La traición y las lealtades en el futuro de España

La lealtad no debe incluir a la mentira en su práctica. Tampoco a la traición en la consecución de sus compromisos, menos aún cuando estos se han establecido con el verdadero soberano de la democracia: sus ciudadanos.

Pese a ello, desde la transición se ha venido construyendo una serie de propuestas políticas más próximas a ficciones que a verdaderos contratos sociales. Por ello, la Constitución está en entredicho. Esto, no tanto por su contenido sino por la ambigüedad de sus interpretaciones. Dictámenes todos que han surgido de una institución encadenada de un modo u otro a las servidumbres de lo político, el Tribunal Constitucional. Sus miembros tendrían que ser elegidos por tercios. Uno por parlamentarios, otro por los abogados en ejercicio y, por último, el tercero, por la libre elección de los ciudadanos en listas abiertas.

De aquí, que resulte un documento del que todos hablan pero pocos han leído. Aunque juren lealtad por ella, un número excesivo de representantes de los ciudadanos y miembros de los sucesivos gobiernos de esta democracia, no hicieron honor a ese compromiso cuando debieron demostrarlo.

Porque ser  leal con personas o instituciones, es una obligación moral que adquirimos con ellas, de manera de estar legitimados para una función social. Porque, cuando ejercemos esas obligaciones con lealtad, se trata básicamente de cumplir con lo que hemos prometido, incluso cuando las circunstancias son adversas. La lealtad es una virtud, y como tal debemos desarrollarla desde nuestra conciencia. 

Para que quede claramente expuesto: no ser leal es una traición a las personas o a las instituciones con las que hemos adquirido ese compromiso. Porque no hay excusas ni servidumbres diferentes a esas. Instrumentalizar los cargos o funciones para responder a intereses partidarios o de grupos, sean del tipo que estos sean, es una traición.

Los corruptos son traidores. Los que someten su desempeño a intereses que se contraponen con los generales del país, también. Los que mienten luego de su instalación en los cargos o incumplen sus compromisos, de la misma manera.

No se puede hablar de vaguedades, como cuando se toman decisiones en el “bien de España”, tal vez sea “por el bien de sus ciudadanos”. Pero, de manera pertinaz se insiste en solemnizar, en declaraciones llenas de un presunto fervor patriótico, los que serán los incumplimientos a los mandatos ciudadanos.

Porque parece olvidarse que la fuente de la legitimidad de la democracia está en los ciudadanos. No respetar este principio puede ser un sistema de gobierno, aunque no corresponde ser considerado democrático.

En estos momentos en los que se declaman propósitos. Los ciudadanos deberíamos entender que no les debemos lealtad a aquellos que nos han traicionado en el pasado. Esos mismos son los que nos reclaman algo que ellos han infringido: la confianza.

Recordemos que para que una persona sea leal significa que no utilizará a la otra persona sólo cuando la necesite. Es el caso de la solicitud del voto. Una persona que no es leal aparece sólo cuando necesita algo, y nos deja de lado cuando lo necesitamos. Destrozando nuestro futuro y el de los jóvenes.

La traición nos ha generado sentimientos de tristeza y decepción. Nos han hecho desconfiar y, de esta manera, se rompen los vínculos de manera drástica. Tengamos presente lo que Mark Twain nos decía: “La lealtad al país siempre… La lealtad al gobierno cuando se lo merece”… yo añadiría: y a los representantes, cuando cumplan rigurosamente con el mandato para el que han sido elegidos.

Basta ya de traiciones.

Fuente imagen de portada: http://vozpopuli.com/

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