Nada tiene mayor trascendencia en la vida de las personas que su situación económica. Es desde esa plataforma que juzgamos al mundo, a la gente y a nosotros mismos. Es el prisma con el que juzgamos la “realidad”, tanto lo que tenemos más cerca como lo más alejado de nuestro entorno. Amanece distinto para quien tiene el estomago lleno de mantequillosos croissants, que para quien empieza el día con un sorbo de agua escasa y sucia. El entorno decide por nosotros lo que nosotros creemos de él. ¿Es eso así? Parece evidente. Y si lo es, ¿por qué molesta tanto a algunos este razonamiento?
¿Quiénes son esos a quienes tanto molesta reconocer que son producto de su entorno económico social?
Respondo ya y nos ahorramos circunloquios innecesarios: son enemigos acérrimos a tal razonamiento toda clase de esencialistas: desde los religiosos a otros fundamentalismos dogmáticos . Baste recordar cuán peligroso le parecía al anterior Papa de Roma el “relativismo” que afecta a las sociedades occidentales. Desde Joseph Aloisius Ratzinger (alias Benedicto XVI) que alegremente hablaba de la “dictadura del relativismo” a Jorge Mario Bergoglio (alias “Francisco I”) quien afirma que estamos “marcados por el relativismo, en lo que parece que no hay nada definitivo… -que aleja a los hombres de la verdad-… que es Cristo”. Dejando de lado otros dogmatismos -que cuando no tienen que ver con Dios, tienen que ver con la Raza o cosas similares y generalmente son popurrí de todas ellas- en el caso de los Papas y sus seguidores el dogmatismo es malo porque niega LA VERDAD, es decir “su” verdad. Tema sabido, incluído el estado paradójico de estas iluminadas mentes que son capaces de decir que el dogmatismo nos hace libres, mientras que la tolerancia nos hace esclavos: desde aquello de justificar a los ricos y opulentos entrando por el agujero de la aguja por la que no iba a pasar un camello, las diversas iglesias se han dedicado a retorcer el lenguaje para justificar todo lo que tenga que ver con el hecho incuestionable de que esta vida anda llena de injusticia y convencernos de que lo mejor, ante ese estado de cosas, es la santa resignación. Mientras, ingresan sustanciosas muestras de generosidad de los más favorecidos por la fortuna para mantenerse en la cúspide de la Verdad: el brujo y el jefe de la tribu, como siempre, van de la mano.
Así que los dogmáticos e intolerantes son los defensores de la Verdad (una e igual para todos, nos guste o no, incluidos los disidentes tras algún electroshock si es preciso) Los defensores de quienes tienen pasaje al otro lado del agujero de la aguja son, como digo, verdaderos enemigos del relativismo. Es decir, están dispuestos a declararnos herejes a quienes sostengamos lo que al principio sosteníamos: que las personas somos producto de nuestras circunstancias (en lo que estarían conformes desde Ortega a toda la Escuela de Frankfurt y la mayoría de quienes aplican el mero sentido común y se dejan de esencias miríficas).
Hay que admitir que muchos dogmáticos lo son de buena fe. Generalmente, gentes sencillas, humildes, que acatan las enseñanzas y cuentos de evangelios y Biblias que cuando eran pequeños les enseñaron, desde la dulce abuelita frecuentadora de rosarios, al severo sacerdote del colegio y la catequesis. De estos hoy no voy a hablar: es su derecho el sentirse en conexión directa con el Espíritu Santo, la Virgen María o Santa Bárbara, si pueden. Y como uno es un relativista redomado -o un historicista o algo así- pues respeta a estos todo lo que se les puede respetar (excepto cuando pretenden ordenarnos la vida a los demás cual fundamentalistas, a lo que no tienen el mínimo derecho. Cada cual, en su casa, haga lo que quiera ¡faltaría más!)
Pero, hay otros que no pertenecen a esas almas cándidas y bienintencionadas a las que me acabo de referir. Esos, son los Jefes. Son los que saben perfectamente que el relativismo es su enemigo. El enemigo que cuestiona sus privilegios, el enemigo que les disputa sus derechos “naturales” o adquiridos. Esos son los esencialistas que quieren limitar nuestras libertades porque nunca las han querido para los demás: esos mismos a quienes hubo que arrancarles los derechos que hoy disfrutamos en algunos países, imperfectamente si se quiere, pero nuestros, y que son la joya de la menguante calidad democrática de nuestras sociedades. Y esos, casi siempre, están en el mismo lado del hemiciclo: en el de la derecha. (Bueno, Bono estaba con los otros…) Esos son los que nos quieren en misa, con internet controlado, con los humoristas en la Audiencia Nacional, los sindicatos acosados cuando no comprados, y los manifestantes aporreados y multados por cuestionarles sus sagrados derechos eternos y cantarles las cuarenta en la calle o delante del Parlamento (ese que ellos han convertido en su Circo particular)
Esos son los que tienen los ministerios llenos de amiguetes afines a esa Secta que tanto gustaba al Dictador. Esos son los que hablan de Libertad sólo porque son liberales en lo económico. Porque saben que para ser liberal en lo económico es preciso ser conservador en todo lo demás: para que no se les revolucione el rebaño.
En fin, que si Dios existe, no puede ser tan malo ni frecuentar tan malas compañías. Digo.
Venía hoy dispuesto a hablar del historicismo, pero me ha venido a la memoria alguna aseveración de Benedicto VXI sobre los males de relativismo y no me ha quedado otro remedio que recordar a los mejores amigos de la Iglesia Católica Apostólica y Romana: los ricos. Como muchos, envidio a quienes viven el milagro de la Fe: su vida debe ser mucho más sencilla al disponer de una explicación para todo (si Cristo es en sí mismo la Verdad ¡de ahí al Cielo!). Y les respeto.
A los otros, a los que usan los dogmas que la Iglesia les proporciona para atravesar el agujero de la aguja con sus camellos cargados de oro, misiles y dólares, a esos les deseo que realmente Cristo tuviera razón y que los mande al infierno, si es posible.
Pero, como no creo que lo vaya a hacer -al menos, en vida- mandémosles nosotros a la oposición, que ya es algo, en las próximas elecciones. Podemos hacerlo, mientras nos dejen votar.