Creemos atinente el seguir insistiendo en nuestras peticiones teóricas, ahora ya a modo de súplica humanitaria, partiendo de la base argumental de que la última ratio de las cuestiones jurídicas y normativas que sostienen un sistema es la irracionalidad de la violencia (como la vida misma, que surge desde la irracionalidad del acto sexual o desde la irracionalidad de un acto de fe que dan en llamar amor) que vuelve a golpear en el centro de nuestra occidentalidad para enrostrarnos que todo lo acopiado desde la guillotina a esta parte ha dejado de constituir un sitio seguro para cualquiera de los mortales. La arrogancia y la pedantería que obnubila a otros tantos que razonan de buena fe para creer que aún el mundo es un lugar en donde caben todos los mundos caen mortalmente como los cuerpos inertes asesinados por el odio, la violencia y la explosión del Logos, en cualquier parte del mundo.
Creer o querer que este tipo de acciones se correspondan con acciones de naturaleza aislada, episódica o desentendida de los aspectos histórico-culturales y filosóficos no sólo es un craso error, sino también es una gravosa omisión que en un tiempo futuro podría considerarse complicidad.
La dirigencia política occidental ha demostrado persistentemente que tiene como respuesta unívoca, como errónea e inmediata, la devolución de la violencia con operativos tan o más violentos como sofisticados (una suerte de ley del Talión pero remozada), como si esto fuese poco. La cuestión no finaliza acá. Producto de esta guerra preventiva o de responder al horror de los que matan en nombre de Dios, estos reaccionan con el blindaje semántico y de la aprobación de resoluciones internacionales de contestar la matanza, con cruzadas violentas en nombres del bien, la libertad o las garantías conculcadas previamente. Para ello, y tras el fracaso de no haber garantizado lo imposible (es decir la certeza y la seguridad), conculcarán aún más las libertades de sus propios ciudadanos a expensas de una defensa que es en verdad otro capítulo de la violencia y la irracionalidad, para simplemente erradicar a los otros ciudadanos, los que previamente llevaron el horror de sus guerras a la centralidad occidental.
No son tiempos para que sigamos obcecadamente los guiones preestablecidos de los medios de comunicación, los resúmenes simples y llanos de tantos libros tan mal leídos, comprendidos y razonados. La persecución racional de un lugar en el mundo que nos brinde seguridades debe ser dejada de lado por los que promueven esta idea como la central de la mano de la democracia expectativa, de expectación o incierta. Convivir con la incertidumbre de nuestra “africanización del ser” es la huella que nos llevará al no lugar, que la vida también puede ser entendida como danza y poesía, como todo aquello que no tenga que ver con la lógica ciencista y de acumulación occidental.
Quizá sean postulados en abstracto y lo que arquetípicamente nos determina nos pida respuestas, soluciones, acción o un hacer instrumental. Erradicar este primer paso es lo saludable, entender que todo lo que hagamos o dejemos de hacer para cambiar el concepto con el que nos hemos encontrado en el arrojo de la existencia será mucho más de lo que imaginemos y probablemente con tal determinación empecemos a sembrar ese mundo en donde quepan todos los mundos posibles, sin que nuestros temores proyectados nos hagan ver en el otro el medio por el cual podamos vivir mejor a expensas de su sufrimiento, inventando dioses y dogmatizándolos para justificar nuestras iras de sabernos limitados y despojándolos de la reacción violenta como mecanismo de defensa por un supuesto honor o dignidad vulnerada.
Nuestro occidente, necesita de otros acordes. Incorporar tal vez los sonidos de otras partes del mundo, donde no solo suenan balas, peligro, violencia u horror. Despojarnos del legado ancestral de querer tutelarnos, manejarlo todo, sea por la vía del conocimiento o del de este, devenido en avance tecnológico o bajo marchas de soldados de fuerzas que se dicen representativas de lo universal.
Aquí dejamos algunos acordes que casualmente venimos trabajando desde hace un tiempo a esta parte, a modo de contribución con nuestro mundo que tiende a universalizar su perspectiva más violenta y, paradójicamente, a la vez diáfana.
