¿Existe el amor verdadero? ¿Qué hay que hacer para conseguirlo? ¿Todo el mundo puede o tiene que vivirlo? Todas estas preguntas y mil más nos hacemos a lo largo de nuestra vida sobre el amor, pero sobre todo con ese amor verdadero tan particular que, si no se ha vivido, no se tiene más datos de su existencia que a través de las películas o de alguien que nos ha contado su experiencia.
Unos dicen que no existe, otros que hay que estar siempre abierto para vivir esa experiencia, otros están agotados de esperar y han optado por no seguir buscando, pero siempre hay alguien que afirma que sí, que han vivido en sus carnes el verdadero amor y todos quieren repetir la receta para repetirlo en sus vidas.
El caso es que la mayoría de nosotros cree que el amor verdadero sucede sin más, brota como por arte de magia sin que podamos hacer nada al respecto, nos envuelve y no tenemos más opción que decidir si dejarnos llevar por el huracán de emociones o salir huyendo. Por supuesto es una enorme simplificación, pero en este asunto la ciencia tiene mucho que decir.
Amor de laboratorio
En 1997, Arthur Aron, investigador de psicología social, publicó un experimento donde podía inducir el amor entre una pareja heterosexual mediante unas técnicas que todo el mundo podía hacer de una manera sencilla, invirtiendo tan solo 90 minutos en todo el proceso.
El procedimiento era sencillo. Se colocaba al hombre y la mujer frente a frente y debían hacerse mutuamente 36 preguntas para contestar de la manera más sincera posible. Una vez terminada esta fase, debían mirarse a los ojos durante cuatro minutos y voilá, ya teníamos romance a la vista. Aunque parezca absurdo, los resultados fueron asombrosos y el nivel de intimidad obtenido fue tal, que la mayoría de los participantes comenzaron una relación. Incluso hubo alguna boda seis meses después del experimento…
El secreto al parecer, está en que las preguntas aumentan poco a poco el nivel de complicidad de la pareja obligándolos a compartir momentos íntimos y creando entre ellos estrechos lazos emocionales prácticamente sin darse cuenta. Estos son algunas de las 36 preguntas del estudio:
- Si pudieras despertar mañana habiendo obtenido cualquier cualidad o habilidad, ¿cuál sería?
- ¿Cuál es el logro más grande de tu vida?
- ¿Qué es lo que más valoras en una amistad?
- ¿Cuál es tu mejor recuerdo?
- ¿Y el más terrible?
- Completa esta oración: “Me gustaría tener a alguien con quien compartir…”
- Comparte el momento más vergonzoso de tu vida.
- ¿Cuándo fue la última vez que lloraste con otra persona? ¿Y tú solo?
- Si fueras a morir esta tarde sin la oportunidad de hablar con nadie, ¿qué sería de los que más te arrepientes de no haberle dicho a alguien? ¿por qué no se lo has dicho aún?
- Dile a tu pareja algo que ya te guste de él o ella.
- Comparte un problema personal y pídele consejo a tu pareja de cómo él o ella lo manejarían. También, pídele a tu pareja que te refleje cómo pareces estar sintiéndote acerca del problema que escogiste.
Mandy Len Catron, probó el experimento y escribió un interesante artículo al respecto por si queréis leerlo. Por supuesto el estudio tuvo una gran repercusión una vez publicado. El New York Times recibió cientos de llamadas preguntando más detalles. Eso de conseguir algo tan complicado en 90 minutos resultaba muy apetecible, pero había muchas dudas. ¿Sabéis cuál era la pregunta que más repetían los interesados? Muy sencillo. Todos querían saber si el experimento garantizaba una relación duradera en el tiempo, porque si no era así, la mayoría ni se molestaría en hacerlo…
¿Por qué todo tiene que estar garantizado?
