El arte como manifestación humana, alcanzó mediante estrambóticos hacedores, profundizar la línea libertaria del hombre, llegando a veces, al insondable límite de lo anárquico. Fenecían los cánones preestablecidos, acerca de que materiales y bajo que formas, por ejemplo, crear un cuadro. Regresando, tal como Sísifo (aquel mito que representa a alguien subiendo una colina con una piedra, para depositarla en la cima para que esta caiga y vuelva a ser elevada infinitamente) por obligada necesidad de catalogar, clasificar y anatematizar sus propias creaciones, el hombre, bautiza a sus formas de manifestarse bajo epítetos de corrientes artísticas. Todas las incluidas en las enciclopedias de arte (expresionismo, realismo, impresionismo, dadaísmo, cubismo, minimalismo y demás) hasta arribar incluso a Marcel Duchamp con su mingitorio en exposición, o a un Andy Warhol con la filmación de un hombre durmiendo expuesto como película. La política sin embargo, pretende representar, desde un a priori, todo lo contrario del uso extenso de la libertad, es decir, siempre acecha como frontispicio, la institucionalidad, la norma, el límite, sin embargo, sus actores; políticos y artistas, en el fondo buscan lo mismo por más que lo puedan o no conseguir de a ciertos momentos.
Esto mismo ocurre con la política, pasa que son tantos que los ciudadanos comunes no tienen ni la chance, ni el tiempo para percatarse de que en definitiva el animal político, definido por Aristóteles, reina en nuestra esencia dado que el controlar al otro, la comunidad o la exterioridad de uno, es en definitiva, antes que poder (como lo definiría la ciencia política) un acto de libertad, desatarnos las cadenas de lo que no se puede precisar que ocurrirá, de la incertidumbre, poseyendo el control, el poder, accediendo a la libertad. En el fondo, en el substrato, en lo esencial, la política y el arte están signados por la persecución de un acto libertario o de acceder a la libertad.
Ahora bien, esa libertad no puede caer en libertinaje, sobre todo en la política, dado que en el arte, sí el artista cae en libertinaje tendrá problemas con la ley, son salud o con sus ingresos, pero sí el sistema político o los políticos, transforman la libertad en libertinaje, llevan sus prácticas a vicios tales como el nepotismo, el amiguismo o el cualquiercosismo.
Si se hiciera un sondeo de la actual clase política, veríamos que un gran porcentaje, nunca consiguió ingresos de otras fuentes que no sean las arcas del estado, o que a nivel personal, ni siquiera pueden conducir sus hogares. El razonamiento cae de maduro, el médico neumólogo que observa su radiografía de pulmón, ¿lo recibe en el consultorio con un cigarro en la mano y le dice, siéntate, que vamos a ver cómo estás? O el empleado del banco, ¿le recibe el dinero de su depósito y se lo pone en el bolsillo, para después decirle, tranquilo, ahora lo pongo en la caja?.
Llueven los apotegmas acerca de que derechos o principios vulnera tal o cual administración, que modelo ha defendido tal frente o espacio político, quién está más cerca de las necesidades de los que más sufren o simplemente caracterizaciones políticas; conservadores, progresistas, izquierdas y derechas y etiquetas que van y que vienen, auspiciados por cada uno de las trincheras pertinentes, y esto es lo primero que deberíamos tener en claro, pues tampoco está mal que sea de así, sino que simplemente, no sólo se tiene que decir, sino que además se tiene que respetar, que alguno o casi todos hablen bien de tal sector, porque cobra tal dinero o porque el familiar tiene tal empleo en tal administración o en su defecto porque cree en ello.
Eugenio Trías (filósofo español contemporáneo) en su obra por la que lleva como título precisamente “Límites”, explicita que “El límite” era el surco físico donde terminaba el imperio Romano, en ese “limo” en ese barro, el mundo ya no era tal, esa delimitación era taxativa, concreta, real y de allí se hizo palabra significante. Trías aprovecha para hacer de esto, su corriente filosófica, o al menos su posición, que siempre ira más allá de sí misma o del margen, que quizá exista como para transgredirlo.
