Georges Perec y el viaje infraordinario o: Sobre aquellas cosas que no salen en la tele
Fuente: https://milrizomas.files.wordpress.com Autora: Christine Lipinska

Escribir: tratar de retener algo meticulosamente, de conseguir que algo sobreviva: arrancar unas migajas precisas al vacío que se excava continuamente, dejar en alguna parte un surco, un rastro, una marca o algunos signos.

Georges Perec, Especies de espacios.

Es inevitable. Tarde o temprano encenderemos la televisión y nos asaltará un mundo de gentes, eventos, catástrofes y espectáculos. Fulano ha cambiado de marca de calzado o se ha casado con Fulanita, cuya historia les sorprenderá. Mengano mantuvo reuniones para acercarse a formar un gobierno de garantías, pero presten atención al gesto frío al saludar a su contrincante político. Accidente fatal al sur de Wisconsin, tenemos en exclusiva la grabación de esta trepidante persecución.

La televisión tiene la inigualable capacidad de vender vidas ajenas para que las sintamos como propias, quizás sea lo más parecido a una promoción de la empatía –de una empatía interesada– en nuestras sociedades.

Probablemente esta capacidad viene dada por la facilidad con la que la televisión en concreto, pero los medios en general, convierten lo ordinario en extraordinario. ¿Qué es lo ordinario? La palabra lo dice con bastante franqueza: lo que emana del orden, de un estado imperturbable.

Lo extraordinario se define por contraposición como algo que escapa del orden, de lo acostumbrado, por eso llama la atención (pero habría que desgranar el significado de “atención”).


En un breve texto de 1973, “¿Acercamientos a qué?” (Impedimenta, 2008), Georges Perec (París, 1937-1982), tal vez harto de la ordinariez de lo extraordinario, propone interrogar a lo infraordinario.


Vivimos en lo ordinario, las cosas se suceden como un reflejo del segundero de nuestro reloj de pared, solo conoce el avance en el sentido de las agujas del reloj, y si algo no va en ese sentido, si la aguja se detiene, es que nos hemos quedado ya sin cuerda (o sin pilas).

Lo extraordinario debería ser un segundero que se harta de todo y decide abandonar el sentido de las agujas, aunque sea para probar como indicador en un reloj de presión o de temperaturas. Pero le pedimos muy poco a lo extraordinario, nos basta con que el canal o el periódico de turno adornen la ordinariez de la pléyade de Fulanos y Menganos para otorgarles el privilegio de vivir en lo extraordinario.

Se trata de un movimiento no exento de crueldad porque, ¿cómo miraremos y viviremos nuestras vidas si lo que hacen los personajes y vedettes que mueven las modas es digno de admiración hasta en sus más pequeños gestos? ¿Con qué ganas cambiaremos de pasta de dientes o qué desidia recibirán los pájaros de nuestro parque más cercano, solo porque son lo mismo de siempre?

Así, la vida vivida se resume en los pequeños sobresaltos de una línea aplanada, cuyo ritmo, hasta el de los latidos, termina reducido a ruido de fondo. La gran crueldad de lo extraordinario es borrar la importancia de lo ordinario, pues no es otra cosa que la continuidad de la experiencia de la vida.


Lejos de resultar un ejercicio de sublimación de lo cotidiano, los textos de Georges Perec redescubren la vida, que ya no es simplemente la consciencia robada a una reflexión sobre el tiempo presente que mira con melancolía la fugacidad de lo vivido y con temor a un porvenir siempre demasiado impredecible


En un breve texto de 1973, “¿Acercamientos a qué?” (Impedimenta, 2008), Georges Perec (París, 1937-1982), tal vez harto de la ordinariez de lo extraordinario, propone interrogar a lo infraordinario. Como en un intento por recuperar y materializar la acumulación de lo cotidiano, Perec se sienta en una cafetería durante tres días, en una “Tentativa de agotamiento de un lugar parisino” (Gustavo Gili, 2012), y anota todo lo que ve, todo lo que le ocurre y le pasa por la cabeza:

«Oigo a alguien que dice: “Son las tres y cuarto”»

«Los semáforos se ponen en rojo (eso les sucede a menudo)»

«Si solo me fijo en un punto concreto, por ejemplo la Rue Férou, durante un tiempo suficiente (uno o dos minutos), puedo imaginar sin ninguna dificultad que estoy en Étampes o en Bourges, o incluso en algún lugar de Viena (Austria) donde, por lo demás, jamás he estado»

Lejos de resultar un ejercicio de sublimación de lo cotidiano, los textos de Georges Perec redescubren la vida, que ya no es simplemente la consciencia robada a una reflexión sobre el tiempo presente que mira con melancolía la fugacidad de lo vivido y con temor a un porvenir siempre demasiado impredecible: en el agotamiento del lugar parisino queda registrada la vivencia de Perec sentado durante tres días en café de la plaza Saint-Sulpice, y el pasado ya no es una fugacidad diluida, sino una acumulación de vivencias rescatadas del olvido inaplazable.


