La vida light

Centros de estética, clínicas de cirugía, ropa interior que comprime, redistribuye, aumenta o aúpa, cosmética que promete borrar las arrugas y las líneas de expresión…todos ellos objetos necesarios para llevar a cabo la liturgia de la nueva religión, para la adoración del nuevo Dios; la juventud. Sus acólitos persiguen lograr no la salvación o el Paraíso, sino la eterna juventud.

La juventud como valor en sí mismo, ya no es un mero momento cronológico de nuestra existencia; un proceso que engloba aspectos de madurez física, social y psicológica, ahora es un fin a perseguir, deseable. la juventud nos viene dada y es efímera, pero sus idólatras buscan su perpetuidad, arañando segundos al tiempo.

Las arrugas, el deterioro del cuerpo que produce el paso del tiempo son  pecados para los nuevos creyentes, la lucha  ya no es entre el bien y el mal; ahora la pugna está entre la juventud y la vejez, la vejez como el auténtico Satán que busca arrebatarnos no nuestra alma, sino nuestra tersa piel. Aceptar el paso del tiempo, utilizar la palabra vejez, viejo, senectud sin un explícito desdén son pecados que deberemos paliar, ya no rezando un rosario, sino con una clase doble de gimnasio o la compra de la última crema milagrosa.

Llegados a este punto, algunos podrán pensar que he fallado en mi análisis y que la nueva deidad debería ser la vida, no la juventud, pero la forma en que los nuevos creyentes viven su vida denota que esto no es cierto, o no del todo. Nacemos y morimos, y aquí hay poco que podamos hacer, no decidimos cuando nacemos y en la mayoría de los casos tampoco cuándo morimos, pero sí tenemos algo que decir en el modo que vivimos todo el proceso que nos lleva desde el nacimiento hasta el final.

 Vivimos en una sociedad en que las pasiones, los sentimientos, son controlados o erradicados, tomamos pastillas para tratar la tristeza, la ansiedad, los nervios como si todo eso fuera anómalo. Buscamos una vida sin sobresaltos, llena de certezas, nos bebemos la vida como si fuera una bebida light, queremos su sabor, pero no estamos dispuestos a cargar con los daños colaterales , ya sea en forma de calorías o de desamor. Así que vivimos en una dieta perpetua de la vida, sin emociones excesivas, sin dolor, sin tristeza, todo medido y sopesado.

El deseo de ser jóvenes durante más tiempo, pero no es posible vivir la juventud como lo hacen los jóvenes, con la inconsciencia propia de la edad, con la energía, el ímpetu y las ganas de vivir que solo proporciona el asombro de que todo es nuevo. Quizás es la certeza de esta vida uniforme, lo que conduce a intentar prolongar la juventud, como remedio paliativo a la ausencia de autenticidad, como si en el intento de mantenerse jóvenes expiaran el pecado de no vivir la vida como si solo hubiera una y nada más que una.

 

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