La propia Unión Europea se encuentra en esta disyuntiva. Los acuerdos opacos, que están resultando cada vez más frecuentes, atienden a los intereses de los lobistas. Ello, antes que al de muchas de las diversas sociedades civiles que configuran a esta área económica. Porque ya es hora de que se entienda que el proyecto de España como sociedad política se suma al fracaso del actual modelo europeo. Fracasa en las orillas de Lesbos, en la valla de Melilla, en las oficinas de esa antidemocrática superestructura denominado Banco Central Europeo. El concepto de esta Europa no responde a los intereses de los ciudadanos. Se ha tornado disfuncional. Su funcionamiento está comprobándose cada vez más disfuncional a los objetivos particulares de sus estados miembro. La política española es fiel reflejo de esa distorsión. Tenemos a un jefe de gobierno que ha sido obediente a otros intereses, no a los de los ciudadanos que debió representar. Se debió sostener la misma presión en las negociaciones, para que España no hubiese sido tan afectada como lo ha sido.
El gran fraude fiscal. La modificación de las normas, como el caso de la Ley de Enjuiciamiento Criminal, verdadero punto final para muchos imputados por corrupción. La desoladora reforma laboral que, para colmo, no ha servido para nada. El revisar la legalidad vigente franquista fruto de una Transición fallida, debe ser el paso previo a una verdadera regeneración instituciona. Estamos donde estábamos y, lo que es terrible, han puesto a España al borde del colapso. El espectáculo de ayer en el Congreso exhibe a esta gente que se atribuye éxitos falaces, sin asumir ninguna responsabilidad por los desastres que los vinculan a fenómenos tales, como la pobreza creciente.
Bajo el título de norma, todas las leyes, repito, entendemos que se establece para ser cumplida por los sujetos, en general ciudadanos, de un lugar y un espacio determinados. Son portadoras de valores, en nuestro caso, hasta ahora al menos, nítidamente humanistas, que sirven para organizar comportamientos, actitudes y diferentes formas de actuación, de manera de no entorpecer el bien común. Contravenir este requisito, es subversión del sistema. La corrupción no es una de las habituales conductas de los españoles. Todos los tesoreros de Alianza Popular, antes, y del Partido Popular, ahora, incluida la actual, están imputados. Esos comportamientos subvierten los valores. Son disfuncionales a la democracia. Recordemos que una Sociedad Civil se articula en torno a valores comunes que le dan sentido. El origen etimológico de “subvertir”, lo encontramos en el término latín subversĭo, que derivaría en el verbo subvertir. Es sinónimo de trastornar o destruir. El concepto de subversión, por tanto, se encuentra relacionado a una rebelión, una alteración o un daño, en especial en el sentido moral.
Ayer se subvirtieron los valores democráticos La palabra subversión comenzó a adquirir su significado actual, que se refiere a los intentos de socavar los cimientos de un sistema de poder, como por ejemplo, el Estado. La necesidad de repensar la Constitución es un hecho. La voluntad de impedirlo es disfuncional tanto como la aparición del fascismo en la oferta política española. El sistema proseguirá alejándose entonces de los valores que nos identifican. Como el símbolo de las expresiones de algarabía por rechazar la recuperación de derechos que contenían esos presupuestos. Eran la expresión del espíritu de la democracia. Del fin de la oscuridad. Esas penumbras que procuran los miembros de la regresión a que nos abocaría un gobierno de la ultraderecha.
Encontremos la luz. Seamos funcionales a la Democracia. Combatamos la subversión. Evitemos el retorno del pasado.