Organismos internacionales que regulan lo político, lo económico-comercial, lo vivencial (salud, expresión-comunicación, etc) amparados en la declaración de los derechos universales del hombre, acotados en sus maniobras fácticas o prácticas, por tanto que solamente condicionan desde lo teórico o teorético, por la autodeterminación de los pueblos, encuentran en el logos occidental, dialógico o que dialoga, de un tiempo a esta parte, con el oriente, adormecido o aletargado por el opio de la razón instrumental impuesta por aquel occidente en los periodos de conquista, no han resuelto este dilema trascendental que vincula otras expresiones de ser ante el mundo; como podrían ser las :latinoamericana, la africana, la asiática o la arábiga. La noción de universalidad aplicada a lo estricta o particularmente filosófico, se lo debemos a Hegel (1970), uno de los alemanes eminentes, que sí nos permite la digresión, no pueden eludir el haber conformado esa “conciencia alemana” que convalidaría con los votos, años luego, el horror plasmado con el régimen social y político más siniestro de la historia moderna. Su consideración acerca de esa universalidad la anatematiza, escindiendo, apartando, colocando en una cámara de gas, a regiones enteras del globo, precisamente a todo un continente:
“Lo que por África propiamente entendemos es la carencia de historia y…lo que todavía se halla del todo confundido con el espíritu natural, y lo que aquí debería ser mostrado como propio tan solo del umbral de la historia universal… Al sabernos ya desembarazados, de eso nos hallamos en el escenario auténtico de la historia universal”. (Hegel, Georg, 1970, p.62)
Podríamos extendernos en otros pasajes de la obra mencionada, en donde se realizan apreciaciones antropológicas, que orillan claramente lo proverbialmente discriminador y xenófobo, de todas maneras, es más interesante, detenernos en esta construcción teórica de lo universal (desde ya que esta consideración, proviene de la herencia inoculado por el poder del claustro, que dispuso que la primera historia de la “ciencia de la verdad” sea el Libro I de la Metafísica de Aristóteles, como sabemos se podrían seguir escribiendo obras completa del Aristotelismo en Hegel, desde la continuidad que hizo el teutón de los principios de tesis y antítesis propuesto por el estagirita como corolario simbólico de la síntesis, complementada por aquel, por ejemplo, que profundiza nuestra autor citado, desterrando de las fronteras de lo filosófico también a América:
“El nombre de nuevo mundo proviene del hecho de que América y Australia no han sido conocidas hasta hace poco por los europeos…este mundo es nuevo no solamente relativamente, sino absolutamente… Los americanos viven como niños, que se limitan a existir, lejos de todo lo que signifique `pensamiento y fines elevados. Las debilidades del carácter americano han sido la causa de que se hayan llevado a América negros, para trabajos duros. (Hegel, Georg, 1997, p. 170)
Finalmente y como si le cupiese algún tipo de duda a como consideraba la universalidad filosófica, nuestro autor lo deja expresamente narrado:
“En Occidente estamos en el verdadero suelo de la filosofía; allí tenemos que someter a consideración dos grandes formas, distinguir dos grandes períodos, a saber: 1) la filosofía griega, y 2) la filosofía germánica” (Hegel, Georg, 1984, p.211).
El mundo Americano que fuera descubierto, en virtud más por la intervención del azar como necesidad y de los caprichos de la aventura, que de los progresos de una ciencia, supuestamente siempre en ciernes y brindando la posibilidad de extender la fronteras de lo humano (Podríamos afirmar que un maridaje indisoluble, lo constituyen occidente y la técnica que van a la postre, en una suerte de carrera, alocada, hacia una finalidad que no presenta metas precisas, ni mucho menos naturales, sino que se impostan como espejismos que sostienen aquella unión ficta) funda la nueva territorialidad bajo el imperativo categórico de lo educativo y lo político. Debemos, nuevamente desandar, lo que nos deja la herencia, la tradición o los cánones academicistas y a su vez, no por ello, caer en ese exotismo que esa misma academia lo tolera o acepta como excepción a la regla y que definen como multiculturalismo. Es decir, no podemos, no debemos, poner o citar a un hermano originario, autóctono o primitivo, que por tradición oral, haya recibido de sus ancestros, el ritual que de acuerdo a sus concepciones del mundo lo acercaban al hombre con la eternidad, esto sólo sería un apartado menor, en un curso en una facultad europea de filosofía o antropología, la verdad correría por lo que quedó asentado, muchas veces por manos barbáricas (precisamente este término, es una muestra cabal de cómo ha entendido siempre lo europeo lo ajeno y lo propio, bárbaros eran considerados los que habitaban fuera de la Roma imperial, el correrse de ese límite ya los hacia pertenecer a un submundo peyorativo) casi siempre manchadas de sangre, contaminadas por el hedor de lo peor de la condición humana, o lo que simplemente se entiende, o se trata como historial formal u occidentalmente aceptada.
No podemos apartar la mirada de los procesos de conquista, llevados a cabo siglos atrás, en nombre de la razón iluminada por la esperanza de la religiosidad e impulsada por la avidez de recursos, de extensión y expansión en ese mismo sentido “occidental” o de ese logos occidental, sin embargo, no queremos que la circunscripción de la temática, nos haga, salirnos de eje, de lo que planteamos, más allá de esta cuestión que bien podría ser entendida como meramente historicista.
Independientemente de los millones de litros de sangre derramadas, para que desde la pluma, podamos expresar esto mismo, como una nimiedad en el presente capítulo de lo humano, lo cierto es que deberán ser otros, más allá de los que ya han sido, quienes consignen estos actos despreciables con la vida y con la humanidad, entendida, precisa y paradojalmente, bajo categoriales, pura y exclusivamente occidentales, dada que nuestra intencionalidad discurre por dejar en claro que pese tamaños actos de sujeción, esa misma conquista entronizada en cuerpo y alma mediante la violencia, ha hecho, que dos continentes, conquistados, puedan ser sometidos filosóficamente, es decir desde la esencia misma de la identidad de sus respectivos pueblos que forman unidades políticas en donde habitan y habitaron millones de personas a lo largo de siglos.
Para dejar aún más claro el planteo, referimos que pese a la imposición, a la ocupación y a la dominación en todos los órdenes y durante siglos, no se ha podido obtener por parte de ese occidente dominador, el alma, el espíritu, la esencia, o en el más griego y por ende occidental de los conceptos, la ousía de, los pueblos no occidentales.
Intentar atrapar esa ousía, ese espíritu, ese modo de entender o de conciliarse con el mundo (mediante la religiosidad o la cultura religiosa, cómo no) Mediante la violencia o por procedimientos de imposición nos devuelve mayor violencia, y de tal espiral, como en los laberintos, debemos salirnos por arriba, tal vez filosofando, entendiendo las cuestiones más nodales de la vida, por intermedio de la música y la danza, lo subyacente del logos.