La irrelevancia de Syriza: la importancia del cambio

Se escucha en la lejanía, aunque cada vez más cerca, que 2015 puede ser el año del cambio. Habría que preguntarse por qué y para quién, porque no todos los cambios suelen ser holísticos y unidireccionales, sino que, más bien, aplastan por un sitio para que algo sobresalga por otro. El pasado más reciente nos demuestra a quién se aplastó y qué y por dónde salieron las consecuencias. IntermónOxfam denunciaba el pasado verano cosas tan escalofriantes como que las 85 personas más ricas del mundo habían incrementado en 2013 su fortuna en medio millón de dólares. Algo que puede hasta naturalizarse si se tiene en cuenta el porcentaje que para ellos representa medio millón de dólares, pero que asusta si continuamos leyendo la frase y entendemos que ese medio millón es al minuto. Si un año tiene 525.600 minutos, solo habría que multiplicarlo por 500.000 para despejar la incógnica: 262.800.000.000 dólares más. Si eso son las ganancias, no será descabellado pensar que sus ingresos habituales y cuentas corrientes podrán, de una manera u otra, pagar cómodamente las facturas rutinarias de su día a día. Mientras tanto, en tierras españolas, las 20 fortunas más ricas aumentaron su cuentas en 15.450 millones de dólares entre 2013 y 2014, y sus posesiones equivalen al 30% de nuestra población. Ojo: 20 personas poseen lo mismo que 14 millones. Estos datos asustan, por mucho que Amancio Ortega haga donaciones millonarias a ONGs, y lo que arrojan es una contradicción entre lo que se pretende buscar y lo que, finalmente, encontramos.

Syriza deja de ser un partido político en un momento de abstracción histórica y se convierte en un punto de inflexión en nuestra línea del tiempo. No es que Syriza pueda hacer más que el resto –eso esta por ver–, es que los directores de nuestras películas no quisieron dirigirnos hacia donde el guión nos había prometido. Poco importa, de hecho, si al final Syriza cumple o no cumple, porque la esencia de los resultados de las elecciones en Grecia es otra. Lo que se revela como verdad necesaria es que lo anterior ya no servía. El propio Banco de Grecia aseguraba que un tercio de los griegos se encontraba por debajo del nivel básico de vida (23,1%) o cerca de caer a él (11,5%). No importa lo que Alexis haga, da igual lo que Tsipras consiga. El tren ya ha partido porque allí se ha entendido –y en España hemos comenzado a entender– que lo que nos ha traído hasta aquí no ha sido casualidad. Las decisiones tienen nombres y apellidos aunque no conozcamos sus nombres y apellidos. Y las personas que no plantan cara a quienes tomaron esas decisiones, a cualquier nivel, se vuelven cómplices de la catástrofe. Tanto políticos como ciudadanos son culpables, en segunda instancia si esta se produce, por permitir que esas 85 fortunas del mundo continúen ridiculizándonos cada minuto. Y otras 20 en España, y otras tantas en Grecia. Los cambios, como decía, aplastan por un sitio para derramar ilusión por otro. Ahora comprendemos por donde se aplastó y por donde deberemos aplastar próximamente.

Si Syriza acierta en sus propuestas: bienvenidas sean. Si no: buscaremos otra cosa. Lo que hemos aprendido –y/o aprenderemos aquí– es que si algo está estropeado y lleva un tiempo sin funcionar, lo normal es comprar otro producto diferente. Qué curioso que una metáfora librecambista ayude a cerrar el contrato que pretendo vender con este texto, sin embargo, lo que refleja es precisamente el desafío de lo que espero parezca: algunos olvidamos hace tiempo el siglo XX para entrar en una época en lo que importa es tener lo básico, porque somos suficientemente inteligentes como para seguir jugando al Monopoly con nuestras propias vidas. Si no lo olvidamos, lo olvidaremos forzosamente. La pregunta no es, por tanto, si Syriza conseguirá algo, sino si el pueblo griego, europeo o mundial, será lo mínimamente maduro –de nuevo o por primera vez– para volcar el tablero cuantas veces hagan falta. Si esto es una democracia, acéptense las reglas, porque los jugadores, quizá han llegado para quedarse.

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