El otro día paseando por el centro de Barcelona rodeada de gente que acudía en masa a la llamada de la poderosa Navidad mis ojos se detuvieron por un instante en una pareja de ancianos que sentados en el suelo miraban con una profunda tristeza todo lo que les rodeaba. Mi primera impresión fue que eran mendigos, pero una segunda mirada más detenida me permitió ver que iban vestidos de forma impecable, limpios y sus rostros no reflejaban la dureza de vivir en la calle. La calle, la soledad, deja huellas en la piel, en la mirada de aquellos que les ha tocado tenerla como hogar, hostil hogar.
Seguí mirándolos disimulando delante de un escaparate, había algo en las miradas de los dos ancianos que me tenía atrapada: miraban con tristeza, dolor, dolor de alma, ese que llena poemas y cuentos como este y que una vez lo has visto deja de ser un recurso literario para ser una realidad que te golpea y te estremece. Seguí observándolos hasta que los ojos de ella se encontraron con los míos, ninguna de las dos rehuyó la mirada, seguimos mirándonos, ambas con una sonrisa tímida. Cuando veo a alguna persona cuya morada es la calle, si se dirigen a mi procuro sonreírles, no desvío la mirada ni disimulo, eso me permite sobrellevar mejor la vergüenza que me produce siempre que veo un mendigo, esas personas que han sido apeadas de la sociedad, del grupo, los seres humanos sin el grupo no somos nada, cuando nuestros sentimientos, ideas, lo que somos no existe para nadie, entonces dejamos de ser nosotros para no ser casi nada. Seguía allí de pie casi hipnotizada por la mirada de la anciana cuando ella me hizo una señal de que me acercara, dudé un instante, pero decidí hacerle caso, intuía que no iba ser una experiencia que pudiera olvidar con facilidad.
Cuando llegué a su lado los saludé y les pregunté si estaban bien y si podía hacer algo por ellos, el anciano me contestó que si de verdad quería hacer algo por ellos que me sentara a su lado a hablar un rato.
_ Que tú o cualquiera nos escuche hace que existamos, el día que nadie piense en nosotros, desapareceremos y eso será terrible.
Yo pensé que el viejo se refería a lo mismo que había pensado yo hacía un instante, que si no compartimos nuestra esencia, nuestro yo, que si nadie nos recuerda, es la muerte, la auténtica muerte del ser humano es esa y no la física: algunos muertos son recordados durante siglos y su muerte se ve atenuada por esa circunstancia, sin embargo, muchas personas mueren mucho antes de que sus corazones dejen de palpitar. Yo creía que el anciano hablaba de eso, pero no.
_¿ No sabes de qué te hablo, verdad?
_ No estoy segura, pero no tengo miedo a equivocarme si les digo que destilan una profunda tristeza.
_ No puede ser de otra manera, yo fui la inspiración de grandes hombres, de poemas, de obras literarias que se recordarán durante siglos, fui la esperanza de millones de personas, hubo un día que fui fuerte, pero en los últimos años me he debilitado, la gente ya no cree en mí y eso puede llevarme a la muerte_. Todo eso me dijo el anciano con lágrimas en los ojos, yo no entendía nada, pero aún así quería seguir oyendo su historia.
_¿ No comprendo, fue usted un político, líder de algún movimiento?
_ No hija mía, fui la inspiración de un Mundo mejor, fui una entelequia, una idea maravillosa que maduró y nació para hacer un Mundo más humano, la esperanza de los débiles, el anhelo de las buenas personas.
Cada vez estaba más desconcertada, empecé a pensar si el anciano podía padecer alzhéimer o algo parecido, así que me dirigí a su compañera. _ ¿Y usted, quién es usted?
_ Yo encarno lo más bonito de la Humanidad, su grandeza, su belleza.
_ Les confieso que no les entiendo, pero sé que ustedes son especiales, tienen algo _ de repente se me encendió una luz,¿ podría ser que fueran mis particulares espíritus de la Navidad? No pude resistir decirlo en voz alta, sonaba bastante más estúpido en voz alta que en mi cabeza, los dos ancianos se echaron a reír
El anciano me contestó _ no, no somos espíritus de la Navidad, somos tus espíritus de la Humanidad: yo soy DDHH, o como me suelen llamar, los Derechos Humanos, y ella es la Solidaridad. Sabemos que crees en nosotros aunque a veces flaqueas, pero sin ti y gente como tú dejaríamos de existir, así que debes recordar que no todo está perdido. Recuérdanos._ sonó un claxon, volví un instante la cabeza y los ancianos habían desaparecido. Pensé una vez y otra en lo que había sucedido. Yo que soy una descreída de casi todo no podía entender qué había pasado: mi razón lo negaba,¿ espíritus de la Humanidad? Qué tontería, no había bebido ni tomado drogas, no tenía fiebre, así que …¿ y si la Navidad se reía de mi? La detesto, no soporto la Navidad, pero la mirada de los ancianos, la calma y a la vez la angustia que proyectaban era de una verdad que traspasaba la lógica, así que al final decidí que tal vez sí, tal vez me habían visitado los espíritus de la Humanidad para que siguiera creyendo en ellos aunque la realidad se empeñaba a veces en negarlos. Volví a casa feliz, pasmada y sorprendida.
Feliz Humanidad.
Carmen Gracia Casals.
Me ha impresionado el relato, en tiempo de tanto ruido y vaciedad.
Espero que «la pareja anciana» no deje de pasear por las calles y caminos.
Saludos.