Con el eco aún cercano del clamor popular por los resultados electorales, ha llegado a mi mente, desde lo más profundo de mi memoria un hecho que tenía olvidado acaecido hace algo menos de una década. Ese hecho, rememoraba los juegos de invierno de Suecia, si mal no recuerdo, es decir, las olimpiadas de deportes invernales.
Me recuerdo a mí mismo desayunando tranquilamente en la cocina de mi casa con mis padres mientras escuchaba la radio. En la emisora, recuerdo que el comentarista de turno, hacía una entrevista telefónica con una mujer que había acudido a Estocolmo a presenciar dichos juegos. Y lo que destaco, y que se quedó grabado en mi memoria, es el comentario que dicha mujer realizó a modo de queja. Aquella mujer, se quejó exaltada de los desorbitados precios que los hosteleros autóctonos de la capital sueca, impusieron a todo el mundo con motivo del evento deportivo. Y si mi memoria no me falla, aquella mujer dio la estrambótica y aterradora cifra de veintidós euros, ¡por un café!
Supongo que con la final de copa de fútbol en el horizonte, los hosteleros barceloneses, aprovecharán el tirón y harán lo propio…
Pero, ¿qué tiene que ver ese recuerdo con el título de mi artículo? A decir verdad, mientras escribo estas líneas, me doy cuenta de que hay pocos nexos plausibles entre lo que quiero contaros y lo que os he contado. Intentaré ser más certero en las próximas líneas.
A razón de ese breve relato, he estado curioseando en la hemeroteca de varios periódicos para encontrar datos relevantes acerca de los niveles impositivos de aquí y de allá, concretamente por Europa. Puede que con los datos en la mano, viendo las tasas impositivas de países más modernos que España, pudiéramos entender los precios excesivos de algunos lugares, aún con eventos deportivos que influyan o sin ellos. Es decir, la calidad de vida, se paga. Tiene un precio y por tanto, los gobiernos, tienden a cobrarte de más para mantener unos cánones de eficiencia y calidad.
Pero, recabando datos, me he encontrado con el preocupante escenario (mejor dicho, bochornoso), de la práctica nula diferencia entre los países más desarrollados que España y el nuestro. Cuando piensas en países mejores que el nuestro, nos viene a la mente: Suecia, Noruega, Dinamarca, Finlandia…
Y si el nivel de vida allí es más elevado, también lo serán los impuestos. Por poner un ejemplo, con un SMI (Salario Mínimo Interprofesional) en España de unos 640 euros al mes, brutos; en Suecia, pese a no tener SMI oficial, las patronales acuerdan por ley una conferencia por ley en la que las empresas, se ven obligadas a pagar un mínimo (dependiendo del sector) que ronda las 17.200 coronas (unos 2.000 euros). Luego guiándonos por las matemáticas, en un salario mínimo sueco, caben por lo bajo tres sueldos mínimos españoles.
Pero, ese gran pero que nos reconcome por dentro, las tasas impositivas entre Suecia y España, no distan en exceso la una de la otra. En Suecia, el tipo máximo supera la media europea, si, cierto. Alcanza la friolera del 57% de IRPF. Cabe recordar, que en el año 2014, en España, el tipo máximo de IRPF alcanzaba cotas del 52% (con variaciones significativas en función de cada CCAA) y actualmente, en el año 2015 (año electoral) se ha rebajado al 47% y se prevé, que para el 2016, se reduzca el tipo máximo en España, hasta un 45%.