Claro, quizá todos tengamos asociadas las palabras amor-verdadero con para-siempre, porque lo que casi todo el mundo busca es alguien con quien pasar el resto de su vida de una manera más o menos equilibrada, con sus altibajos lógicos, pero sin el fastidio de tener que cambiar de pareja cada dos por tres, con todo el esfuerzo que supone y la frustración que se va acumulando con el paso de los años.
Por tanto, la búsqueda de ese amor verdadero va en la dirección de encontrar a alguien con quien compartir nuestra vida y, a la vez, nos otorgue cierta seguridad de que durará como mínimo hasta que la pálida dama aparezca.
Pero, ¿quién puede garantizar que una relación puede ser próspera y duradera hasta el final de nuestros días? Quizá si el experimento de Arthur Aron ofreciera un papel firmado y sellado a modo de garantía y con posibles daños y perjuicios en caso de no cumplirse, la gente lo hubiera aceptado de mejor grado. Pero nada está garantizado, quizá solo la muerte, y nosotros exigimos esa seguridad ilusoria por nuestra continua obsesión de tenerlo todo bajo control.
Precisamente cuando aceptamos que no tenemos esa seguridad es cuando todo fluye mejor, pero la ansiedad nos atenaza y buscamos lo mejor, aquí y ahora, aquello que cambie nuestras vidas para siempre, ese gran amor que hemos visto en alguna parte, eso que creímos vivir una vez y que nos dejó la miel en los labios… Eso lo queremos saborear bien, vivirlo de principio a fin, intensamente y sin ningún corte publicitario. ¿Acaso pedimos demasiado?
El cine, la literatura o el teatro nos han ofrecido continuamente historias de amor maravillosas, cargadas de misticismo, de heroicidad, de un esfuerzo titánico por conseguir y mantener un amor que nos abra la puerta de la felicidad duradera y la prosperidad sin límites. Sin embargo, la realidad se encarga de cerrarnos, en la mayoría de los casos, la puerta en las narices pero nosotros seguimos buscando de manera ininterrumpida ese amor con mayúsculas.
Amor capitalista a falta de amor verdadero
Son muchas las voces que afirman que los valores del capitalismo rigen las relaciones actuales, igual que el resto de nuestras actividades. El consumo de amor, igual que el de otros productos, puede ser un pasatiempo interesante en esa búsqueda desesperada del amor verdadero. Algo habrá que hacer mientras tanto ¿no?
Usar y tirar es la máxima capitalista para alimentar el sistema, por tanto el amor capitalista bien puede seguir estos pasos: ingerir al insurrecto, masticar, tragar, digerir, tomar un Almax para el ardor y finalmente expulsarlo de nuestras vidas. Como la experiencia no suele dejar saciados a ninguno de los dos, más bien lo contrario, se regresa a la rueda quizá con menos ilusión, pero sí con la esperanza de que quizá el próximo/a, sea el definitivo.
Quizá es posible que el dichoso amor verdadero nunca aparezca porque lo tenemos idealizado. Según Zygmunt Bauman, sociólogo polaco ganador del premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades en el 2010, eso de “hasta que la muerte nos separe”, no tiene ningún sentido en una sociedad marcada por un presente exacerbado y por un amor líquido, vacuo, donde las relaciones suelen tener el sello de la superficialidad y la fragilidad de los vínculos afectivos.
¿Quizá tenemos demasiadas expectativas en la otra persona? ¿En lo que debería darnos? ¿Es que no hay nadie ahí fuera que colme nuestras expectativas, o somos nosotros que debemos rebajar las pretensiones? Quizá haya una mezcla de ambas. Quizá estemos demasiado contaminados con la publicidad, la televisión, el cine… Quizá pensamos que sí, pero no existe el amor verdadero. O quizá sí, pero con fecha de caducidad y sin tantas fanfarrias. Quizá el enamoramiento inicial nos pueda desequilibrar hasta el punto de pensar que esa persona es el amor verdadero cuando no lo es, o quizá…