Francisco José Crespo Villalba es experto en radiología, técnico superior en imagen para el diagnóstico, responsable de formación de la Fundación QUAES y profesor en cursos de posgrado acreditados por la Universidad de Alcalá de Henares y la Universidad de Valencia. También colabora como tertuliano en dos programas de radio de la región de Valencia. Sus recomendaciones de lectura son muy populares entre los radioyentes no sólo en la Comunidad Valenciana, sino incluso fuera de España.
¿Cómo llega alguien del mundo del diagnóstico médico a “radiografiar” libros?
Interés por la cultura y la historia, simplemente. La lectura me relaja y me hace encontrarme conmigo mismo, además de ayudarme a entender el presente, siempre complejo en un continente como Europa, que históricamente ha sido un campo de batalla y que en cualquier momento puede volver a serlo. Recordemos las guerras de la antigua Yugoslavia. Llevo años leyendo a diario, sobre todo literatura europea, tratando de ser analítico y de relacionar lo que leo con el momento histórico en que fue escrito y la actualidad. Toda esa experiencia me ha llevado a tener la oportunidad de recomendar y analizar libros para programas de radio. Por otra parte y aunque pueda no parecerlo, la historia influye en la aparición y desarrollo de enfermedades -sobre todo neurológicas- y su modo de afrontarlas. Y me refiero a la historia como tal: el predominio histórico de creencias y corrientes de pensamiento (paganismo, cristianismo, empirismo, naturalismo…) han sido decisivos en el papel del médico y el tratamiento de la enfermedad; de igual modo, el entorno, los factores ambientales como la gran ciudad, el cambio de costumbres y patrones familiares, ha traído consigo nuevas patologías, generalmente de origen neurológico. La historia influye en todos los ámbitos de la vida.
Entre sus reseñas literarias ocupan un lugar privilegiado los autores de Europa central y oriental. ¿De dónde viene su interés por la región?
Mi interés por la Europa central llegó por la Segunda Guerra Mundial. Ello me llevó a estudiar países como Alemania, Austria o Polonia principalmente. Por otro lado, el interés que me despiertan los Balcanes es consecuencia de las guerras de la antigua Yugoslavia, las cuales viví de adolescente y quedaron en mi memoria. Llegó un momento que quise indagar sobre aquel país, y esto me llevó a estudiar la historia de los pueblos que lo componían. Este conocimiento implica revisar modestamente siglos de procesos históricos y conocer los múltiples pueblos que han sido influyentes en la región, como los pobladores eslavos migrados desde el norte o conocer la influencia de Austria o Hungría en los Balcanes. Es como trepar por el tronco de un árbol y luego explorar sus múltiples ramas, pues estudiar un tema conduce a seguir indagando por diversos caminos -pasados y presentes- que aportan más claves.
¿Cuáles son las obras literarias clave para acercarse al mundo centroeuropeo?
En lo que respecta a ensayo, para mí hay dos referencias muy claras: El Danubio, de Claudio Magris, y El mundo de ayer, de Stefan Zweig. El libro de Magris es un recorrido cultural e histórico que sigue el cauce del río Danubio, desde Alemania hasta Bulgaria, pasando por los demás territorios que lo comparten. Sus observaciones sobre la historia, cultura y particularidades étnicas de los países por los que discurre el gran río europeo son abrumadoras, de una gran erudición. Magris emplea el término “cultura danubiana” como paraguas que acoge la historia generada y los diferentes mundos unidos por esa gran vía de comunicación que es el Danubio. Respecto al libro de Zweig, es un lúcido testimonio del desmoronamiento espiritual e intelectual de la Europa de los imperios por las dos guerras mundiales. Stefan Zweig, judío nacido en la Viena de la Monarquía austrohúngara, fue un intelectual formado con todo lo que la convivencia entre los diferentes países aportaba durante el Fin de Siècle europeo. Además, fue un serio defensor de una Europa intelectualmente unida. Un humanista, un representante moderno de lo que se conoció como la República de las Letras: una red europea de estudiosos formada espontáneamente durante el Renacimiento, la cual elevó al Humanismo a su culmen mediante la conversación y la correspondencia erudita.
En el ámbito de la novela señalaría La Marcha Radetzky, de Joseph Roth. Esta historia, otra crónica nostálgica del hundimiento, concentra el cosmos de nacionalidades, pueblos y gentes que formaban el Imperio austrohúngaro ajenos a las fronteras. Gentes de diferente etnia dispersos por cualquier parte del Imperio conformando una gran unidad. Es una novela de primer nivel con la que puede aprenderse mucho.
En los territorios que conformaban el Imperio austrohúngaro se nota cierta nostalgia por aquella época. ¿Existe ese interés también entre el público español?
