Los ciudadanos estamos atónitos. Tal vez sea ese estado el que paraliza la acción masiva. La movilización de los diversos afectados por las medidas del gobierno y la inoperante acción parlamentaria. Estamos atónitos ante la escasa atención de la clase política hacia las personas. En especial por la gravedad de los efectos que sobre el bolsillo de cada español tendrán las decisiones sobre el Brexit, la crisis alemana, la guerra comercial entre EE.UU. y China y los efectos cada vez más severos del cambio climático.
En el ámbito doméstico, por ejemplo, la permisividad cómplice ante la velocidad con la que consiguen prescribir los delitos sin que nadie legisle para resolver tal despropósito. Así los implicados en asuntos judiciales disponen de la protección de sus colectivos. Sean estos políticos. Sindicales. Empresariales. Inclusive confesionales. España está sucia y nadie parece darse por aludido. La democracia no se muestra sólida. No se admiten las faltas propias y se es inexorable con las ajenas. La honestidad no es un requisito que beneficie la proyección de la carrera de los miembros dedicados a la “cosa pública”. De plagios hasta vinculaciones con grupos comprometidos no son mal vistos. La sumisión de las instituciones resulta sospechosa. No se ha gobernado en estos últimos meses, más allá de las fotos y de anuncios fútiles en las cabeceras de prensa.
Es decir. La ética. La coherencia. La honestidad. La dignidad personal. Se doblegan ante los liderazgos de diseño. Cualesquiera sea su génesis. Nacionales o Europeos. Empresariales o Financieros. La cesión es la norma. La sumisión la conducta. Implacable ante el débil. Débil ante el poderoso. Un mandato de tal tipo no les fue conferido. Los votos dicen otra cosa. Por otra parte, los atónitos ciudadanos parecen aceptar sin rechistar que las disputas de palacio sean asumidas como lógicas en una sociedad organizada en torno al sistema democrático. Casi como un pretexto.
Quedaríamos atónitos si se produjera algún error de concepto en este proyecto frustrado que nos disuada de esta decepción, en el caso de que se imponga la voluntad del voto ciudadano. Porque, no nos engañemos, lo que se está frustrando es esa expresa voluntad para favorecer al statu quo.
También se comentan las intenciones de proseguir las privatizaciones, para lo que se contratan servicios por varios ejercicios futuros. Porque, en realidad, sólo se atiende a los negocios. En sanidad. En educación. En gastos armamentísticos. En el mantenimiento de una fiscalidad que favorece a quienes más tienen. En la custodia de los principios del nacionalcatolicismo. Ahí sigue Franco y sus fundaciones.
La Máquina del Fango, a través de los grupos de prensa, apuestan por esa opción. Sus inversores están implicados en el modelo privatizador. Las puertas giratorias persisten. Mejor dicho, las prácticas de los grupos de amigos persisten. Eso proviene desde las profundidades del Régimen. Los atónitos ciudadanos consumen sin parar el relato del bipartidismo. Los centros de poder desean que vuelva ese modelo. Los tranquiliza en puertas de la recesión mundial que se aproxima. También les garantiza que sigamos pagando su coste. El señor Sánchez se los garantiza.
Por momentos parece ser que la democracia no se muestra muy segura. Es como si nos dijese algo diferente según quien interprete sus reglas. El riesgo es que termine siendo otro experimento en falso. Evitemos por tanto que la democracia se convierta sólo en un sueño temeroso.
Como decía Poe:
“Profundamente en esa mirada de la oscuridad, permanecí largo rato, atónito, temeroso, dudando, soñando sueños que ningún mortal se haya atrevido jamás a soñar”.
Sería una tragedia para España. Otra más.