La necesidad democrática de que gane Donald Trump
Fuente: http://noticiasvenezuela24.com/

Narra el cuento infantil, “El Flautista de Hamelín” que en tal lugar, ocurrió una invasión de ratas, tan alarmante y masiva que hasta los felinos huían despavoridos, ante tal circunstancia, los hombres notables del pueblo se reunieron y ofrecieron cien monedas de oro, para quién pudiera librar a la comarca de la plaga. Un flautista se presentó y aseguró que se encargaría del asunto. Haciendo sonar su instrumento, melódica y dulcemente, las ratas salían al encuentro de la música siguiendo al flautista. Este al recorrer todos los espacios del pueblo, se dirigió a un río lejano, y llevó a todas las ratas a la muerte por ahogo.

Solucionado el problema, el flautista fue en busca de su pago o recompensa. Los hombres notables, rieron con soberbia y adustez, no dieron las cien monedas de oro prometidas a quién simplemente tocó la flauta, según las palabras de estos.

El engañado, saco su instrumento y mediante otra melodía, hizo que todos los niños de la comarca salieran a su encuentro, en tal momento, los llevó para siempre muy lejos de Hamelín, dejando a esta vacía de ratas y de niños.

La moraleja que transmite la narración, destinada a imprimir en los niños el valor de la palabra y lo que genera su incumplimiento, se destaca, como en tantos otros textos inmortales, de los primeros años (como la invisibilidad de lo esencial en el principito, la importancia del esfuerzo y el largo plazo en los tres chanchitos, y el respeto a la palabra del mayor en caperucita roja), por la claridad de su mensaje y también por las posibles segundas lecturas que ofrece, una construcción metafórica básica pero a la vez profunda.

En Hamelín no preocupaba solamente la invasión de ratas, en realidad la mortificación primordial de los hombres del pueblo, era que ellos mismos no podían solucionar un problema que había surgido en donde vivían, ofertaron las cien monedas, no tanto para que se vayan los roedores, sino más que nada, para ver de qué manera obraría el que lograra el cometido.

La recompensa no estaba sujeta a la desratización, sino al accionar que librara el desratizador. Esperaban un raticida, una quema generalizada, una desinfección, recibieron música, y por más que el efecto fue el adecuado, no pagaron porque no creyeron en el método, por tanto mucho menos confiaron en la virtud de la flautista, demostrada luego, cuando ante el incumplimiento se lleva a los niños.

La democracia, no es un sistema cultural o un modo democrático de organizarnos y no hemos mucho más que esto mismo, habilitar, condicionadamente que algunos se presenten a elecciones, y de esos presentados, que los habilitados para votar, en una ficticia igualdad de condiciones, elijan a quién los gobierne.

Como diría Martín Hopenhayn en Después del Nihilismo: La modernidad, con sus vientos de democracia y pluralismo, disocia el valor de la singularidad de su sesgo aristocratizante (y esto pese al propio Nietzsche). No se trata de reservarle a una elite el derecho o el poder de la diferenciación, sino de plantear la diferencia como minoritaria y plural por naturaleza, pues para afirmarse tiene necesariamente que desandar cualquier precepto canonizado de liberación y admitir la multiplicidad de perspectivas. Que sea minoritaria no le da rango de excluyente sino todo lo contrario: pone el acento de la tolerancia ante aquello que no participa de las valoraciones dominantes. Una de las conquistas más reivindicadas por el proyecto de secularización ha sido precisamente la apertura a la disidencia y la excentricidad. En ese marco adquiere sentido la figura  del señor en Nietzsche, como una voluntad que tiene la libertad interior para afirmarse pese a ser distinta, o para convertir ese pese (o pathos) en motivo de afirmación.

Transgredir el cerco del rebaño desgarra, y es un modo de morir. Pese a su costo, Nietzsche resuelve llevar esta “pulsión” liberadora que el mismo reconoce en el movimiento de secularización moderna, al enclave irreductible de la singularidad. Para ello emprende una contorsión paradójica. De una parte recupera la historia, por cuanto alii se aloja el impulso secularizador moderno que motiva la crítica exhausta de los valores. Pero en tanto movimiento de individuación se sacude la historia. No es casual que Nietzsche quiera encarnar la figura del inactual o intempestivo. “¿Cuál es, pregunta, la primera y última exigencia de un filósofo ante sí mismo? Vencer su tiempo dentro de sí, devenir ´inactual´. ¿Contra qué debe emprender su combate más duro? Contra aquello que lo convierte precisamente en hijo de su tiempo.”  (Martín Hopenhayn en Después del Nihilismo)   La belleza de un mundo sin desear la gloria, podría resultar paradisiaco, sin desear la libertad, aún más, sin desear el reconocimiento deslumbrante , sin desear ser amados o agradar, podría ser torpemente revolucionario en el sentido que carecerían de sentido muchas de las acciones de las cuáles hoy nos conducen por este camino, insondable, insospechado y caeríamos en la aquella filosofía o en verdad religiosidad de la que hablábamos, no ser para ser, no desear para morir, trascender en la intrascendencia. Desde el vamos que uno no puede vivir atormentado en todo momento con este tipo de cuestiones, es más todo lo otro (la vida en sí) sirve como para no profundizar en este tipo de malos entendidos.

