– ¿Has estado alguna vez en Galveston? – le pregunté
Ella negó con la cabeza.
Roy es el típico mal tipo que te jode que en un momento dado te pueda caer bien. Roy es un matón alcoholizado al que le acaban de decir que le está cayendo una buena nevada en los pulmones. A Roy se le acaba el tiempo.
Por vez primera empieza a preguntarse cuando hará las cosas por última vez. Aunque reconoce que no tiene la suficiente imaginación para concebir la idea de dejar de existir.
Sin más pertenencias que su puño de hiero, su porra extensible y su Colt Mustang del 38, Roy es un tipo que tiene claro que si le llega un nombre en un papelito es porque ese sujeto ha hecho algo que no debería haber hecho. Pero Roy también es un tipo avisado, lo suficientemente listo para asimilar que si le envían a una cita sin pistola es mala señal.
Sin razones para seguir juntos, ni más horizonte que la carretera, el destino le grapa con una joven (es curioso como llega reconfortar una cara bonita) y una niña, emprendiendo un viaje si más horizonte que el minuto siguiente.
Roy intenta aferrarse a los sitios en los que alguna vez sintió algo parecido a la felicidad, aunque sea consciente de que ya no necesita tener ningún plan, sino tan solo moverse, porque como el asesino más puro, Roy es consciente en todo momento de que ya está muerto.
Una novela a golpe de kilómetros, de personajes que mueren sin más a la línea siguiente, de concesionarios pero sin concesiones. Una novela salitre y alquitrán, de efectivo porque no hay crédito, de moteles cómplices y playas que resplandecen de un modo doloroso. Una novela con olor a gasolina quemada y viento que sisea al ritmo de un esquiador.
Hay ciertas experiencias a las que no puedes sobrevivir; aunque hayas esquivado a la muerte ya no existes de verdad. Experiencias que los tres náufragos tienen tatuadas en los ojos y cicatrizadas en el alma, que la única lección de historia que tienen asumida es que hasta que te mueres no eres más que un impostor.
Roy es un profesional al que siempre que ve una buena ocasión para morir no puede evitar ver con más claridad que nunca y activar todos sus sentidos y alertas; un superviviente nato, a veces, muy a su pesar al que le preocupa vivir eternamente.
Galveston es la primera novela de Nic Pizzolatto, guionista y productor de True detective; una novela de poesía y barro de un escritor que bebe desde Roberto Bolaño a Nietzsche o Schopenhauer sin que se le cale la furgoneta, ni se le encasquille el revólver.