“La clave está en ser simpático siempre, pero que la simpatía no rebase a la tontería”
Por Jhoarís Velásquez.
Ostras, un plato con carpaccio de jamón ibérico, y para cerrar, una copa de helado de vainilla. Asombra que a sus 81 años Don Lucio aún consiga ser tan buen comensal, pero impresiona con mayor vehemencia, que vestido con chaquetilla blanca y portando un broche dorado en la solapa con el logo del doble oso y madroño enfrentado que identifica a su establecimiento de magno renombre en cava baja, ronde por las mesas de los presentes en el recinto, sugiera especiales del día, se sitúe para una foto con semblante dádivo, departa un rato afable, e inmediatamente con marcha paciente pero diligente, dispense la orden al responsable de cocina. “Ir a trabajar y dejar huella” es la insignia de este personaje que durante 70 años ha bregado para adjudicarse hoy el epíteto de “El tabernero mayor de Madrid”.
Aún degustando su postre, eleva la mirada y remembra aquella época pueril cuando de crío el insigne Zalacaín lo avistaba afanando y señalaba: “Lucio, tú vas a triunfar, tienes cara de triunfador”, y él, vislumbrando la oportunidad de codearse entre magnos de la esfera gastronómica madrileña de la época, divisaba cómo operaba el patrono y recapacitaba “esto lo puedo hacer yo, es muy sencillo”, y con constancia, trabajo y seriedad, consiguió erigir su quimera, un espacio que en sus sueños no llevaba su seudónimo, pero que así acabó yaciendo.
Pocas ocurrencias remembra con fidelidad de su natal Serranillos, sin embargo algo que evoca con nitidez es la sugerencia que una de sus maestras de escuela manifestó a su padre (quien viajaba con periodicidad por trabajo) de encaminarlo en otro sitio, ya que ella lo consideraba un pequeño con gran potencial, con virtudes que debía desarrollar en un territorio donde no tuviese límites para crecer. Así, a los 12 años su padre lo escolta a Madrid, y a los 15 años Lucio era un joven emancipado, un chiquillo que se enamoró de un propósito, y que afanó con tesón para conquistar su anhelo.
Sus mesoneros han sido piezas cardinales del progreso de su éxito, algunos calculan en su haber más de 40 años laborando entre el tropezar acelerado con otros compañeros a las 3 de la tarde y el saludo inquieto a los que clientes asiduos a este local típico en La Latina madrileña, “no sólo ha sido un buen empresario, también es un hombre de buen corazón…¡y un experto en relaciones públicas!”, manifiesta hilarante un camarero desde la barra donde todo aquel que llega, sin importar su categoría, debe esperar por mesa en este recinto, cuya melodía constante es el sonido de la porcelana rozándose entre sí y desde donde a lo lejos, de vez en cuando, se puede oír la voz carrasposa de un hombre que improvisa un canto flamenco desde el segundo piso del establecimiento.

De los visitantes a su negocio Don Lucio recuerda con afecto distintivo a quien califica como uno de sus clientes estrella: el Rey Juan Carlos, “es amigo de la casa y yo creo que le debo mucho, es un fenómeno, a él y a la familia real les guardo un estima especial”. A todo aquel seducido por esta historia, Blázquez le muestra su colección de fotografías junto a personajes históricos que flanquean desde un abrazo efusivo contiguo a Bill Clinton en los noventa, hasta una tanda de flamenco al lado de Lola Flores durante ese mismo periodo. “¿A ver, qué famoso no ha pasado por aquí?, cuestiona esta leyenda viva complacido.
Evoca que un portento que lo conmovió durante su visita fue quien para el periodo 1978-1985 fuese Presidente de Italia, Sandro Pertini “Me impresionó su humanidad, su sencillez, me acuerdo que cantamos, bailamos, lo pasamos muy bien, estaban los hermanos Del Rio aquí en el local. Es uno de los personajes que más me ha tocado, tanto así que es una de las pocas fotos que tengo puesta en la entrada del restaurante”.
Este hombre de voz ronca y semblante de acero, arribará a los 82 años durante la primera semana de febrero, y dogmatiza que cuando da una ojeada hacia atrás en su vida no lamenta cada paso que dio “todo te deja un aprendizaje”, sin embargo, hay acciones que razona necesarios al momento de batallar por un ideal “la formalidad, el respeto y la alegría, hay que ser simpático siempre, pero que la simpatía no rebase a la alegría, aquel que exagera lo simpático pasa a ser un tonto”.

Lucio piensa que en los últimos 60 años ha favorecido profusamente a Madrid, “porque he ayudado a esta ciudad a ser más famosa y más seria, he ayudado a mantener un turismo autóctono y de calidad, he conservado valores, todos los personajes famosos de España y el mundo han pasado por mí, yo eso lo atribuyo a la comida que servimos aquí, a la simpatía y el buen trato, los hago sentir en casa”.
Cuando este personaje dialoga siempre mira a los ojos, con una seguridad inefable, con calor humano excepcional, y aún conserva la simplicidad de su pueblo originario. Lucio se despide con un “Adiós niña, no me olvides, que tú también tienes cara de que vas a triunfar”, y de esta forma se discierne como este personaje conquistó el lugar que hoy en día ostenta como una leyenda viviente española.