No voy a ser yo quien os abra los ojos, dejaré que sean vuestras mentes quienes hagan ese esfuerzo. Lo que se pretende en España, es reducir el tramo de renta máxima (antes todos aquellos con rentas mayores de 300.000 cotizaban al 52% citado y ahora todos aquellos de más de 60.000 al 45%) para ingresar más en términos absolutos, pero a su vez, agravando las diferencias entres los tramos de renta. Si antes un trabajador cobraba más de 300.000€ al año, y tributaba al 52% (permítanme una carcajada y alguna que otra lágrima de la risa), ahora, ese mismo trabajador, cotizará al 45%, mientras los que antaño llegaban a los 60.000€, tributaban a un tipo menor al 45% y que este nuevo año, se verán obligados a cotizar más. Es decir, lo que quitan de un lado, se deja en otro. Una buena jugada para las grandes fortunas y una (con perdón) auténtica putada para los de rentas medias altas. Si en la teoría, la pirámide de jerarquía social y poder adquisitivo, tenía aspecto de pirámide, con una base de renta baja y media grande en la que se sustentaba el consumo interno y una clase media alta de tamaño considerable, para los emprendedores, rematado con una clase alta minúscula; ahora, todo ha cambiado.
A día de hoy con las maquinaciones de nuestro gobierno y sus acólitos en la sombra, la forma de esa pirámide se ha reconvertido en un diábolo o con forma de reloj de arena. Con una gran clase baja, una exigua clase media y una gran clase alta. Todo ello, certificado y aprobado por el criterio de nuestro gobierno.
Y así, es como nos topamos con un pequeño gran problema relativo a la fiscalidad. La evasión fiscal y /o economía sumergida.
Si, queridos lectores. En una situación en la que los que más tienen, pueden cotizar menos, para así agravar las diferencias de poder entre ricos y el resto de la sociedad, nos encontramos con ese gran agujero negro, ese pozo de corrupción y ambición que elude el ojo del fisco (me atrevería a asegurar que en connivencia con la Hacienda Pública y la Agencia Tributaria).
Por poneros un dato aterrador que muchos ignoran, la economía sumergida en España, alcanza ya el 19% del PIB. Entre las clases obreras que, dadas las rentas bajas que las dan como mucho para sobrevivir al día, se ven obligadas a sacarse un “extra” en negro, las clases medias que se arriesgan a emprender un negocio tipo PYME, en el cual hacen funambulismo fiscal para ahorrar de aquí, tener en prácticas durante medio año a un trabajador, contratar gente discapacitada para subvenciones, tener en negro a varios trabajadores para conseguir producir sin declarar SS ni nada… y por último, el más importante, el producido por la avaricia sistemática e incluso genética de la clase adinerada, el arte de la evasión fiscal; en España, tenemos un gran problema.
Un problemón. Las tres clases sociales, y sus inherentes negocios en forma de persona jurídica, logran que ese 19% del PIB, no pase por caja y nos ahogue. Nos hacemos, como quien dice, el harakiri.
Pero esto tiene solución. La lucha contra el fraude fiscal, la economía sumergida… es una casa a construir. Y la gente pensará, pues las casa de marras, se ha de construir desde abajo, por sus cimientos. Pero no es así. En este caso, esa casa, que representa la lucha contra el fraude y la economía en negro, es una casa, que se ha de construir desde el tejado. Resultaría cómico e incluso un insulto a la inteligencia, que se obligara y se exigiera la pulcritud fiscala al que menos tiene, y que sin embargo, a los del otro lado de la balanza, se les trate con ramita de olivo… de manera laxa. Látigo para unos y un cachete a otros. ¿Es así como pretendemos salir de la crisis? ¿Ahogando más sin cabe al de abajo mientras el de arriba duerme tranquilamente sobre un colchón de seguridad hecho de mentiras, avaricia, deseos personales…? Si es así, os sugiero que no hagáis nada de nada… ya lo harán los de siempre por nosotros.
En fin, mis lectores. Mientras hay algunos, que no se besan porque no se llegan, el resto (la gran mayoría) nos hemos de contentar con una vida opaca en la cual lo único seguro, la única certeza o consuelo que nos queda a los demás, es saber que todos acabaremos perdiendo la carrera contra el tiempo.
Un saludo a todos. Que el ánimo no decaiga.