En una aparente realidad

Es extraño este momento que estamos viviendo. Parece que, sin ser actores de una película de ficción, todos formamos parte de esta. No necesitamos aprender de memoria nuestro papel, tampoco tener experiencia o demostrar nuestras habilidades artísticas. Estamos sólo realizando la parte que nos corresponde en primera persona. 

Desde el momento que escuché las frases Coronavirus y Covid-19, honestamente no imaginaba la cadena de eventos que sucederían uno seguido del otro. A una velocidad que solo en un filme lo había visto. Y no es fácil hablar en primera persona de un evento histórico. Pero es eso lo que hacemos cada día, sobre todo en este momento. Estamos escribiendo la historia. Nuestra historia. 

Mis temas de conversación han cambiado. La preocupación por el futuro está entrelazada a la incerteza de cómo se mueve este virus y a la posibilidad de encontrar una cura. Esperando que la crisis económica no termine por asfixiar o exterminar a un mayor número de la población. 

Sí, nuestros argumentos de conversación giran en torno a temas, como, por ejemplo: el número de contagios y de víctimas en Europa y el mundo; la forma como las personas afrontan la situación, entre quienes creen en el virus y los que continúan a buscar un culpable o niegan su existencia.

Hablamos del uso de la mascarilla y de quienes declinan usarla o lo hacen en contra de su voluntad. El regreso a la escuela, el teletrabajo, las empresas que despiden o reducen el horario de trabajo de su personal, no obstante, como sucede en algunos países, el apoyo que el gobierno les brinda. “No es suficiente”, dicen muchos empresarios.  

Durante una cena entre amigas nuestra conversación giraba precisamente alrededor de estos temas.  En el ambiente se percibía la incerteza del futuro, que tratábamos de alejar al menos mientras degustábamos los platillos simples que habíamos preparado. 

Una de mis amigas, pocos meses antes de la cuarentena, encontró un trabajo en condiciones óptimas, de acuerdo con sus aspiraciones profesionales, con un contrato regular y con la posibilidad de transformarse en definitivo a finales del presente año.

Durante la cuarentena, al igual que muchos, formó parte de lo que en España es el “paro”, cassa d’integrazione en Italia. A inicios del presente mes recomenzó a trabajar desde su casa, bajo la modalidad de teletrabajo. 

“Es complicado, a veces tengo que crearme las actividades del día, que es más largo cuando no se tiene a la vista un programa específico para realizar durante el horario de trabajo”, dice.  Acostumbrada a las jornadas intensas, tratar con los clientes, tomar decisiones, ver al resto de sus compañeros, intercambiar opiniones, sentir que el día pasa volando con tantas actividades por realizar, es normal sentirse insatisfecho. Pero, “al menos por el momento tengo aún mi trabajo”. Y a partir de esta semana trabajará dos días semanales en la sede. 

La compañía continúa a buscar una solución para retomar un ritmo laboral parecido al que se tenía antes de la cuarentena. Al igual que lo hacen tantas empresas de servicio al cliente en estos momentos. 

Mientras nos compartía su desaliento, en su rostro vi la imagen de cientos de mujeres que atraviesan por su misma situación. Un grupo que pasa por uno de sus períodos más difíciles. Según un informe de la Organización Internacional del Trabajo- OIT- “el grave impacto de la COVID-19 sobre las mujeres está relacionado con su representación mayoritaria en algunos de los sectores económicos más afectados por la crisis. La hostelería, la restauración, el comercio y la industria manufacturera. A nivel mundial, casi 510 millones de todas las mujeres empleadas, alrededor del 40%, trabajan en los cuatro sectores más afectados, frente a 36,6% de hombres”. Cifras frías pero reales…

Nuestra cena continuó mientras otra de mis amigas, dijo sentirse afortunada, debido a que en la empresa en donde trabaja, siempre dentro del sector de servicio al cliente, no hay ningún cambio por el momento. 

Se mantiene el número de empleados, la misma jornada laboral de ocho horas que se desarrolla dentro de la normalidad, es decir, intercambio de información dentro del grupo, participación de las reuniones de trabajo siguiendo las normas preestablecidas; la distancia de un metro entre uno y otro compañero, usando la mascarilla, lavándose las manos constantemente, utilizando el gel para las manos, que ahora forma parte de los accesorios de trabajo. Está ahí, junto al ordenador. 

“Trato de estar tranquila, pero atenta”, siguiendo las nuevas reglas de convivencia laboral”, dice. 

“Lamento no poder abrazarlas, y darnos nuestro beso en las mejillas como lo hacíamos antes, pero temo que al menor descuido yo sea portadora del virus”. Debido al contacto cotidiano con el resto de los compañeros de trabajo, queda sólo, “confiar en la responsabilidad entre nosotros”. Pero igual, “prefiero evitar el contacto físico con ustedes y el resto de mi familia y amigos”.

Por su parte, la otra amiga, ama de casa, esposa y madre, manifestó su preocupación por el regreso a las clases. Su pequeño frecuenta la escuela preescolar que inició recientemente. Dijo que en general el programa del gobierno funciona. Queda sólo confiar en la responsabilidad del personal escolástico, padres de familia y los niños, obviamente. “Espero que mi niño (4 años) cumpla con todas las instrucciones que le damos en casa y las que su maestra le indique”. 

 “La sección este año se dividió en dos, para asegurar la distancia de un metro entre ellos. Y más de alguno de sus amiguitos del año anterior pasó al otro grupo”. Ella confía que el niño se adapte y las nuevas reglas de convivencia no lo afecten psicológicamente. 

Yo por mi parte, les comenté que estoy lista para recomenzar con las lecciones de español con mis dos grupos de adultos. Aunque si por el momento no sé cuántos alumnos tendré. El año pasado tenía un grupo de 17 y otro de 12. En su mayoría adultos mayores de 50 años. Más de alguno seguro no se inscribirá. 

Tengo sentimientos encontrados. De una parte, me siento entusiasta, optimista, con deseos de recomenzar. Pero, tengo tantas dudas. No se cómo se piensa organizar el grupo dentro del aula, ni si la distancia entre uno y otro estudiante nos ayudará a desarrollar la lección con los mismos resultados que el año pasado. Era normal ver a dos o más de los alumnos intercambiar opiniones entre ellos, ayudarse en las tareas, reír cuando alguno no sabía responder a una pregunta o conjugaba mal un verbo. 

No sé si con el rostro semi cubierto el grupo será receptivo a la lección. Desconozco también si mis bromas en español tendrán el mismo efecto que antes. 

Estoy renovando mi plan de clases. Buscando nuevas técnicas para desarrollar mis lecciones lo mejor que pueda, sin perder la alegría y la sonrisa, aún con la mascarilla cubriendo parte de mi rostro. Estoy pensando en actividades divertidas. Utilizar diseños en varios colores con los saludos y despedidas en español, por ejemplo.  Espero sólo mantenerlos atentos y con el mismo entusiasmo de aprender el español.  

Nuestra cena continuó hablando de otros temas. Igual, la vida sigue. Espero sólo que en la próxima cena entre amigas los temas giren alrededor de situaciones diferentes. Lo espero realmente…

Coronavirus: Responsabilidad individual

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