La musa que vino a soplar su partitura

Hablando en términos relativos a lo que la inspiración tiene de elemento fundamental a la hora de crear, establecemos de inmediato un vínculo obligatorio entre ésta y su caprichosa fugacidad sempiterna. Bien es sabido, que las musas aletean volátiles y despreocupadas ante tantos esfuerzos inútiles de mentes privilegiadas que poco o nada pueden hacer si estas hadas de la creación no tienen a bien aparecerse, iluminando al iluminado de turno.

Es curioso destacar las contadas ocasiones en que “ellas”, las musas, se dignan a tocar con su vara mágica al entregado mortal, que de ahí en adelante dejará de serlo para sus congéneres, dada la magna obra que ha creado, la mayoría de las veces sin ser consciente de ello. El tiempo y el buen criterio constatarán tan grandes hazañas.

Es cierto también que “ellas”, van (lógicamente), más en consonancia con los talentos más sobrados e insistentes en esto de acogerse a los favores de tan nobles divas, que a la postre otorgan tan grandes galardones. Aunque es hecho evidente que muchos talentos natos dejaron este mundo sin que “ellas” se dignaran siquiera a ofrecerles alguna migaja con la que componer alguna insigne ópera, o simplemente el bosquejo primigenio de algún retablo que hiciera más tarde las delicias de ingentes visitantes de un museo de arte.

Si bien son proclives a sobrevolar las cabezas de genios sin parangón, lo son más si éstos poseen (como dicen), el divino tesoro de la juventud. Circunstancia por la que se sienten especialmente atraídas. Pronunciándose muy a menudo a favor de el/la joven artista, que acuda a “ellas” con un proyecto artístico tan sugerente, que no podrán resistirse a ser partícipes en la creación de, por ejemplo: El “David” de Miguel Angel, o el “Let it be” de unos jóvenes melenudos que se harían llamar, “The Beatles”.

Y es que curiosamente, salvo excepciones propias de tan caprichosas inspiradoras, las más grandes obras de cualquier género artístico se producen en plena juventud del creador. “Ellas” no volverán a sugerirle ninguna partitura, ningún soneto, ni tampoco ningún fresco para la bóveda de alguna rimbombante catedral gótica.

Muchos de estos talentosos genios que compusieron, escribieron, esculpieron, pintaron, o construyeron maravillas para orgullo de la raza humana; continuarán infructuosamente buscando el favor de las musas, mientras “ellas”, en su devaneo sabiamente arbitrario, les soplaran la partitura a algún imberbe de prodigioso talento.

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