortan los cuernos sin anestesia alguna. Prácticas frecuentes son también las descargas a través de picanas eléctricas y las habituales patadas, quedando los animales paralizados por el miedo. Los terneros, en algunas ocasiones, siendo incapaces de levantarse debido a las contusiones, son sometidos a golpes que les generan constantes fracturas.

Las vacas normalmente suelen ser embarazadas primera vez a los dos años. Después serán inseminadas artificialmente entre los 60 y 90 días después de cada alumbramiento con el objetivo de que sigan produciendo leche y tengan un parto al año. Este ritmo hace que en muy poco tiempo estén exhaustas, y cuando sus cuerpos no aguantan un parto más son enviadas al matadero.

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Los terneros al nacer son generalmente divididos por sexos: las hembras serán utilizadas para la producción de leche y correrán la misma suerte que sus madres y los machos irán a granjas de engorde para ser después matados por su carne. El miedo y el sufrimiento de estos animales, que son bebés con apenas días de vida, encerrados en diminutos espacios donde son alimentados con leche artificial hasta que alcanzan el peso suficiente para llevarlos al matadero, es del todo innegable. Las vacas llaman desesperadamente a los terneros durante días, los gritos de las madres cuando se llevan a sus pequeños son estremecedores y después llegan a pasar semanas enteras buscándolos.

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Ovejas y corderos tampoco son ajenos a las prácticas crueles. En el caso de las primeras, debido a su codiciada lana, especialmente las pertenecientes a la raza merina, han de soportar prácticas salvajes. La lana de estas ovejas es un producto natural muy exquisito y confortable. Pero pocos consumidores saben lo que millones de estas reses sufren por culpa de sus jerséis y ropa deportiva ultraligera. Y las marcas tampoco hacen mucho por poner fin a los padecimientos de estos animales.

La oveja merina es una raza que habita sobre todo en Australia, y gracias a siglos de cría selectiva, presenta una cantidad especialmente elevada de pliegues en su piel y, por lo tanto, cuenta con una mayor superficie cubierta de lana. Pero la misma peculiaridad que las hace tan rentables para la industria a la vez las vuelve más vulnerables a los parásitos. Uno de ellos es la mosca Lucilia cuprina, que utiliza estos húmedos pliegues cutáneos para depositar sus huevos. Una vez eclosionan, las larvas prácticamente devoran vivos a los animales afectados. Por lo que el 90% de las ovejas merinas australianas son sometidas a un procedimiento llamado mulesing, que consiste en cortarles a los corderos jóvenes grandes porciones de piel en la zona que rodea el ano, para eliminar los pliegues donde se acumulan restos de heces que atraen a las moscas. Esta mutilación se realiza sin anestesia y resulta un proceso muy doloroso y sangriento.

Los científicos aseguran que existen importantes similitudes entre el cerebro humano y el ovino, conviniendo que las ovejas pueden experimentar diversas emociones, como el enamoramiento o la tristeza cuando son separadas de sus grupos y cuando ven a otros individuos partir hacia el matadero u otras explotaciones.

Cuando a los inocentes corderitos les llega su momento, sus lamentos y lloros resultan estremecedores. Hacinados durante horas, recorriendo cientos de kilómetros sin comida ni agua, amontonados sobre sus propios excrementos, los corderos sienten ese primer y último viaje como una verdadera pesadilla. Extenuados y aterrorizados llegan a los mataderos donde son bajados violentamente de los camiones, ya que se encuentran paralizados por el miedo y no quieren caminar, por lo que sus últimas horas de vida son un sufrimiento constante que viven aterrorizados y en la más absoluta indefensión. Una vez son introducidos en el matadero, son colgados vivos boca abajo y degollados estando aún conscientes. Las lesiones previas provocadas por los operarios les generan secuelas que alteran sus comportamientos, hasta el punto de recurrir, en muchos casos, al canibalismo.