La siguiente interpretación de la obra pertenece al Dr. Jacobo Muñoz Veiga: “El límite de Trías deja de ser muro para ofrecerse como puerta… Estaríamos, pues, ante un mapa de los mundos que comprende el Mundo… y su más allá. Un mapa de un vasto y plural territorio de-limitado, pero abierto por eso mismo a lo que queda del otro lado. Un mundo cuyo ser pasará a ser, en consecuencia, el “ser del límite”, siendo un límite del mapa –su puerta y su muro a un tiempo– lo que conferirá activamente un sentido a ese ser, oficiando de razón del mismo. De “razón fronteriza”, por tanto, como fronterizo es el sujeto que en él tiene su morada. Y más allá de ese límite, el misterio”.
Como en todas las actividades relacionadas con los servicios, sean de consumo, o profesionales (de salud, jurídicos, periodísticos), un bien de alta estima, es el tiempo, o el uso o desuso que se haga de él. Claro que en política los tiempos son perentorios, acotados por leyes, en el arte son imperecederos, transcendentes. En la política el tiempo se transforma en un valor en el arte, en una carga o en un salvoconducto.
La política, tiene sus tiempos, delimitados en momentos de elecciones, por el imperio de lo normativo. Pero también, tiene sus tiempos, marcados por los dirigentes o funcionarios, que hacen o deshacen, de acuerdo a su propia conveniencia personal o partidaria, los cronogramas, aptos, para la acción política, o para el ejercicio del derecho cívico.
El arte no tiene tiempos, por ello requiere del estado y de su clase política que le brinden una temporalidad específica, en cuanto a los ingresos para los hombres consagradas a estas causas símiles a las del político, pero que trascienden el ayer, hoy y mañana, y piensan y sienten tras milenios y centurias, lo mismo que hubieron de transitar nuestros antecesores y que lo harán nuestros predecesores.
La historia le otorga a Napoleón una frase que ha conquistado más territorios que sus ejércitos, y aún perdura en el tiempo, “todo hombre tiene su precio”, reza el axioma inmortalizado y atribuido al emperador.
A nadie se le ocurriría poner en cuestión técnicas militares o estrategias geopolíticas, implementadas por Bonaparte, sin embargo, sus conceptos profundos o relacionados a la naturaleza del ser humano, tendrían que ser revisados una y otra vez, dado que no se ha caracterizado por ser, Napoleón, una figura destacable del pensamiento o la cultura.
En realidad lo que tiene precio en los hombres, son las acciones de estos, es decir: la acción de curar de un médico, se cotiza de acuerdo al conocimiento, la experiencia y la cobertura, pre paga o de obra social, que uno tenga para ser atendido. No se venden cardiólogos, urólogos o ginecólogos, sí se puede adquirir, un turno, un espacio de tiempo de cada uno de los profesionales, dedicados especialmente a un paciente determinado. Lo mismo ocurre con los escribanos, los abogados, docentes, pintores, taxistas y todo tipo de profesión que pueda existir.
Lo que sí tienen los hombres, además de acciones para ser cotizadas en el mercado, son valores, que pueden ser más o menos, y por más que precio y valor parezcan términos semejantes, en realidad son disímiles y representan cuestiones muy diferentes.
En los campos de la psicología, la acción de comunicar (sea a través de la palabra o de gestos, poses, miradas, etc.) o de expresar la adquisición de un deseo, sin cumplimentarlo o llevarlo a cabo, se define básicamente como histeria. Definición que proviene del griego y que significa útero, dado que hasta no hace mucho, se pensaba que sólo las mujeres podían comportarse en forma histérica, expresando o transmitiendo, el deseo por algo, que al momento de ejecutarlo o de obtenerlo, se esfumaba completamente la finalidad, quedando, únicamente, el supuesto de querer algo, de la boca para afuera. No se requirió demasiado para observar que el hombre también puede manifestar conductas o actitudes en tal sentido.
Para construir hay que limitar el terreno, de lo contrario, los parámetros, pasan a dejar de existir. Si la libertad es una retahíla de momentos que se bifurcan, hablamos de una selva, y la selva peca de extensión. En la extensión, hay mayores posibilidades de todo. Al existir este estado de cosas la seguridad pasa al terreno de lo azaroso. El azar puede ser necesario, ciego y hasta justo, pero nunca predecible y eso lo transforma en un peligro mayor para el hombre.
El arte y la política están emparentadas por la misma persecución de vencer a la incertidumbre, el misterio del que se hablaba en la obra de Trías, acerca de ese límite para transgredir, de aprehender a la libertad, o respirar sus aires, sería muy valioso para nuestra comunidad actual y para las posteriores y de todas las dimensiones que cuando se encuentren artistas y políticos, los de en serio en ambos campos, se den un abrazo, están buscando lo mismo por caminos distintos.