“Que Dios ayude a mi pobre alma”. Esas fueron las últimas palabras del triste poeta de ‘Un sueño dentro de un sueño’ o ‘El cuervo’. Edgar Allan Poe murió en la miseria, a pesar de que alcanzó relativa fama en el Brodway Journal. Sus pasos caminaron entre la depresión y los vapores etílicos de la nostalgia y la pena. Franz Kafka (autor de las míticas obras ‘El proceso’ o ‘La metamorfosis’) también quedó postrado ante la desgracia de una vida miserable y sin escapatoria, culminando su existencia con la tuberculosis que le llevó a la tumba. De la misma forma, y por poner tan solo un ejemplo más, Stieg Larsson no conoció con vida la repercusión que alcanzaría su trilogía ‘Millenium’.
Parece que los autores que revolucionan la escena de la literatura -ya sea en prosa o verso-, aquellos que fijan un nuevo rumbo a las generaciones venideras, están abocados a la agonía. Los escritores que triunfan con vida son inusuales y, los que lo hacen, generalmente y en su gran mayoría, son autores mediocres -y, en ocasiones, rozan lo vulgar-. No hablo de que venda más o menos ejemplares de un libro que podríamos llamar ‘A orillas del río Piedra me senté y lloré’ o ‘A tres metros sobre el cielo’. Eso no determina la calidad y la profundidad de una obra. La trascendencia de una obra no ha de medirse en el número de ventas, porque resulta más que evidente que la gran masa consumidora de literatura lo hace por entretenimiento. No buscan grandes dramaturgos. No buscan complejas figuras retóricas ni construcciones demasiado elaboradas. No quieren un vocabulario rico y acertado -es más, lo detestan, porque no lo entienden-.
La gran mayoría de la gente busca libros que entretengan aunque no tengan un rico trasfondo. Libros para desconectar de sus vidas diarias. Libros para dejar de pensar. No les interesan los grandes conflictos del príncipe de Dinamarca shakesperiano. A pocos les importa el eterno día del personaje más famoso de Joyce, y no hablemos de los versos que Petrarca dedicó a su amada Laura, ni de los avatares del destino a los que ha de enfrentarse Edmundo Dantés. No son buenos tiempos para la complejidad en la sociedad de los 140 caracteres. Y menos para los que creemos que no existen sinónimos; que cada una de las palabras tiene un matiz concreto. Lo que más gusta al público suele ser la fantasía, el amor y el misterio. “Pero que nos lo cuenten, por favor, de forma en que podamos entenderlo”. Es en ese vórtice de circunstancias, preferencias y mediocridad, donde nacen obras como ’50 sombras de Grey’, que gusta a todo el mundo pero su calidad literaria deja bastante que desear.
Que la sociedad lea es muy importante, eso es algo que nadie en su sano juicio puede negar. Sin embargo, la cuestión coyuntural de este tema no se basa en que se incremente continuamente el número global de lectores, sino en qué es lo que se lee. Los autores excepcionales, en el sentido más genuino de la palabra, están en un continuo proceso de extinción en bucle, generación tras generación. Lo que se merecen esos escritores se lo llevan nombres como los que he mencionado antes de forma no despectiva, sino crítica. Un ejemplo de la basura literaria que se engulle en este país es ‘Ambiciones y reflexiones’, eso que podríamos llamar crimen contra la naturaleza por haber malgastado tanto papel en las líneas de una estrella del corazón. Que dicha señora haya pasado el límite de los 100000 ejemplares vendidos es algo grotesco, y más leyendo cosas como “No sé cómo escribir esto, pero eso que dicen que los hombres españoles no saben hacer el amor a una mujer, pues no es verdad. ¡Por mis cojones que sí saben satisfacernos! Con Jesús es verdad que era muy niña, todavía no sabía nada, pero es que en términos de placer, no hay comparación posible entre Jesús y Fran. ¡Fran sí sabe y disfruta haciendo el amor!”[1]
Sin embargo, aún queda esperanza para la literatura de calidad, para pequeños textos que dicen demasiado con pocas palabras. Queda ilusión por leer líneas precisas, que aún existen. Conocí a un hombre, en la Feria del Libro -hace uno o dos años, no lo recuerdo- en la Plaza Mayor de Salamanca, llamado Victor Balcells. Tras un brevísimo intercambio de palabras y adquirir su libro, me dispuse a leer “Yo mataré monstruos por tí”. He de decir que he leído grandes críticas sobre el autor y su obra, y también grandes sandeces, pero no cabe duda de que este hombre sabe lo que hace, que disfruta con lo que hace y que, principalmente, se esfuerza en ello. Su calidad literaria sobrepasa la media, es indiscutible, pero su alcance no ha llegado a ser el mismo que el de otros autores que considero no se merecen.
Me gustaría concluir afirmando que hay reconocidos escritores que se lo han ganado en vida, pero me indigna sobremanera ver el potencial que hay en jóvenes que apuestan por la literatura y que por no tener un ‘padrino’ o un apellido concreto, se desvanecen en el camino. Será la muerte la que ensalce su obra, ya que como dijo Sigmund Freud (pero con otras palabras), la muerte es capaz de ensalzar las virtudes de cuando uno estaba vivo. Valorad esos pequeños libros que no están bajo una importante firma, es posible que de aquí a algunas décadas sean escritos consagrados. Apostad por esos libros que nadie mira por no ser números uno en ventas. Yo no conozco cuáles son exactamente los ingredientes para crear una gran obra que guste, pero luchemos por que uno de ellos no sea la mediocridad, ya que en el mundo de las letras hay dos vertientes -bien de literatura, personas, arte en general, etcétera- que podemos entender con este fragmento de un relato Balcells: “Y tú me hablabas de las cebollas que teníamos que comprar, de lo caro que era el autobús hasta Barcelona; y tú me hablabas de la suciedad de los mendigos, tan inconstitucional, de esa manía que tenían las tiendas de abusar del aire acondicionado. Y yo sólo te hablé una vez, citando a Pizarnik. Cómo decir con palabras de este mundo que partió de mí un barco llevándome, te dije. (…)”.
[1] Dato extraído de la dirección web que aclaro a continuación -sobra decir que no pienso consumir tal ejemplar-: http://www.abc.es/estilo/gente/20131121/abci-diez-frases-polemicas-memorias-201311202048.html