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Parece evidente que los seres humanos nos hemos situado en un pedestal desde el que miramos al mundo. Y es una visión que mira de arriba a abajo. Podríamos llamarlo soberbia de especie: los animales con los que compartimos este planeta son vistos bajo este prisma como seres inferiores, seres que existen para nuestro beneficio. Eso es lo que se dice incluso en la Biblia, cuando Jehová ordenó a los seres humanos: «Tengan autoridad sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre todo ser viviente que se mueve sobre la tierra». Jehová también dijo: «Todo animal moviente que está vivo puede servirles de alimento». El propio Jesús ayudó a sus discípulos a pescar para comer y la Biblia muestra que también podemos matar animales para obtener abrigo. Es razonable concluir que para Dios los humanos son superiores a los animales. También en los textos sagrados se nos dice que «Dios creó al hombre a su imagen y semejanza». Dios nos hizo para que manifestemos cualidades como las suyas. Por eso desplegamos sabiduría, justicia y amor de un modo especial. Además, tenemos un sentido del bien y el mal, así como una necesidad espiritual, algo que los animales no tienen porque no fueron hechos a la imagen de Dios. Los animales son inferiores a nosotros, y Dios no espera que los tratemos como a un ser humano. ¡Aunque, lógicamente, todo esto implica creerse el relato bíblico en el que se afirma que Dios creó el universo de la nada; durante cinco días puso orden en lo creado, el sexto día creó al hombre, el único ser de la creación hecho «a su imagen y semejanza» y destinado a «dominar» el resto de la creación; al séptimo descansó!

Para reforzar esta visión, durante siglos hemos remarcado la inteligencia que poseemos y que supuestamente nos diferenciaría de las bestias. Pero a pesar de toda la inteligencia que nos atribuimos, resulta alarmante que el género humano sea el responsable de tantos asesinatos, genocidios, guerras y otras atrocidades contra sus semejantes, además de estar destruyendo el planeta a toda velocidad, y ser responsable del maltrato animal, del mayor maltrato animal de la historia (que es el que se está produciendo en las últimas décadas), provocando toda clase de torturas y abusos.

Los seres humanos matan anualmente a más de 70.000 millones de animales (10 veces la población humana). Este asesino despiadado está matando al planeta y tiene nombre: ganadería industrial.

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Al margen de todos los dilemas éticos que plantea la ganadería industrial, hay un aspecto que llama especialmente la atención: su insostenibilidad e ineficiencia. Resulta evidente que no podrá responder al reto que supondrá alimentar a una población que en 2050 llegará a 10.000 millones de personas. En la actualidad estamos cultivando cereales de consumo humano para alimentar a animales que luego nos comemos, en vez de cultivarlos para alimentar a la población directamente. Esta conversión es completamente ineficiente e insostenible. Y, ciertamente, no dice mucho de esa maravillosa inteligencia que nos atribuimos como especie.

De la misma forma que en los albores del capitalismo el comercio de esclavos en el Atlántico no fue consecuencia del odio hacia los africanos, tampoco la moderna industria animal está motivada por la animosidad. Es impulsada, como en tantas otras ocasiones, por la indiferencia de los consumidores y la avaricia de los productores. La mayoría de las personas que consumen huevos, leche, carne o foie gras rara vez se detienen a pensar en la suerte de las gallinas, vacas, cerdos o patos cuya carne y emisiones se comen. Para muchos, estos animales difieren poco en realidad de las máquinas, ya que, según ellos, carecen de sensaciones y emociones, y son incapaces de sufrir. Pero, ironías del destino, la misma ciencia que diseña las máquinas de ordeñar y de recoger huevos ha demostrado de manera fehaciente que los mamíferos y las aves poseen una constitución sensorial y emocional complejas. No solo sienten dolor físico, como nosotros las personas, sino que además pueden padecer problemas emocionales como el estrés y la depresión.

