Casualmente coges un bus que te lleva a un tren y éste a un tranvía, da igual, el hecho es que haces un trayecto y de repente te encuentras en una parada/estación que desde hace tiempo no pisas; la universidad.
Los estudiantes son más jóvenes que yo, ahora, y parecen tranquilos y dedicados. Algunos (pocos), no hablan de cosas académicas, también es de esperar al deducir de dónde vienen y cuánto rato sí llevarán pensando y escuchando cosas académicas…
Miro hacia el lado de la vía contraria y veo a todos esos neoestudiantes con sus carpetas y libros de los que algunos tanto pesan. Entonces, pienso yo en aquella época, y en el gran error que cometimos algunos, y otros siguen cometiendo, de no tomarse sus estudios muy en serio… Es cierto, siendo un poco generalistas tenemos que reconocer que los estudiantes universitarios desde hace algunos años no son los mismos que los de hace más de 10, cuando ir a la universidad suponía un reto por el que sentirse realizado y un nuevo mundo para sumergirse en el pensar. No digo que sea lo contrario lo que pasa hoy en día, pero la tendencia a la que los jóvenes nos hemos -sin querer- acostumbrado a atribuir, sí es un poco contraria a eso.
¿Qué ha pasado, que vinculamos ese edificio o espacio estudiantil a las más y mejores juergas, a tumbarnos en su hierba y a sentirnos ‘guays’ por hacer campana, o a pasar completamente por alto al profesor en sus recomendaciones bibliográficas, qué ha pasado para pensar eso en vez de vincularlo al lugar donde enriquecernos intelectualmente? Está bien, quien piensa esto son solo unos cuantos y por suerte espero pensar que muchos de los que van a la universidad lo hacen por propia voluntad. Pero no, no es así, lo cierto es que desde que los estudios superiores se han entendido como algo necesario para un futuro bien cultivado –que luego además eso es mentira-, desde que representan un título más y más que obvio en un currículum vacío de emociones laborales, desde que todo eso, la universidad se ha infravalorado. Porque sí, porque es un mero trámite por el que tenemos que pasar, es lo que tenemos que hacer en vez de lo que realmente ¡soñábamos con hacer! Con lo que costó en un pasado vencer esa lucha contra la des-alfabetización española para que ahora los jóvenes salten de carrera en carrera -y tiro porque si no me catean – buscando y encontrando el placer de no hacer nada mientras sus padres se creen que estudian.
Repito, esto es generalizar y sé que quedan estudiantes que además de escoger lo que realmente les apasiona, lo viven y profundizan, y se implican en las clases, trabajos, exámenes… Pero por desgracia, al menos desde mi experiencia vivida, la universidad es esa etapa de vida que te sirve para desconectar, para creer que estás haciendo algo que en un futuro te servirá. Y que luego te sirva académicamente, pero no personalmente, como también debería de ser.
Pues sí, yo reconozco que -como casi todos los de mi alrededor en aquella época- no la supe valorar; era más divertido quedarse haciendo birras en el bar, o estudiando esa asignatura tan densa dos días antes del examen. Obviamente, en todo se tiene que encontrar la parte lúdica, una cosa no quita la otra, no digo que solo haya que ir para estudiar, no digo que en la uni no se pueda hacer ni una birra, ni te puedas tumbar para relajarte mientras sientes el sol después de una clase densa, tampoco digo eso… Pero la importancia reside en el concepto general que tenemos de ella.
Tampoco es que este hecho signifique que los casi 1 millón y medio de universitarios españoles actuales se convertirán en futuros fracasados, seguro que son grandes personas con miles de sueños por los que luchar y con tantas ganas de hacer cosas en la vida, pero entonces ¿por qué esta falsa atribución a nuestra querida universidad? ¿Por qué esta sensación de pereza cuando se trata de estudiar? Quizás es que la des-alfabetización española ya queda muy lejos -no veas, 50 años solo… (ironía)- y nos creemos los dioses del universo…
A veces es muy fácil hablar y la gente quiere resultados ‘científicos’-empíricos, pues ahí los tenéis: uno de los temas tratados en la rueda de prensa de 2014 (sí, un poco obsoleta la fecha pero por eso aún más alarmante) del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte decía:
“En el curso 2011-2012, 1 de cada 3 estudiantes perdió su beca por su bajo rendimiento académico durante el primer año de carrera”
Y ¿por qué pides una beca si no lo vas a dar todo por, al menos, aprobar? Es que 1 de cada 3 lo veo un porcentaje un poco elevado… Sabiendo lo que daría alguna gente por una beca algunos años atrás, y más ¡siendo el primer año de carrera! No entraré en si eran becas de exigencia media, alta o muy alta, solo quiero que nos quedemos con el concepto.
Considero que la clave de una vida apacible es la moderación. Saber cuál es el equilibrio entre pasárselo bien y rendir. Hay un punto intermedio muy amplio entre ambos extremos, sin que uno desborde al otro. Todos hemos tenido el compañero de primera fila, y al pasota que solo ves el día del examen, carecen de moderación.
La clave para pasar una carrera académica agradable y productiva es la moderación. Saber disfrutar y saber implicarse en la medida correcta.
Recuerdo cuando debía elegir mi destino de ERASMUS, mi gran pasión habría sido ir a Chipre, a la Universidad de Nicosia, a unas horas de ferri del Líbano, Israel y Turquía. Sin embargo, la moderación me hizo ir a la Sorbonne, la universidad de Balzac, de Benedicto XVI, de los Courri, Victor Hugo, San Ignacio de Loyola, y del propio Erasmus.
Ahora, 5 años después, la Sorbonne brilla en mi curriculum y automatiza un buen nivel de francés. Ha demostrado ser una sabia decisión, a pesar de haberme hecho renunciar a un semestre de juergas por el Mediterráneo Oriental. Además en París escribí como loco, me lo pasé en grande y conocí a geniales personas.