Parece que Estados Unidos ya tiene nuevo presidente y es, a pesar de toda la mala prensa de estos últimos meses, ni más ni menos que Donald Trump. El país que eligió a Obama presidente dos veces ha dado un giro a la derecha para poner en el despacho oval a un tipo que merece más estar en un plató de televisión que dirigiendo un país tan grande y con tanto peso como EE.UU. Pero la victoria de Trump no es un hecho aislado ni es fruto de una locura momentánea por parte de sus votantes. El triunfo final del magnate convertido en político tiene un cierto paralelismo con el Brexit: poca aceptación en los medios y una victoria final inesperada por parte de muchos.
Trump no es la primera vez que ha planeado su ascenso a la presidencia del país, una idea que lleva rondando su mente durante décadas, pero ahora es cuando se ha presentado y con éxito final, ¿por qué? Su éxito radica en dos elementos: el hecho de presentarse por un partido grande como lo es el Republicano, algo que es necesario aunque quizá no de su agrado personal, y por el evidente momento histórico que vivimos. Si 2008 fue el momento de Obama y del liberalismo en su vertiente más progresista y abierta, ahora es el momento de Trump. Entender que estamos ante un momento histórico sin precedentes es necesario para comprender que la victoria de Trump es algo más que una curiosa anécdota contemporánea.
El historiador israelí Yuval Noah Harari hablaba recientemente de este curioso fenómeno en un artículo titulado ¿Significa el surgimiento de Trump el fin del Liberalismo? en el que atribuía su candidatura al final de una época liberal que, en su opinión, ya se ha extinguido o va en camino de extinguirse. Según él, el voto hacia Trump, y hacia todos los movimientos políticos que se salgan de lo que hemos visto en estas últimas décadas de socialdemocracia en Occidente, es una forma que tienen las masas de responder ante la perdida de poder que están sufriendo.
El siglo XX fue el siglo de las masas, donde todo el mundo era necesario en todos los frentes (fábricas, campos, ejército, etc) y las masas han tenido una importancia primordial, especialmente después de la II Guerra Mundial cuando Occidente se convirtió en el paraíso del consumo. Ahora los tiempos cambian, la deuda es insostenible, los recursos naturales escasean, hay demasiada oferta de trabajos cualificados y, sobre todo, la tecnología acabará más pronto que tarde haciendo que mucha gente no sea útil a nivel industrial. Las masas pierden poder poco a poco y lo vemos cada día: recortes, trabajo temporal mal pagado, falta de oportunidades, desempleo juvenil desproporcionado, etc. Aunque en la televisión lo disfracen bajo escándalos puntuales de corrupción, aquí está pasando algo muy gordo, estamos ante un cambio de época.
La respuesta lógica es Donald Trump, y yo apuntaría al nihilismo más que al fascismo, como el gran desencadenante del fenómeno que ha ocasionado. El fascismo tenía como base la exaltación nacional sobre los recursos internos y el socialismo la empoderación del trabajador sobre su contribución a la creación de riqueza, pero sin recursos ni trabajadores, tanto el fascismo como el socialismo están obsoletos. La nueva política está más marcada por el voto “indignado” que por la ideología del votante. Lo que en España y en Grecia ha hecho surgir partidos de izquierdas como Podemos o Syriza, en Estados Unidos y el Reino Unido han sido el detonante de otras cosas de tintes diferentes, pero al fin y al cabo todas hijas del mismo padre y basándose en conceptos parecidos.
Al fin y al cabo, se le pueden sacar muchos paralelismos a todos estos partidos, que hablan por y para las masas, y muchas veces se escudan en fundamentos nacionalistas. Incluso Pablo Iglesias suele hablar de patriotismo y se ha dejado ver con una bandera de España en un mitin. Aunque Echenique ahora critique a Donald Trump y lo compare con Rajoy, en mi opinión Trump está más cerca de ellos que de un sistema político que hasta ahora ha servido de interlocutor con el poder en Berlín.
Donald Trump habla de devolver a EE.UU. el tejido industrial que se ha deslocalizado y proponer el comercio bilateral con China, ¿así que por qué no iban a votar las masas por un político que precisamente les está prometiendo el trabajo que se ha estado marchando del país durante todos estos años gracias a la globalización? Por mucho que los actores, cantantes y caras famosas en EE.UU. hablen del “peligro de Donald Trump”, lo que le interesa al ciudadano medio que ha ido perdiendo poder poco a poco es que le devuelvan la seguridad laboral y económica que tenía hace unas décadas.
Lo que demuestra la victoria de Donald Trump es, en mi opinión, una desconexión absoluta entre la élite y las masas. Hace unas décadas era fácil saber quién iba a ganar las elecciones porque los medios solían aupar su ascenso, ahora las opciones más impopulares (como Trump o el Brexit) acaban por salir vencedoras para el pasmo de todo el mundo. Por mucho que en los medios critiquen estas opciones, la masa acaba optando por ellas, algo que no ha sido así desde el auge del sistema democrático en el mundo desarrollado.
La mayoría silenciosa ya no vota “lo de siempre” y aunque nosotros lo critiquemos en las redes sociales y lo elevemos a la categoría de apocalipsis, quizá para muchos sea la única solución al negro futuro del paradigma laboral, económico y social al que vamos. Pero lo peor de todo es que quizá estos hechos como tales demuestren que la socialdemocracia del sistema capitalista que hemos conocido quizá esté obsoleta, porque si las masas están descontentas y votan opciones peligrosas, la economía global se tambalea. Quizá la victoria de Trump sea sólo un indicio del principio del fin de la globalización.