El historiador Yuval Noah Harari ha escrito: «La psicología evolutiva sostiene que las necesidades de los animales de granja evolucionaron en la naturaleza, cuando eran esenciales para la supervivencia y la reproducción. Por ejemplo, una vaca salvaje tenía que saber cómo formar relaciones estrechas con otras vacas y toros, de lo contrario, no podía sobrevivir y reproducirse. Con el fin de aprender las habilidades necesarias, la evolución implantó en los terneros, como en las crías de todos los demás animales sociales, un fuerte deseo de jugar (el juego es la manera que tienen los mamíferos de aprender el comportamiento social). E implantó en ellos un deseo todavía más fuerte de establecer lazos con la madre, cuya leche y cuidados resultaban esenciales para la supervivencia. ¿Qué ocurre si ahora el granjero toma una ternera joven, la separa de la madre, la pone en una jaula cerrada, le da comida, agua e inoculaciones contra enfermedades, y luego, cuando ya tiene la edad suficiente, la insemina con esperma de toro? Desde una perspectiva objetiva, esa ternera ya no necesita ni el lazo con la madre ni compañeras de juego para sobrevivir y reproducirse. Pero desde una perspectiva subjetiva, la ternera siente todavía un impulso muy fuerte para relacionarse con su madre y para jugar con otras terneras. Si estos impulsos no se satisfacen, la ternera sufre mucho. Esta es la lección básica de la psicología evolutiva: una necesidad modelada en la naturaleza continúa sintiéndose subjetivamente, incluso si ya no es realmente necesaria para la supervivencia y la reproducción. La tragedia de la ganadería industrial es que se cuida mucho de las necesidades objetivas de los animales al tiempo que se olvida de sus necesidades subjetivas».

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No hay ética que justifique el maltrato que reciben la mayoría de los animales en las granjas industriales. Por cierto, un sector bastante opaco, al que no le gusta revelar sus secretos ni la presencia de curiosos en sus instalaciones. Visitar una granja o un matadero no resulta nada fácil, a no ser que se haga de manera clandestina.

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Pero hay alternativa a estos campos de concentración y exterminio animal: la ganadería basada en criterios ecológicos y de sostenibilidad, donde los animales domésticos son una parte importante de los ciclos de la finca en la que viven y contribuyen a fertilizar las tierras con su estiércol a través del compost. Su alimentación se halla estrechamente relacionada con la obtención de diversas plantas forrajeras en la propia finca, que a su vez desempeñan un papel decisivo en el ciclo de rotaciones de cultivos que tiene lugar en esta clase de agricultura.

En la ganadería ecológica, los animales domésticos ingieren un alimento no solo pensado para aumentar su productividad cuantitativa, sino en función de su salud individual y de la especie; poseen el espacio necesario para el ejercicio y tienen la oportunidad de practicar una vida social digna con sus congéneres. En este marco, las posibles enfermedades podrían ser tratadas utilizando incluso métodos veterinarios alternativos (homeopatía, aromaterapia, plantas medicinales y sus derivados, etc.).

La selección biológica que persigue la ingeniería genética, al servicio de estos grandes lobbies de la industria alimentaria, así como sus técnicas asociadas, conducen a una total uniformidad de las razas y a la génesis de animales débiles y dependientes de todo un sistema veterinario en manos de la industria farmacéutica. La ganadería ecológica potencia por el contrario el cruzamiento tradicional en razas esencialmente autóctonas, con el fin de mantener la diversidad genética y sobre todo unos ejemplares sanos y fuertes, aunque su producción de leche o carne no sea tan alta como la de especies manipuladas. La nueva filosofía que subyace a la selección genética ecológica no implica un retorno a la Edad Media, sino asumir un concepto de producción que tenga en cuenta lo cualitativo y potencie una evolución lo más armónica posible de los seres y los ecosistemas del planeta.

En un mundo más justo, menos agresivo con el medio ambiente y más respetuoso con los animales, se podrían evitar estas atrocidades. Pero a día de hoy, los seres humanos no parece que hayan llegado a esta feliz conclusión todavía.

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Pollos, gallinas ponedoras, gallos, pavos, patos, gansos, conejos, ovejas, corderos, cerdos, vacas, terneros, todos ellos pasto de la industria alimenticia del Homo sapiens en la era actual, sufren un cautiverio terrible, sin esperanza de supervivencia alguna, en centros de reclusión y exterminio que nos distan mucho de los campos de concentración nazis. Y es que la sombra de Auschwitz es demasiado alargada.

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