Sam Spade es un detective de San Francisco que algún día trabajará para La Continental. Un tipo duro que sabe que en su oficio no se debe confiar en las personas por más de media hora. Un satanás rubio de cara esculpida a golpe de V, que alarga o constriñe sus facciones a fuerza de oír mentiras. Siempre rodeado de mujeres, bellacas unas, entregadas otras, de figura exquisita y con más peligro que un zapato lleno de ortigas todas, que le piden más de lo que puede y/o quiere dar. Sam sobrevive a fuerza de golpes como palabras y de palabras que son golpes.
Su libro de cabecera es Celebrated Criminal Cases of America, y tiene un raro talento para atraer los problemas con inefable maña. De mirada fría y dura, que torna de vez en cuando en discos verdes calientes, le gusta ocuparse de sus propios muertos y tiene un peculiar pero insobornable sentido de la justicia… a fin de cuentas es un elemento capaz de escupirte hasta ocho razones por las que no se debe traicionar a un socio aunque te caiga mal. Por eso cuando se cargan a su socio, sabe que su obligación es iniciar una aventura sin más pretensión que la de llegar a un final sin retorno, que es lo que pasa cuando uno se rodea de tipos dispuestos a pagar un puñado suficiente de dólares para que la verdad no importe. Investigador, investigado, fiscal, sospechoso, tahúr, Spade es el único que juega sin cartas marcadas, y eso exige tener un mentón a prueba de bomba, porque aquí los faroles y las apuestan se van doblando hasta el todo o nada.
Como buen sabueso sabe husmear sin dejarse ver, y conseguir información de tipos que nunca le han visto, aunque siempre llegue un momento en el que todo salga a la luz. Sam sabe que la muerte es un gaje de un oficio en el que tomar el pelo a un poli no es delito, pero en el que, sobre todo, nunca puedes esperar de los demás nada más que dinero. Un tipo que sabe adaptarse a que le caigan vigas en la cabeza y que cuando no le caen se adapta a que no le caigan. Un tipo rodeado de escorpiones, adiposos, atildados, hermosos, de aguijón fácil que sonríen como lobos y ríen como hienas. La verdad puede omitirse pero nunca sustituirse.
Alguien le dijo que era bueno que fuera hablador, porque hay que desconfiar de los hombres de pocas palabras, ya que normalmente eligen el peor momento para hablar y encima dicen cosas inconvenientes. Y todo por un maldito pajarraco, y es que como decía el gordo Gutman al pobre Wilmer tras traicionarlo: “me sabe muy mal tener que perderte, y quiero que sepas que no te tendría más afecto ni que fueras mi propio hijo, pero… compréndelo, si se pierde un hijo siempre se puede tener otro, ¿no?, mientras que halcón maltés solamente hay uno”. Más de uno si se hubiera leído este novelón, o visto con más detenimiento la película de Huston con Bogart, Lorre y la Astor, por lo menos aprendería a robar con más arte, que hasta para ser corrupto se necesita estilo.