ELLE mantiene al espectador inquieto y con un cierto estupor de principio a fin.
Son muchos los cabos sueltos que invitan a pensar.
La película envuelve en una bruma intrigante que interroga al que la ve sobre sus propios valores.
Isabelle Huppert encaja a la perfección en una mujer con sus sentimientos enterrados y en parte desconocidos por ella misma.
Encarna la frialdad de emociones como método defensivo, pero es una frialdad parecida al trance, sugestiva.
Ella se defiende de lo que intuye en ella misma, casi a ciegas en un saber primario.
Todo ello contrasta con un físico vulnerable junto a una firme sensualidad.
Lo que más teme y lo que más desea, su parte más oscura, se la descubre otro.
La música recuerda a «Instinto básico» a través también de una cierta cadencia en la narración.
La primera lectura de la película podría ser una crítica a la nueva burguesía europea, cuyo sentido de la vida habita el mundo de la apariencias vacías.
Pero ver sólo eso es quedarse muy corto porque existe una compleja profundidad en cada personaje.
El aire psicopático de fondo, el síndrome de Estocolmo que se muestra, no son más que los anzuelos para la excitación de descubrir aún más, quizá, de nosotros mismos.