Superada la resaca electoral -en algunos casos, literalmente- ahora toca asumir los números.
Las portadas, según la tendencia de cada uno, destacan los votos o los escaños obtenidos por las dos candidaturas inequívocamente independentistas, Junts pel Sí y la CUP (Candidatura de Unión Popular). Algunos incluyen, curiosamente, a los de Catalunya si que es pot (Podemos+ICV+IU) como diputados del sí/no, cuando ninguno de estos partidos se ha mostrado favorable a la independencia, aunque sí a una consulta.
Con una participación tan alta, creo que el resultado habla por sí mismo. De haber sido un plebiscito, la independencia lo habría perdido. Con esos votos no alcanzaría ni para reformar el Estatuto de Autonomía. Y es muy cómodo saltarse las leyes españolas “injustas para Cataluña” y respetar la ley electoral, no proporcional, cuando beneficia a una minoría poderosa, por muy grande que sea. El gobierno ha de serlo para todos, porque, si no, degenera en una tiranía de la mayoría.
A la hora de la verdad, hay que decidir. No vale exigir pensiones ni nacionalidades, ni cumplir solo para lo que le interesa a uno, como bien me instruía mi abuela de pequeño. Todos los ojos están ahora sobre la CUP, y yo me pregunto, ¿priorizarán los medios o los fines? ¿La reforma social o la independencia? ¿Investir a Mas o dejar que gobierne la suma de los otros? Ahora ya no caben medias tintas,
Una última pregunta, si convocan elecciones constituyentes en 2017 y las pierden los soberanistas, ¿qué pasa? Es muy fácil desconectar, pero reponer los cables, no tanto. Y eso nadie lo está explicando.