Cómo evitar que los demás controlen tus emociones
Cuando hay un conflicto ¿quién tiene la culpa el que ofende o el ofendido? En principio todos dan por sentado que es el que ofende el culpable de iniciar el conflicto, pero también puede suceder que el ofendido se ofenda con demasiada facilidad o incluso crea que estar en su derecho de ofenderse con lo que le plazca si el que tiene delante es un viejo enemigo.
Como en todos los aspectos de la vida, el equilibrio es la gran herramienta a la que todos debemos acudir. Ni unos deben afilar los cuchillos y proferir improperios gratuitamente, ni los otros deben darse por aludidos continuamente y percibir ataques donde no los hay. En la mayoría de los casos, cuando se rompen nuestras expectativas es cuando surge la ofensa. Esperamos una cosa y obtenemos otra. Nos enfadamos, nos frustramos y creemos que la persona que ha roto esas expectativas es la culpable de que nos sintamos mal. Pero, a mi modo de ver, esto no es así.
Son esas expectativas que nos creamos un arma de doble filo, porque dejamos en manos de los demás nuestro bienestar. Si se cumplen, estaremos muy contentos y si no, estaremos muy cabreados. PERMITIMOS que desde fuera tomen el control de nuestras emociones. ¿Por qué nunca nos paramos a pensar que igual que creamos esas expectativas sobre los demás, también podemos destruirlas y no esperar nada?
Si esperas que tu pareja reaccione de un modo u otro, o que dé el paso que estamos esperando, en el fondo, le hacemos responsable de nuestro bienestar. ¿Quién es el responsable último de nuestra felicidad? Aunque parece una pregunta de fácil respuesta, en la práctica, la mayoría piensa que todo el mundo es responsable menos él o ella misma.
Todos conocemos casos de personas que repiten el mismo tipo de pareja una y otra vez, aun sabiendo que es el tipo de persona que siempre le hace sufrir. Piensa que esta vez irá mejor, pero no, suele ir siempre peor y la lectura que suele hacer la persona ofendida es que vuelve a sentirse mal por culpa del otro, porque si fuera “como tiene que ser”, no le haría sufrir tanto.
Este tipo de relaciones las podemos extrapolar a cualquier ámbito de la vida: familia, trabajo, amistades, etc. Esperamos siempre alguien de la gente y cuando no nos dan lo que nosotros creemos que nos merecemos la tachamos de nuestra lista. Sin embargo, nunca nos paramos a pensar sobre esas expectativas que nos creamos, ¿por qué lo hacemos? ¿Por qué depositamos en los demás la responsabilidad de sentirnos bien?
Expectativas creadas: un hábito difícil de eliminar
Cuando aprendemos que única y exclusivamente está en nosotros la responsabilidad de ser feliz es cuando cambiamos la visión de muchas de las cosas que nos pasan a diario y de los conflictos que no sabemos cómo resolver en nuestra vida. Pero alguien puede pensar: “Sí, eso está muy bien, pero siempre habrá gente mala que querrá hacernos daño y nos desestabilizará, o gente que sin querer hacer el mal termina por hacerlo”.
Efectivamente, claro que lo hay, pero para eso estamos nosotros, para aceptarlo y para evitar que nos afecte. Esa es la verdadera expectativa que debemos tener. Sufrimos no por lo que nos pasa, sino por la interpretación que hacemos. Pensamos que la otra persona dijo aquello porque sabía que nos iba a hacer daño, o porque disfruta haciéndonos sufrir, pero quizá no caemos en la cuenta de que solo nos sentimos bien cuando escuchamos lo que queremos escuchar y eso no puede suceder siempre.
Debemos ser capaces de aceptar que no todo va a salir como nosotros queremos y no debemos culpar a los demás de que eso ocurra. En cuanto asumimos que no podemos controlar lo que nos viene de fuera pero sí lo que tiene que ver con nosotros, todo será mucho más fácil.
No puedo evitar que pasen cosas que no dependen de mí, pero sí puedo gestionar mis emociones de tal forma que mediante la aceptación y la no resistencia mantenga mi estado de ánimo y mi bienestar intactos. En cuanto culpabilizamos a los demás de lo que nos pasa, perdemos el control sobre nosotros mismos y dejamos que otros muevan los hilos de nuestro estado de ánimo. Esa dependencia es la que nos machaca día a día y la que nos roba nuestra autonomía.
Cómo evitar las ofensas y mantener el control
Pero ¿cómo lograr esa independencia emocional de los demás? ¿Cómo dejar de sentirnos ofendidos continuamente? En primer lugar ACEPTANDO que cada uno tiene unas ideas sobre la vida, sobre el mundo, sobre cómo se debe vivir, cómo relacionarse con los demás, como interactuar con el medio, etc. Esas ideas, las hemos ido absorbiendo a lo largo de nuestra vida con todo tipo de influencias: la familia, el colegio, los amigos, etc. Por tanto, cada uno tiene sus ideas, unas veces coincidirán con las nuestras y otras no. Lo más importante es aceptar que en algún momento tendremos discrepancias y sobre todo tener claro que no debemos intentar cambiar las ideas de los demás solo porque nos resultan incómodas o nos hacen sentir mal.
Porque, aunque no lo queramos reconocer, tendemos a manipular o a tratar de que los demás se amolden a nuestra forma de ver el mundo y a que cumplan las expectativas que nosotros hemos creado en nuestra mente. Cada persona es libre de pensar y actuar como quiera y debemos aceptar sus ideas sin enfrentamientos, a pesar de ser diferentes a las nuestras. Por supuesto, los demás también deberían hacer lo mismo, pero aunque no lo hagan, debemos aceptarlo, sobre todo por nuestro bienestar. Aquí el lema “Vive y deja vivir” cobra especial relevancia y el de dejar fluir las cosas sin resistirnos a ellas, también.
Hay mucha gente que se pasa la vida esperando las ofensas de los demás, observando los comportamientos y la forma de proceder del resto del mundo para encontrar el momento de sentirse ofendidos y soltar toda su ira sobre aquellos que le han atacado (o que él o ella han percibido como un ataque). La vida es demasiado corta para estar pendiente de eso. Debemos tener claro que la perfección es un concepto imaginario. Ha sido creado por nuestra mente. De hecho, la perfección también es un defecto.
Pensamos que encontraremos a la persona perfecta, el trabajo perfecto, el amigo perfecto o la familia perfecta, pero son solo expectativas creadas, la realidad es otra. No sabemos el tiempo que estaremos por aquí, así que creo que lo mejor es no pensar en nada de eso y tratar de ser felices sin esperar que esa felicidad venga de los demás o de aspectos externos. Pensamos que todos los enemigos están ahí fuera, pero el único enemigo real somos nosotros mismos. Por tanto, la próxima vez que alguien te haga sufrir, piensa que no es él, sino tú quien lo permite y siempre está en tus manos recuperar el control.