Cada noche, descendía por las escaleras ataviada con su vestido del siglo pasado. Su pálido rostro se me antojaba hermoso y había algo en sus lamentos, no sé el qué, que me resultaba tan fascinante como perturbador. Los otros guardias de seguridad la temieron, pero yo… yo no dudé en acercarme a ella e incluso le dediqué unas bellas palabras. Sin embargo, para mi sorpresa, se asustó de mí y se desvaneció al instante.