“¿Estás pensando lo mismo que yo?”, le preguntó a su hermano mientras le miraba con complicidad una aburrida tarde de primavera en la que jugaban tras el viejo caserón. Vieron un ventanal abierto que mostraba el lúgubre interior y aunque les habían prohibido entrar, se colaron. Mientras recorrían los pasillos, una terrorífica sombra los acechaba. “¡Pero salid de ahí, idiotas!”, gritaba el nervioso telespectador.