Supongamos que deseamos instintivamente, pulsionalmente, sexualmente a alguien, esa fuerza que nos moviliza, es decir ese deseo primigenio, es una lava irrefrenable, que al ser traducida en el ser social, de alguna manera se controla, por tanto se socializa, de lo contrario seguiríamos desnudos sin pruritos ante nuestras genitalidades, pero cierto resquicio, cierta huella, queda, golpea en el algún cromosoma que todavía la cientificidad no ha descubierto, el tratamiento que le damos a un fuerte deseo instintivo de índole sexual, es básicamente poner, situar, transformar en objeto a aquello que nos provoca esa reacción, sea ser humano, hombre, mujer o mono.

Nuevamente nos aborda el rector, el semáforo, esa autoridad tutelante que nos sitúa en tiempo y espacio, de repente nos viste, de gala, o elegante sport, nos pone en una fiesta fastuosa, en donde el objetivo sigue siendo el mismo, pero a su vez cambia, daríamos lo que sea por materializar el deseo, supongamos tenerla, hacerla nuestra en ese momento, adentrarla, poseerla, acabarla a ella, a la situación, al mundo, a todo, ese instante que es muerte y vida, vértigo donde todo y nada sucede a la vez.

Todo ocurrió una y otra vez en nuestro cerebro, es la venganza que ejercemos ante el tutelador, la que se cobra la barbarie por sobre la civilización, este le pide mesura, comportamiento social, la primitividad le responde con mayor inteligencia, no le dice nada y lo hace, una y otra vez, de modos tan poco elegantes como sucedáneos.

Y en ese ida y vuelta, en ese gris, encuentro de desencuentros, en ese equilibrio que debemos ejercer como seres en este mundo, de tanto en tanto, surge aquello, pocas veces explicable que es el amor, la distancia exacta de deseo hacia un sujeto en un tiempo infinito, cuando el sujeto, vuelve a ser objeto o pasa a ser objeto y lo infinito se traduce en días, meses o años,  ya dejo de serlo y por lo general es convivencia, conveniencia o connivencia, sin amor.

“Relación de poder y no relación de sentido. La historia no tiene “sentido”, lo cual no quiere decir que sea absurda o incoherente. Al contrario, es inteligible y debe poder ser analizada hasta en sus mínimos detalles: pero según la inteligibilidad de las luchas, las estrategias y las tácticas. Ni la dialéctica (como lógica de la contradicción), ni la semiótica (como estructura de la comunicación) pueden dar cuenta de lo que es la inteligibilidad intrínseca de los enfrentamientos. Frente a esta inteligibilidad, la “dialéctica” es un modo de esquivar la realidad siempre azarosa y abierta, plegándola al esqueleto hegeliano; y la semiología es un modo de esquivar su carácter violento, sangriento, mortal, plegándola a la forma apaciguada y platónica del lenguaje y el diálogo”.

M. Foucault, desnuda de tal manera los primeras causas que constituyen el origen de las ideologías políticas y sociales (teoría) y que se plasman en la realidad concreta por intermedio de normas, leyes o por el hecho fáctico (práctica).

Por lo expresado, se adhiere al siguiente documento que circula por el éter comunicacional:

“Como parte integrante de la gran Patria Americana, y ante los constantes embates por parte de distintos centros geopolíticos del poder, que han pretendido, y lo siguen haciendo, esmerilar la unidad americana, intentando, vanamente, hacernos creer que los Estados Unidos, son una suerte de amenaza imperial que nos subyuga y condiciona, cuando en verdad es parte integral e indisoluble de nuestro espacio continental, geográfico, político y cultural, es que consideramos indispensable el sentar posición ante las próximas elecciones presidenciales que se llevaran a cabo en noviembre.

Más allá de partidos, creemos que la candidatura de Donald Trump, refleja con claridad meridiana el desafío crucial de nuestras democracias occidentales. Hemos visto desde hace años, como distintos partidos, de ideologías varias, por intermedio de hombres y mujeres, más o menos dotados de carisma, como acompañados de grandes estrategias de mercadotecnia, pregonaron incansable como falsamente, los ideales irrealizables de una democracia inacaba, incierta, incumplible, un embuste a la razón, un timo a la expectativa, un juego perverso a la ilusión de los más humildes.

Con Donald Trump sin embargo, asistimos, como pocas veces, ante la oportunidad de que la política nos diga de una buena vez por todas, que es lo realmente ocurre en nuestros hogares y que es lo que podamos hacer ante ello, por más que nos guste o no las soluciones plausibles.

En tiempos en donde la incertidumbre, institucional como existencial, no es asumida, sino que se la pretende, ocultar, esconder o negar, generándonos para ello, relatos ficticios que más temprano que tarde, se terminan desmoronando como castillos de arena en la mar, produciendo mayores dolores, pobreza y exclusión, dejamos firmemente asentado que el tiempo del ahora, es, el establecer, sin ambages, ni anestesia que el mundo o el manejo del mismo (en lo que consiste la política) precisa de resoluciones urgentes que determinen patrones claros, prístinos y contundentes.

 Confiando en nuestra buena fe y en las mejores intenciones que podamos tener como seres humanos, los invitamos a todos y cada uno de ustedes, en el lugar del mundo en donde estén que acompañen a Donald en los Estados Unidos y a quiénes tomen a la política y a la democracia, como una forma de organización a los fines  y efectos de tener una mejor sociedad, libre de engaños y de argucias.

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