La construcción del miedo es la decadencia de la democracia
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El miedo es una de las emociones básicas del ser humano, que cumple un papel fundamental: la supervivencia. Eso es funcional. Pero, como efecto colateral disfuncional también produce deserción.

Las seis emociones primarias son la alegría, la sorpresa, la ira, la tristeza, el asco y, el miedo. Los experimentos encuentran estas seis emociones en seis expresiones faciales distintas que inclusive pueden diferenciarse según las culturas. Pero, el miedo, es una emoción básica y primaria, siendo común a todas las culturas. Su permanencia trae grandes consecuencias sobre el organismo. Es una emoción desagradable. Hace sentir mal. El miedo, comenzó siendo algo positivo en las sociedades prehistóricas, que salvaguardaba a nuestros antecesores de peligros como los depredadores, las inclemencias del tiempo y demás amenazas, colaborando así en la supervivencia de la especie.

Pero, los constructores del miedo saben que también es una emoción pasiva, ya que trata de retirarnos de lo que ocurre. Cuando sentimos miedo, su sensación nos lleva a sentirnos también indefensos, vulnerables. Lo que ocurre cuando sentimos miedo, es que o nos retiramos o nos paralizamos. A medida que las sociedades fueron avanzando, las teorías sobre los temores fueron creciendo paulatinamente a estas, siendo utilizado en muchas ocasiones por los grandes poderes para controlar a las masas o para moldear a las poblaciones a su antojo.

La construcción del miedo es la decadencia de la democracia
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Un ejemplo claro de esto fueron las grandes políticas autoritarias, que se apoyaban en el terror para asentar sus mandatos, como el nazismo, el estalinismo y el franquismo, que habitaron Europa durante los años 30, 40 y hasta casi los años 50  del siglo pasado, que basaron gran parte de su poder en el miedo. De aquí que el autoritarismo siempre requiera de la generación del miedo para sus propósitos. Su administración procura disuadir, inclusive del ejercicio de los propios derechos. Por ello, apela a soportes legales que permitan construir un estado de miedo. Los constructores del miedo procuran su legitimación. Podríamos recordar los juicios del estalinismo, las parodias por las que se exigía la pureza de la raza nazi, hasta llegar a las sentencias de muerte del franquismo. También la fundación de terrores en contra de otros colectivos o etnias ha ayudado a la consolidación de sistemas políticos, demonizando y achacando males y peligros a diversos grupos que en muchas ocasiones distaban de encarnar las características que se les atribuían.

También, pero para minimizarlo, las religiones  y muchas supersticiones se utilizaron para paliar los miedos. Así, por ejemplo las promesas vikingas del Valhala, el paraíso donde iban los muertos caídos en combate, que, a través de esa creencia, los guerreros perdían su miedo a la muerte en la batalla. Muchas creencias han ayudado a las personas a lo largo de la historia como catarsis contra fobias o como impulso para la superación de terrores. Por cierto, también usado por los terroristas islámicos.

Todas esas acciones estaban basadas en legalidades o también en dogmas religiosos. En nuestro presente, las desmesuradas penas a titiriteros, humoristas y las amenazas a los que habitan las Redes Sociales, junto a las multas a los manifestantes murcianos, con base legal, como antes se hizo con otras movilizaciones, forma parte de esa inoculación: el castigo económico disuasorio. Pretender decir desde un gobierno que se cumple con los mandatos constitucionales de esta democracia, siendo al tiempo sospechado de beneficiar a grupos económicos de manera abierta, o de incurrir en ilegalidades fiscales, políticas e incluso de interferir en los procesos judiciales, no sólo es indecoroso, es que resulta un agravio a la legitimidad con la que las mismas autoridades pretenden que el conjunto ciudadano cumpla con sus obligaciones tributarias, por decir algo.

Gestionar el poder que emana de los votantes, que a su vez eligen a diputados, que a su vez eligen a un diputado como primer ministro, exige revisar los conceptos que permiten calificar a este sistema como democracia. Porque democracia no es cumplir según conveniencia partes sí y partes no de la Constitución, documento del que, como El Quijote, mucho se habla pero poco se ha leído.

La construcción del miedo es la decadencia de la democracia
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Es así, que llegamos a descubrir que resulta que este sistema representativo es gobernado por una minoría legítima, que suele considerarse legitimada para abusarse de la mayoría de españoles. Lo que es posible por la inoculación del miedo como técnica preferida. Eso no es democrático. Es decadente. Indigno. Los constructores del miedo quieren que les dejes hacer, que te retires de tus derechos democráticos. No lo hagas.

Fue un gran consejo que un día escuche que le daban a un niño: «siempre tienes que hacer las cosas a las que le tienes miedo.» – Ralph Waldo Emerson

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