Convertir lo infraordinario en extraordinario, además de imposible, seguiría suponiendo un precio muy bajo a pagar por el acontecimiento de algo fuera del orden; lo infraordinario tiene que seguir ahí, “debajo” de todo.


De esta forma, algo tan ordinario como la costumbre de los semáforos de cambiar de color, es rescatado como una marca en el camino; si nos acercamos y miramos con los ojos adecuados al semáforo de la plaza Saint-Sulpice podremos leer: “Georges Perec estuvo aquí”.

Lo infraordinario, eso que está incluso debajo de lo ordinario, igual que los latidos acompañan y sostienen los trayectos de casa al trabajo y viceversa; se recupera no como algo extraordinario, Perec no grita a los cuatro vientos que ha descubierto la transición del verde al rojo del semáforo de la esquina, él lo anota entre paréntesis, pero ni siquiera agota la observación, no trata de conocerlo todo sobre el semáforo ni de sus transformaciones con el paso del tiempo.

Convertir lo infraordinario en extraordinario, además de imposible, seguiría suponiendo un precio muy bajo a pagar por el acontecimiento de algo fuera del orden; lo infraordinario tiene que seguir ahí, “debajo” de todo.

Así, Georges Perec des-cubre lo infraordinario, retira todas esas capas de extra-ordinarieces que nos invaden, y pone un momento entre paréntesis el orden, el sentido de las agujas del reloj. Porque sino, ¿cómo entender que durante tres días sentado en un mismo sitio uno termine anotando lo que ya sabemos todos, que los semáforos, a veces, se ponen rojos, pero que también, si fijamos nuestra vista en el vacío, podemos imaginarnos en Viena?


Georges Perec pone entre paréntesis el hábito, planteando el arriesgado ejercicio de creer, durante uno o dos minutos, que el humano no es un animal de costumbres, que puede suspender esa habitualidad a la que estamos habituados y sumergirse en la inocencia del desconocimiento


En un mundo en el que la justificación para dibujar unas líneas sobre unos papeles siempre viene dada por su escapatoria de lo ordinario, Perec encuentra un infinito en el que dejar algunas huellas de su vida y en disposición de sentarse en el café de la esquina hasta ser capaz de agotar el Café de la Mairie, en la plaza Sant-Sulpice, durante los días 18, 19 y 20 de Octubre de 1974.

Georges Perec pone entre paréntesis el hábito, planteando el arriesgado ejercicio de creer, durante uno o dos minutos, que el humano no es un animal de costumbres, que puede suspender esa habitualidad a la que estamos habituados y sumergirse en la inocencia del desconocimiento:

«Interrogar a lo habitual. Pero si es justamente a lo que estamos habituados. No lo interrogamos, no nos interroga, no plantea problemas, lo vivimos sin pensar sobre él, como si no vehiculase ni preguntas ni respuestas, como si no fuese portador de información. Esto no es ni siquiera condicionamiento: es anestesia. Dormimos nuestra vida en un letargo sin sueños.»


Imagino la búsqueda de lo infraordinario como un difícil intento, en un mundo ruidoso, por aguzar el oído, durante uno o dos minutos, para descubrir un latido que, pese a las habladurías, no suena siempre igual en cada pulso


En la inmersión en lo infraordinario Perec vuelve sorprendido, y anota en su cuaderno: «Instantes de vacío». Nunca un vacío estuvo más cargado de vida, y lo está por el mero hecho de haber suspendido, por un instante, la histeria de lo extraordinario. .

Los Fulanos y Menganos de la televisión viven en lo extraordinario, y parece que la única garantía de existencia de lo extraordinario es su capacidad de invadir nuestra ordinaria cotidianeidad. Con la escritura de lo infraordinario descubrimos los pequeños tramos de vida que unen y sostienen la figura que vemos reflejada en el espejo todas las mañanas.

Imagino la búsqueda de lo infraordinario como un difícil intento, en un mundo ruidoso, por aguzar el oído, durante uno o dos minutos, para descubrir un latido que, pese a las habladurías, no suena siempre igual en cada pulso. Apaguemos un momento la tele, pongamos un momento entre paréntesis este mundo extraordinario y agucemos el oído, tal vez incluso escuchemos nuestros propios pensamientos, y los latidos que los animan.

Chirrido
“Chirrido”, Técnica Mixta sobre lienzo, 2013, Santiago Caneda Blanco

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