Aún siguen las réplicas de la tropelía, los susurros al oído del violador, gimiendo de placer sometiéndonos en su goce a la peor de las calamidades. No conformes con todo aquello que lograron al despojarnos de nuestro modo de ser en el mundo, siglos después, muy metido adentro de nuestro espíritu, sigue, casi a perpetuidad, ese mensaje, ese concepto, esa forma que nos dice como son las cosas, como es el mundo, como tenemos que obrar en él, que significa ser bueno, exitoso, admirado, reconocido y por tanto todo y cada uno de los contrarios de estas consideraciones colectivas. Acumular, acopiar, para ganar en la diferencia, tener para luego buscar la justificación y que de repente la vida tenga sentido, que el dios justo, al final del día, nos haga sentir, creer, que premia a los más conspicuos de su rebaño.
Es la calma que necesariamente debe alcanzar el violentado, un día más para encontrar la redención, la paz, que nadie buscó perder y que nunca tuvimos en mientes o como objetivo final, como razón de nuestras experiencias. No podemos salir del rótulo, si hacemos tal o cual cosa, siempre será en base a aquello, y allí está la trampa, el problema, el timo.
Ni descubiertos, ni encontrados, tal como regla pétrea, que forjó occidente y lo sigue apuntalando, algunos perdieron un guerra, allá ellos sí ni siquiera la dieron o no se percataron que la estaban llevando a cabo. Europa se hizo, y se ancla, por medio de genocidios, en esta práctica cruenta, valida las consideraciones que de tanto en tanto pone en el ámbito de la academia, alguno de sus notables eruditos, a los que, casi como única acción inteligente, escuchan, promueven y apuntalan.
En los estados de excepción en que han logrado matar el hambre de varios de los suyos, transformándolos, por el instinto de supervivencia, de pobres y carenciados a ricos imperialistas, la conquista a perpetuidad no culmina, no cesa, por intermedio de los conceptos de trabajo y educación, que nos metieron, por la vagina y el ano, previamente lubricados, para que penetre el falo aleccionados, disciplinante, con forma de crucifijo.
En esas misiones, que tras siglos alcanzaron la cúspide del poder eclesial (vaya sino lo tenían merecido) las órdenes del pastor mayor siguen siendo palabra sagrada. Se llevaron puesta la consideración de la tierra sin mal, pues sí no obras como el Padre lo dice, arderas en el infierno, que como si fuese poco, se traslada a la tierra, si es que sos vago, sino te deslomas, trabajando (para beneficio de ellos) sino acopias, sino progresas, es que no sos nadie, no vales nada en esta y tampoco valeras nada en la otra vida, deshonrando a tus padres y a dios.
Y claro, que se podría pensar de una revolución posible, entendiendo revolución como repartir y dar de nuevo, en un sistema, que desde aquel entonces, ha dado muestras que sólo beneficia a unos pocos para torturar y hacer padecer a millones, dentro de los cuales, más temprano que tarde, estás o estarás vos.
¿Estamos esperando acaso otro genocidio perpetrado por Europa, de acuerdo a los postulados teóricos de algunas de sus mentes más brillantes que siempre, han considerado que en occidente brilla la luz de la razón a diferencia de la oscuridad que abunda en sus fronteras o márgenes?
¿Será necesaria otra feroz muestra de calamidad humana, para que entendamos de una buena vez que sólo de nosotros depende vivir mejor, que todo aquello que nos han contado, tiene muy poco asidero con lo que viene ocurriendo?
¿A qué medio de comunicación le vamos a creer cuando nos sigan mostrando los que se mueren por querer entrar a ese reducto de la razón sagrada, que nunca incluyó, sino que ejerció lo contrario, la exclusión, y la segregación, porque la humanidad solo la comprende de tal manera?-
¿No será más fácil preguntar a nuestros abuelos, a esos que le privaron la posibilidad de entender que firmando ese papel, se quedan con sus tierras, con las que ahora emplean a nuestros hijos y nietos, para pagarle monedas, mientras las ganancias se la fuman ellos, acometiendo todo tipo de excesos?-
¿Es acaso ese dios, el que te muestran, permitiendo tal injusticia, el que estaba en sus barcos y sables, el que tenes que honrar, trabajando a destajo, para tener más que el otro, un bien material que reluzca tal vez un poquito más que el de tu vecino, que el de tu compañero?
