Las dos españas

Mucho han dado de qué hablar las llamadas dos españas. Hoy en día puede que la expresión haya caído en desuso, pero creo que el concepto sigue en la mente de muchos españoles. Descendientes de uno u otro bando que se enfrentó en la Guerra Civil siguen enfrentados. Ahora, una nueva desunión ha nacido del vientre del conflicto catalán, pero esa es otra historia de la que no pretendo hablar aquí.

Yo me pregunto si existe alguien en este país que sea capaz de superar el viejo conflicto que, casi como una dicotomía, se nos impone desde el nacimiento hasta la muerte. Yo, personalmente, no pienso olvidar, pero la convivencia impone unas normas, entre las cuales se cuenta, en mi modesta opinión, la de no ignorar a tus vecinos, a no ser que uno quiera perecer a mano de estos o embrutecer su propia alma de odio.

Entonces, para mí, la cuestión es sencilla: ¿no podemos trascender nuestra triste condición de pueblo separado, divorciado y, no obstante, habitante del mismo bloque de pisos? ¿Hay alguien que se reconozca en las dos Españas? ¿Alguien que haya visto lo que ambas tienen en común y quiera preservarlo? Oigo voces en contra, altaneras, diciendo que nada tienen en común. Permitid que me muestre escéptico respecto a la autenticidad y sinceridad de dichas opiniones.

A riesgo de parecer ridículo y superficial expondré lo que yo considero lo mejor de los españoles, de todos. A lo mejor me lo permito por haber nacido de madre holandesa. No negaré que eso ayuda.

Antes dejad que primero cuestione la pretendida gloria de España, aquella que nos enseñaron en clase de historia, en películas, documentales o en las noticias. Conquistar pueblos indígenas no tiene nada de digno, la verdad. Guerrear sin cesar por toda Europa, tampoco. Menos aún si es a costa de la salud y economía de los pobres campesinos, artesanos y demás pobladores de tu propio país. Supongo que en eso estamos todos de acuerdo. (Supongo demasiado, ya lo sé, pero vale la pena suponerlo). Lo que algunos calificaron de gloria supuso la muerte y esclavitud de otros. Esa gloria, en el 2018, es difícil de retomar como propia sin mancharse, ni que sea un poquito.

Lo verdaderamente grande de nuestro país, reconocido en el mundo entero, se encuentra en el arte y la literatura, para empezar. Es una maravilla la cantidad de poetas, pintores y escritores que pasearon y pasean su nombre y nacionalidad por el extranjero, indiscutidos. Su genio no tiene nada de extraño para nosotros, acostumbrados a ellos, pero, para franceses, ingleses, alemanes… es otro mundo. Con esto no quiero decir que nuestros artistas merezcan más que los americanos, por ejemplo, pero sorprende encontrar tantas buenas firmas en un territorio que desmerece en tantos otros aspectos.

Para seguir, al margen de la historia con mayúscula y de los manidos argumentos de intelectuales ya pasados de moda y un poco rancios – incluso en sus propios días -, lo mejor de todos los españoles se encuentra en donde no os lo esperáis. En ese lugar donde se reúnen unos y otros por la mañana y la tarde y, también, por la noche y la madrugada. Ese espacio igualitario, fraternal y consolidado, cual sólida institución del Estado: el bar. (Oigo carcajadas…). Sí, amigos, el bar, la cafetería, la granja, la taberna, la tasca, la bodega, el pub, la disco; el bar de barrio, de paso, de pueblo, de carretera, de urbe, con tele, terraza, calefacción a butano en invierno y sombrilla en verano, que sirve vermut, licor, café o té, bocadillos, croissants o platos combinados, menú barato o prohibitivo… El local donde todos somos ruidosos, alegres, fiesteros y conviviales.

El español es un ser de amistades; para él, cuentan más que el dinero. (Si os sorprende que lo diga es que no conocéis algunos de esos países del Norte al que tanta admiración profesáis). El español suele ser leal, por encima de la razón, aunque no del sexo (hay uno menos que otro) y, si se le critica porque no le gusta trabajar como a otros – que también prefieren estar empleados que charlar y reír – no se avergüence: nadie, al morirse, recuerda la pasta que ganó en vida. El español es de calle, plaza y paseo. Así que ¿en dónde iba a sentirse mejor? ¿En dónde iba a mostrar mejor sus mejores cualidades? Informalidad, alegría, humanidad y conocimiento de vida, más que de libros, pertenecen al bagaje de todos los españoles: los de la España cacique y los de la obrera. Por ahí igual tenemos ocasión de empezar la reconciliación necesaria de las partes enfrentadas de la sociedad española. Por ahí, desde el bar, igual somos capaces de encontrar nuestros puntos en común y de reírnos de nuestras diferencias.

El discurso de Rajoy, Baudelaire y el elogio del olvido

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