En España el Imperio austrohúngaro siempre ha despertado simpatía. Se nos aparece como una idea bonita, romántica, esto tal vez reforzado por las películas de Sissi, que en nuestro país fueron un éxito. En numerosas conversaciones, tanto con aficionados a la historia como con no iniciados, he observado un gran respeto y cierta admiración por lo que fue el Imperio, se tenga mayor o menor conocimiento sobre él. En general, su imagen es la de un imperio elegante, integrador y poco violento, aunque ciertamente no fuera así en todos los periodos de su historia.
¿El creciente interés de los españoles por la literatura húngara tiene que ver con esa imagen positiva de la monarquía dual o más bien con nuestra experiencia con los totalitarismos del siglo XX?
Ambos factores son influyentes, aunque en los últimos años tiene más que ver con lo segundo, con el interés que suscita la historia negra de la Europa del siglo XX. No obstante, pienso que más que por uno de esos dos motivos es una consecuencia de la caída del régimen comunista, consecuencia que se ha ido materializando en España a largo plazo. Con esto quiero decir que la recuperación de la libertad de prensa permitió que magníficos escritores y obras que habían permanecido silenciados durante décadas se fueran recuperando. Primero en la propia Hungría, para poco a poco ir siendo traducidas al español y llegar a mi país. Actualmente existen varias editoriales que están haciendo una apuesta muy importante por la literatura húngara contemporánea, traduciendo cada vez más obras, tanto de las rescatadas tras la caída de la dictadura como de las producidas posteriormente, ya en democracia y gracias a ella. Autores como György Spiró, Magda Szabó, Ádám Bodor, Attila Bartis o László Krasznahorkai tienen su espacio y su público en España. Imre Kertész es muy leído y respetado. Por otra parte, clásicos como Dezső Kosztolányi o Miklós Bánffy, este con su magnífica trilogía transilvana, no han llegado a España hasta la década del 2000.
Y, entre los autores húngaros, ¿quién es su favorito personal?
Hoy por hoy, y siendo prisionero de la poca literatura magiar que se ha traducido al español, me quedo con Sándor Márai. La primera novela suya que leí fue El último encuentro, y me bastó para entender qué tipo de escritor es. Su estilo es amable, para mí relajante. Y la postura reflexiva, llena de dudas que adopta en muchas de sus novelas ante conceptos como la amistad, el amor o el paso del tiempo, hace que sus textos sean muy pedagógicos. Su libro La hermana, donde se sitúa en la posición de un enfermo y cómo vive este su enfermedad, es de una profundidad psicológica encomiable. Y actual, por más tiempo que pase, máxime en estos tiempos donde la humanización de la medicina y el trato cercano al paciente son ideas que se están potenciando mucho; tanto que se han convertido en corrientes de estudio y acción. Sin ir más lejos, yo mismo he recomendado este libro a muchos profesionales de la salud, incluso a pacientes.
¿Ha tenido la oportunidad de visitar nuestra región?
Hasta ahora he visitado Alemania, Austria, Suiza, Polonia, Chequia, Croacia y Bulgaria, y de todos esos países me he traído algo en mi interior. Siempre he aprendido alguna cosa. Cuando viajo busco algo más allá del turismo convencional, para mí es necesario recorrer lugares históricos, aunque sea un cruce de calles donde hubo un tiroteo, y meditar sobre lo allí sucedido o la evolución de la historia. Y reflexionar sobre el espacio, sobre el espacio como elemento intemporal, como presente sostenido. Al estar en ese lugar donde sucedió algo importante hace siglos, no se comparte el tiempo con sus protagonistas, aunque sí exactamente el espacio. No compartir tiempo, pero sí espacio; sólo esa pequeña diferencia. Esto es algo que desde hace años me obsesiona. Recuerdo haber sentido esa sensación con mucha fuerza en dos lugares muy diferentes: una calzada romana en Sofía y el campo de exterminio de Treblinka. Otra de mis prácticas habituales es visitar barrios poco frecuentados de la periferia de las grandes ciudades o pequeñas aldeas, tratando de ver lo que hay detrás de la postal turística, tratando de fundirme con el ciudadano medio en una sencilla taberna sin atractivo alguno. Con ello, intento absorber algo de la otra realidad de la ciudad conversando sobre temas mundanos con los vecinos del barrio, si el idioma me lo permite, claro.
Pese a su interés por la cultura húngara, no ha visitado el país de los magiares. ¿Será por la dificultad del idioma?
No realmente, la verdad es que hablando inglés o alemán suelo comunicarme bien cuando viajo, y en Hungría estoy seguro de que no sería diferente. No he viajado hasta ahora a esa valiosa isla cultural, lingüística y étnica en el corazón de Europa porque quiero que sea un gran viaje. Necesitaré muchos días para ello, y hasta ahora he preferido no ir si no puedo ver y estudiar con tranquilidad todo lo que pretendo. Pero ese viaje pendiente está cada vez más cerca.
Miklós Cseszneky
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