¿Esa será tu gloria en esta vida, rendir cuentas ante ese imperativo categórico, ante el violador, ante el falo que te entro por todos tus agujeros, para que le implores piedad y hasta tal vez, perverso amor, diciéndole que superaste el dolor en esta vida, que te compraste una casa, dos vehículos y que vacacionas en el exterior?
¿La ruindad de la inercia, el papel anotado, que te digan que hacer, obedecer, para mandar, pasar de la condición de víctima a victimario, para eso quieres tener, ganarle a esta vida, acopiar, acumular, involucrarte en política, tal vez, para hacer de cuenta que incluís, pero en verdad excluís, expolias, saqueas, aprovechándote de la perversidad de la democracia que no por casualidad es el actual sistema reinante?
Sin duda que se trata de una nueva herida narcisista, sin acudir a esta en su dimensión excluyentemente psicoanalítica (en el caso de que la tuviera) y extendiéndola en su significación cultural, el aceptarnos; tras el aturdimiento, la conmoción, que produce precisamente el trauma, la notificación de lo que apenas, viene de acontecer, de suceder, de ocurrir, como capaces no sólo de haber construido, sino seguir sosteniendo, cerradamente y sin posibilidad de discusión, al sistema político de lo democrático, como el mejor de los posibles, como el cenit organizativo y organizacional de lo humano, referenciado, en atributos semánticos como la libertad, la fraternidad y la igualdad, cuando, en verdad, ha producido todo lo contrario a sus postulados, la pauperización de la condición humana, que amenaza a tener que volver sobre sus pasos e inaugurar un proceso de involución que la conduzca inevitablemente a una partícula irreductible.
Darnos cuenta que el tutelador (Europa-Occidente) construyó y construye su poder bajo muerte, bajo violencia, refrendada luego por una supuesta aprobación de mayorías, que dan en llamar lo democrático, es tal vez, la peor de las heridas narcisistas a lo que se dicen en llamar cultores de lo humano.
La democracia instaurada y a instaurarse, luchaba contra cruentos dictadores que representaban la vieja humanidad que ya había sido derrotada en los campos concentración y en la explosión de la bomba atómica. Lo democrático se enfrentaba a la rémora del fantasma de un occiso que hubo de demostrar no lo peor de nosotros mismos, tan solo, de lo que éramos (somos) capaces de hacer (con nosotros o los otros, que es lo mismo). Vivimos por décadas en la borrachera, en la degustación de una de las bacanales más placenteras de la humanidad, creyendo que incluíamos, que desterrábamos la pobreza, que nos ampliábamos al límite de poder habitar en un mundo en donde cupieran todos los mundos posibles, todas las manifestaciones de lo humano, sin que por ello se produzcan grandes confrontaciones ni complejidades.
La democracia cumplía prometiendo. Afirmada en que el cumplimiento efectivo, que la finalidad resultante, sólo era exigible a lo dictatorial, a lo autoritario, a todo aquello de donde veníamos y lugar al que no queríamos regresar (por ende lo transformamos en un archipiélago de excepción, en un gueto, valga la paradoja, lo reducimos a la baldosa infernal de lo nazi) resolvía el concierto de sus expectativas generadas, alimentando mayores esperanzas, constituyéndose en la metafórica figura de la bola de nieve, que como alud, se desprende de lo alto de la montaña, como un pequeño desprendimiento para terminar llevándose puesto todo.
La palabra estampada en un papel, escapa a las posibilidades totalitarias, a todo intento de subsumirla a consideraciones supuestamente globales que excluyen y apartan; la revolución democrática, o su restitución, sin dudad que habita en el lenguaje, como el ser.