Los recientes atentados de Barcelona, han mostrado una vez más la miserable sociedad en la que nos hemos convertido. Una sociedad racista, decadente, ignorante, llena de prejuicios y sobretodo, una sociedad en la cual la más mínima oportunidad es aprovechada para sacar a relucir todo el odio que corre por las venas de este país.
Los acontecimientos y las situaciones vividas a lo largo de estos días, han sido de lo más absurdo y de lo más surrealista. Desde personajes que se hacen llamar periodistas (bendita ofensa para tan noble profesión) que no dudaron en relacionar el atropello con la famosa “turismofobia” y de rebote, aprovechar para lanzar dardos de odio a la CUP, o mostrar imágenes de heridos sin censurar, vulnerando toda clase de respeto a las víctimas, ironizando sobre el ataque, pasando por un cura que culpa a Ada Colau de los atentados (no sé ahora mismo si antes o después de la comunión y la sangre de Cristo), siguiendo por los miserables tweets que se lamentaban que no hubieran perecido más “catalanes” y por último, como no, los incidentes y comentarios racistas frente a todo aquello que tenga relación con el islam. Somos una sociedad que queremos dar ejemplo de no se qué, pero que nos odiamos entre nosotros hasta recurrir al más bajo insulto por simples cuestiones de ideología política. Frente a esto ¿cómo queremos afrontar con garantías y madurez la situación vivida en los últimos días?
Los atentados de los grupos yihadistas, en estos momentos, son imposibles de detener ni de preveer, por dos motivos muy simples a la par que dramáticos: la sencillez de sus actos y que las personas que perpretan los atentados están dispuestas a morir.
Una vez más, se ha mostrado la miserable sociedad en la que nos hemos convertido. Una sociedad racista, decadente, ignorante, llena de prejuicios y sobretodo, una sociedad en la cual la más mínima oportunidad es aprovechada para sacar a relucir todo el odio que corre por las venas de este país.
Frente a estos dos aspectos, en la actualidad y sobre el terreno, no podemos hacer nada. La sencillez de sus accciones implican que sean imposibles de detectar. El terrorismo tradicional, al que estábamos acostumbrados con armas y explosivos, era bastante menos complejo de preveer. El recurso del chivatazo o de la fuentes adecuadas, seguimiento de armas y mercado negro, búsqueda de arsenales, desmantelamiento de comandos, infiltraciones, etc… podían establecer una línea de investigación que evitara atentados terroristas, y aún así, muchos de ellos fructificaban. Este nuevo terrorismo es imposible de detectar, ya que utilizan todos aquellos elementos cotidianos que forman parte de nuestra vida diaria. Ni tan siquiera la explosión en Alcanar estableció una línea de investigación que previniera los atentados posteriores.
Por otro lado, los autores de los actos terroristas están dispuestos a morir en sus actos. Este es un aspecto crucial a tener en cuenta, para entender por qué siempre tienen éxitos todos sus atentados. Si el modus operandi principal fracasa, les da igual agarrar un cuchillo y comenzar a apuñalar a la gente, o sacar un arma y empezar a disparar hasta que alguien acabe con su vida. La gran mayoría no busca huir, sino hacer el máximo de daño posible. Es una situación totalmente dramática, pero efectiva a la par.
Uno de los primeros aspectos que habría que analizar profundamente, es que una persona que lleva viviendo toda su vida en un país, renuncie a su vida para convertirse en un mártir. Habría que empezar a incidir en ello, averiguar cuáles son los motivos, como se produce ese cambio de mentalidad, y la manera de inculcar que el terrorismo no es la vía para absolutamente nada, desde la escuela hasta las mezquitas.
Otra acción a nivel local, sería empezar a establecer vínculos administración – asociaciones islámicas presentes en nuestro país, para establecer programas que permitieran detectar posibles ideologías radicales, y también para inculcar desde las mezquitas la importancia de una convivencia sana en la que la libertad de culto sea respetada. No tiene sentido seguir marginando a la comunidad musulmana, ni tampoco el racismo reinante en este país.
La comunidad musulmana no tiene la culpa de los atentados yihadistas. Pero parece que como sociedad, en vez de evolucionar, cada vez involucionamos más. ¿Alguien se imagina, que durante la época en la que ETA atentaba a lo largo de todo el país, se hubiera marginado a toda la sociedad vasca, se hubiera perseguido a los vascos residentes en otras ciudades, y se hubiera faltado al respeto a las propias víctimas del terrorismo simplemente por el hecho de ser vascos y porque la organización terrorista también era vasca? Si esto te parece absurdo, no entiendo como en la actualidad no te puede parecer absurdo los ataques a la comunidad musulmana, cuando ellos también sufren el terrorismo en sus propias carnes. Aunque volvemos a lo mismo, si no somos capaz de respetarnos entre nosotros mismos, difícilmente lo haremos con el foráneo.
A nivel internacional, quizá ha llegado ya el momento de cortar vínculos comerciales con todos aquellos países que financian el terrorismo. Quizá sería el momento de dejar de venderles armas, establecer tratados, vincular empresas… Es muy hipócrita que se critique el terrorismo actual, mientras se viaja a dar la mano a aquellas personas que proporcional el dinero y la infraestructura necesaria para que se cometan los actos atroces que estamos viviendo. Pero como buena sociedad miserable que somos, los hay que tienen bula para hacer y deshacer a su antojo, con la única premisa que todo lo que hacen «es bueno para el país». Pues todo eso que es «bueno», se está cobrando vidas, vidas inocentes.
Somos una sociedad tan miserable, que hasta una desgracia como un atentado terrorista que podría haber acontecido en cualquier ciudad, en cualquier parte de este país, sirve para utilizarlo contra los catalanes, buscando hasta el más mínimo resquicio para insultar, meterse con el catalán, con la independencia, con la ciudad. Todo vale.
Eso sí, como buena sociedad miserable que somos, lo único realmente relevante, es si el mayor de los Mossos d’Esquadra habla en catalán (aunque posteriormente lo haga en castellano), si Ada Colau sonríe en el homenaje a las víctimas (vete tú a saber por qué, pero ya hemos pescado la foto), si habían bolardos o no (ahora seguramente alguien se sorprenda si digo que aunque hubieran puesto bolardos en las ramblas, habrían atentado en otro lado, como por ejemplo en una calle céntrica de Barcelona mientras la gente cruza) o un mil de etcéteras que provoca escalofríos después de vivir las escenas que vivimos hace menos de una semana, y de las que parece que ya nadie se acuerda. Una vez pasada la tormenta inicial, ya podemos volver a regodearnos en toda la mierda diaria de este país, utilizando toda esta desgracia como una maravillosa campaña electoral, y para hacer cualquier tipo de demagogia a todos aquellos que no piensen como nosotros.
Somos una sociedad miserable. Muy miserable. Una sociedad tan miserable, que en algunos casos llega a un punto tan extremo, que es capaz de pasearse entre heridos, fallecidos, y gente en estado crítico, grabando con su smartphone a ver si puede conseguir el mejor vídeo, la mejor foto, que llene sus redes sociales de millones de likes, que muestre la desgracia ajena al mundo en primicia, y que no es capaz de preguntar a la persona tendida en el suelo si puede hacer algo por ella.
Somos una sociedad tan miserable, que hasta una desgracia como un atentado terrorista que podría haber acontecido en cualquier ciudad, en cualquier parte de este país, sirve para utilizarlo contra los catalanes, buscando hasta el más mínimo resquicio para insultar, meterse con el catalán, con la independencia, con la ciudad. Todo vale. ¿Hasta este punto hemos llegado?
Este terrorismo es nuevo. Y lo que es peor, es muy jodido.
Solamente la unión de toda la sociedad, independientemente de la raza, sexo, religión o ideología puede ser el primer escalón para intentar combatirlo.
Los musulmanes no tienen la culpa. Sí quiénes perpetran los atentados.
Somos una sociedad miserable, y mientras no seamos capaces de respetarnos, respetar a nuestras mujeres, respetar al prójimo sea de donde sea, respetar las ideologías, respetar los muertos de la guerra civil que aún permanecen en cunetas y fosas comunes y sobretodo respetarnos a nosotros mismos, poco o nada tenemos que hacer contra este nuevo tipo de terrorismo. Necesitamos madurar. Necesitamos abandonar los extremismos. Necesitamos avanzar.